Paco Campos •  Opinión •  04/12/2017

¿Justicia o lealtad?

Cuando Richard Rorty reflexiona sobre las sociedades liberales y la democracia, su pragmatismo le lleva a un replanteamiento porque el occidente europeo maneja unas claves que, sustentadas por la historia de los pueblos, parecen que chirrían si se analizan comparativamente con las formas de vida de las gentes y más de las gentes estadounidenses. El pensamiento pragmatista estadounidense, su cultura occidentalizada, no entiende del todo el porqué de unos principios universales e inamovibles para algo tan cambiante, tenue y cercano como la vida cotidiana y, sobre todo, cuestiona la primacía del dictado de la razón frente a la práctica.

La obligación moral universal de actuar de manera justa, dice Rorty, ha de alejarse de un posible conflicto entre lealtades, sobre todo porque la lealtad está comprometida con prácticas cercanas, mientras que la justicia se basa en principios lejanos, densos, muy diferentes de la vida tenue. La lealtad se va consolidando en la convivencia, en la relación entre pares individuales o colectivos iguales por lo que un desenlace en dominio igualitario no puede desfavorecer o discriminar entre partes, hasta el punto de ser indiscernible lo justo de lo bueno.

Se trata de cuestionar el porqué de una supremacía de la justicia sobre el bien, o de otro modo: qué tipo de necesidad obliga a las sociedades liberales occidentales a calificar desde la posmetafísica, esto es, desde una concepción del mundo como concepción dominante, a las concepciones dogmáticas o fundamentalistas. No hay una justificación para corregir, o incluso para sustituir, formas de vida establecidas desde la lealtad por una llamada a la justicia. Me acuerdo ahora del filósofo canadiense Charles Taylor (1931) que dice que nos creemos superiores a los pueblos que llamamos ‘antiguos’ porque ellos se creen historias que nosotros hace tiempo que no las creemos. Parecido a lo dicho un siglo antes por el escocés James Frazer (1854-1941) en su ‘Rama Dorada’. 


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