Víctor Sánchez •  Opinión •  17/12/2017

La cuestión catalana y los taxistas

La cuestión de los taxistas y el nacionalismo catalán comparten una misma falta de porvenir. Pertenecen a una pasado a la vez muerto y vivo, ni el uno ni los otros son movimientos progresistas. Gritos defensivos, de congoja o de furia, quizás no exista consenso respecto a la lucha de los taxistas, contra la realidad de los cambios en la estructura de las relaciones económicas propiciada por los vertiginosos cambios tecnológicos que vienen produciéndose en nuestro siglo XXI.

En cambio, respecto al nacionalismo catalán, sí que existe una coincidencia entre la inmensa mayoría de observadores, a pesar del fracaso económico, a pesar del error en las previsiones políticas geoestratégicas, a pesar de las dudas y contradicciones, incoherencias, ambigüedades, 3%, a pesar de la evidente mediocridad de los liderazgos, a pesar, en suma, del fracaso total del proyecto, el nacionalismo catalán cultural resiste en porcentaje de voto, es más, las fuerzas políticas constitucionales confiesan su absurda intención de amansarlo a base de cariño, es decir, renuncian a la independencia pero prometen más autogobierno. Osea, la diferenciación lingüística impone su hegemonía, es decir, obliga a sus aliados e influye decisivamente en sus adversarios, en la supuesta oposición, y ello a pesar de los hechos objetivos.

En el seno de dicha oposición, los marxistas siguen enrocados en la visión de la cuestión nacional clásica, cuando está claro para quien quiera verlo que es más que dudosa la continuidad de la pauta seguida por el nacionalismo lingüístico, osea la de transformar las subvariantes habladas o dialectos de un territorio en una lengua estándar, vehicular de la instrucción escolar y de los medios de comunicación públicos y privados. Hoy en día, el multilingüismo es inevitable en todos los estados actuales, ya sea por la inmigración masiva, ya sea por los cambios tecnológicos trepidantes y por los cambios introducidos con la globalización. Tampoco debemos olvidar que en los nuevos estados creados en Europa a fines del siglo pasado se han reproducido como un fractal los separatismos étnicos en su interior: Kosovo, Croacia, Ucrania, Países Bálticos, son ejemplo de ello.

Suponiendo que la comunidad internacional reconociese, cosa menos que imposible, un nuevo estado catalán, en esta Catalunya dividida nada impediría la secesión de los territorios españolistas, los hechos son tozudos, y a medida que “el procés” ha ido avanzando, han dado más y más razón al historiador marxista Eric Hobsbawn, así, el brote de nacionalismo separatista en Europa podrá tener raíces históricas remotas en siglos pasados, pero no tiene nada que ver con los problemas de inicio del siglo XXI, ni puede aportar ninguna solución local, lo único que hace es complicar la tarea de abordar los problemas urgentes que afectan a estas sociedades. ¿Cual es la naturaleza de este grito de congoja o de furia? Una y otra vez estos movimientos de identidad étnica parecen ser de debilidad y miedo, intentos de levantar barricadas para tener a raya las fuerzas del mundo moderno.

Olvidándose y negándose el cambio climático, la crisis económica general y sus implicaciones geoestratégicas cada vez más evidentes, las poblaciones de occidente se refugian en el pensamiento mágico y alimentan reacciones defensivas, tanto contra amenazas reales o imaginarias. La reacción de los taxistas ante las inesperadas transformaciones socioeconómicas a que se enfrentan, se diferencian de la reacción airada de los obreros del textil contra las máquinas en que las transformaciones ahora son ultrarápidas. El miedo a la asimilación cultural alimenta las reacciones defensivas contra el conjunto de cambios fundamentales sin precedentes e irreversibles que estamos viviendo. Es una reacción suicida, irracional, absurda.

Las instituciones catalanas sobreviven a duras penas, son un pasado vivo, o lo que es lo mismo, un pasado muerto a medias, el pasado de 1714 está vivo y decide si el futuro también lo está. Los nacionalistas deciden absolutamente acerca de la significación que puede tener para mí y para los otros, el pasado que ha de ser. Se proyectan hacia sus objetivos apoyándose sobre la mística de la derrota de 1714. No discuten, deliberan o analizan la importancia de tal o cual acontecimiento actual. Si de pronto los hechos modifican radicalmente su proyecto fundamental, que no pueden negar, los nacionalistas no tienen otra opción que recordar la etapa anteriormente recorrida, una cultura y un estado de existencia política y económica, hoy absolutamente superados.

No les importa decir digo donde dijeron diego, querer crear ayer un estado propio dentro de Europa para mañana proponer un referéndum y salir de Europa. Ni los razonamientos económicos, ni la evidencia de perjudicar con su voto a los propios hijos o a los de los amigos y vecinos, que están estudiando o trabajando en la Unión Europea, nada, lo único que importa es la etnicidad, al precio que sea. Escribe Miroslav Hroch, la etnicidad es un sustituto de factores de integración en una sociedad que se está desintegrando. Cuando la sociedad fracasa, la nación aparece como la garantía última. Garantía mágica abocada al fracaso.

Tomemos el ejemplo del Kebec a finales del siglo XX. Se empeñaron en un referéndum en el que por cierto, se limitaban a preguntar a la población si quería que el gobierno autonómico iniciara un proceso de conversaciones con el gobierno central de caras al posible ejercicio del derecho de secesión, muy distinto a la DUI del Parlamento Catalán. Los Kebequeses abandonaron a su suerte a las grandes minorías francófonas de otras autonomías canadienses, Nueva Brunswick y Ontario, atrincherándose dentro del Kebec autónomo, su miedo y su inseguridad no dieron ningún resultado positivo, crearon las condiciones para la expansión de esa misma inseguridad, el fracaso de su proyecto, la crisis económica y demográfica, el alejamiento de las otras comunidades francófonas canadienses y el hundimiento de su nacionalismo lingüístico.

En España, en lugar de hablar de pactos con el nacionalismo, deberíamos hablar de pactos con la realidad. Los indepes llevan el camino seguido por los kebequeses, resurgimiento del españolismo blavero en Valencia, separación entre catalanes, crisis económica sin resolver… y mientras tanto la campaña polarizada en torno a las banderas. Y en TV3, al que asome la cabeza hablando de otra cosa, como el candidato Domènech, duro con él.


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