Francisco González Tejera •  Opinión •  23/10/2017

En la inmensa estepa de los corazones libres

Avanzábamos por la selva hacia el río Pilcomayo y varias de sus comunidades Wichi, casi tres horas por una pista de tierra en un todoterreno, otra herida en aquella foresta casi virgen, producida por las madereras foráneas que explotaban esta zona maravillosa de la Argentina.
 
Uno de los antropólogos de Salta y Jujuy que nos acompañaban en aquellos comienzos de 2000, junto a mi compañera de Survival, me comentó que cuando pasáramos el primer control de la Gendarmería dijera que yo era pastor evangélico, que ni de broma hicieramos alusión a que pertenecíamos a una organización por la defensa de los pueblos indígenas, que podía ser muy peligroso porque eran tipos muy violentos, que recurrían con facilidad a las detenciones arbitrarias, a la tortura, a las desapariciones, como ya hicieron junto a los militares en la dictadura que había desaparecido a 30.000 personas.
 
Llegamos al puesto de los gendarmes y salieron dos hombres, uno muy pequeño con bigote negro fino, el otro muy alto, tomando mate, caminaron hacia el auto como si le pesaran las piernas, el de menos estatura se rascaba la cabeza a través de su gorro policial, ambos llevaban pistolas al cinto y dos fusiles colgados al hombro.
 
Tuvimos que bajar del vehículo y nos pidieron la documentación, las miraron mucho rato, como si les costara leer o quizá no supieran, el alto se me quedó mirando, posiblemente al verme un aspecto extraño, medio hippie:
 
-¿Vos sos gallego? ¿A qué venís a las comunidades?- dijo como si le costará hablar, arrastraba cada palabra como si le pesaran cientos de kilos.
 
Yo le aclaré que era canario y pastor, que venía a conocer el trabajo en la misión de evangelización. El guardia se me quedó mirando unos instantes con indolencia, se fijaba en mi barba, en mi vestimenta, afortunadamente no llevaba la camiseta del día anterior con una imagen de Camilo Cienfuegos en la Sierra Maestra, aunque quizá no hubiera sabido quien era aquel barbudo montado a caballo.
 
-Pueden seguir- dijo el más bajito y se quedaron viendo como salíamos, yo iba en el asiento de atrás y los miré volviendo la cabeza, allí estaban, no se movían, seguían observando como nos alejábamos, parecían dos estatuas de uniforme, heladas, paralizadas, como si el tiempo se hubiera detenido durante siglos.
 
En la comunidad vimos situaciones muy tristes, la venta de alcohol puro por parte de los colonos a los pueblos originarios, distribuidos en los asentamientos desde siniestros bares-chozas, la prostitución de niñas indígenas, la progresiva deforestación, la contaminación con mercurio de su fuente de vida el Pilcomayo, enfermedades terribles, hambre, pobreza, la imagen del niño Wichi que trajeron muerto del hospital, tras llevarlo semanas antes los pastores con una pulmonía, su cuerpo repleto de cicatrices de operaciones para robarle los órganos, hasta las retinas le extrajeron, la sensación de brutal impotencia ante el llanto desgarrador de su madre y hermanitos.
 
Estos recuerdos de aquellos años me han golpeado el corazón estos días con el asesinato de estado del joven activista Santiago Maldonado, su muerte brutal me trajo todo a la memoria, la misma Gendarmería, los mismos tipos armados, brutos, incultos, fascistas, criminales, torturadores, los mismos indígenas masacrados, abusados, perseguidos, humillados, expulsados, asesinados por multinacionales y políticos corruptos, dispuestos a todo para mantener la destrucción de lo que un día fue el paraíso.

El crimen de Santiago me ha perforado el alma, no se porqué, miles de asesinatos similares se producen diariamente en otras partes del planeta, en Colombia, Brasil, Guatemala, Honduras, Siria, Libia…, quizá me estoy haciendo viejo y me invadan sentimientos que antes no me llenaban los ojos de lágrimas, tal vez por el lindo recuerdo de los Wichis en el Gran Chaco, su amabilidad, su acogida, su hablar lento, relajado, su paz, el olor de sus hogueras eternas, su agonía, su respeto por la Madre Tierra, el brillo en sus pupilas, una lucha de resistencia durante más de 500 años por la que asesinaron a este joven heroico, la misma que seguirá para siempre estremeciendo la conciencia pura de los pueblos.

 
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