José Luis Rodríguez •  Opinión •  16/12/2016

La economía internacional y el pensamiento económico de Fidel Castro (I)

En esta hora de dolor y recuento resulta incuestionable el enorme impacto de las ideas de nuestro Comandante en Jefe en el pensamiento más revolucionario y creativo en múltiples esferas del saber.

Será preciso un estudio más profundo de su pensamiento para lograr aquilatar cuanto y como logró adelantarse a su tiempo este líder extraordinario, cuyo legado hoy forma parte del patrimonio de la humanidad.

No obstante, podemos hoy anticipar que una de las esferas donde resultó muy notable su conocimiento práctico para la solución a numerosos problemas de la vida política y social de los pueblos, fue la de la economía internacional.

Fidel no fue profesionalmente un economista y su análisis de los problemas económicos y sociales presentes en las relaciones internacionales no emergió de un estudio puramente académico de las complejas realidades del mundo actual, aunque hay constancia de sus estudios autodidactas sobre estos temas. En verdad fue la asimilación de conceptos funcionales a la política más revolucionaria, derivados del estudio de la historia y de la experiencia práctica en el caso de Cuba, lo que condujo a la formulación de conceptos que constituyen un aporte teórico singular en el ámbito de las relaciones económicas internacionales.

Las bases para esos análisis encontraron una matriz en la combinación del marxismo con el pensamiento de José Martí y lograron una expresión concreta en múltiples aspectos, tanto en la estrategia de desarrollo, como en la política económica aplicada en Cuba, así como en la promoción de una política –en muchos aspectos original- para el enfrentamiento al imperialismo y la salida del subdesarrollo en el Tercer Mundo.

Entre los múltiples elementos que han conformado las ideas de Fidel Castro sobre las relaciones económicas internacionales reviste especial importancia su visión del desarrollo como una constante a lo largo de los años.

Como se conoce, el análisis de los problemas del desarrollo ganó importancia después de la segunda guerra mundial, cuando emerge un nuevo equilibrio sociopolítico en el mundo con la descomposición del sistema colonial, el surgimiento de la comunidad socialista en Europa y el inicio en Asia de la construcción socialista en China, Corea y Vietnam.

Las discusiones académicas sobre las vías para acceder al desarrollo en los países pobres se dirigieron inicialmente hacia teorías que trataron de igualar las condiciones originarias de surgimiento del capitalismo con la situación del Tercer Mundo, para fundamentar la idea de que era posible lograr el desarrollo de los pueblos más atrasados en los marcos del sistema capitalista. Esta tesis se contraponía al enfoque que concebía el subdesarrollo precisamente como una consecuencia del desarrollo capitalista de los países colonizadores.

Una de las tesis de los apologistas del capital fue la identificación del proceso de desarrollo básicamente como un fenómeno de crecimiento, en cuya cuantificación cifraban el logro de las transformaciones esenciales para desarrollarse. Múltiples ensayos se publicaron a partir de los años 50 basados en una visión de este tipo.

Para otros autores de trabajos publicados en esa época, -que resultaban minoritarios, incluso en el ámbito de la teoría marxista- quedaba clara la diferencia entre crecimiento económico como condición necesaria pero no suficiente del desarrollo. Pero no resultaba explícita aún la necesidad del avance social para alcanzar el desarrollo y este como un proceso incompatible con la dominación capitalista.

Ajeno a estos debates académicos, pero poseedor ya entonces de una cultura marxista en ciernes, Fidel Castro plantearía en 1953 en el juicio por el asalto al cuartel Moncada una visión integradora del desarrollo de componentes económicos y sociales al expresar “El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política.”

Años más tarde se expresaría: “En el Programa del Moncada, que con toda claridad expusimos ante el tribunal que nos juzgó, estaba el germen de todo el desarrollo ulterior de la Revolución. Su lectura cuidadosa evidencia que nos apartábamos ya por completo de la concepción capitalista del desarrollo económico y social.” Por otro lado, también se precisaría su idea sobre el desarrollo al plantearse en 1981 “El desarrollo no solo es económico, sino también social. Puede haber un crecimiento económico, deformado o dependiente, que no sirva a este objetivo ni conduzca a los fines esperados. Una política económica y social acertada debe tener como centro y preocupación al hombre.”

Una vez cumplido el Programa del Moncada en octubre de 1960 y creadas las bases de la propiedad social, se planteó la necesidad de elaborar una estrategia de desarrollo para el país donde el peso de la industrialización como política central para ello había comenzado a ganar fuerza desde 1959.

Ya en La Historia me Absolverá Fidel Castro había colocado la industrialización como un tema fundamental. También en el propio año 1959, al asumir el cargo de Primer Ministro, había destacado entre los propósitos del gobierno la inversión de 2 000 millones de pesos para el desarrollo industrial y en su intervención en la Reunión de los 21 celebrada en Buenos Aires en mayo de ese año, se había referido al debate sobre la industrialización, unido a las fuentes de la inversión para desarrollarla y la conveniencia de la integración económica en América Latina.

Favorecían este enfoque a favor de la industrialización acelerada como vía más rápida para el desarrollo un conjunto de factores: el papel históricamente jugado por la industria en los países desarrollados, incluyendo la experiencia de los países socialistas en Europa; la visión de rechazo a la monoproducción azucarera que había primado hasta entonces; la influencia de las tesis del desarrollismo y la industrialización sustitutiva de importaciones promovida por la CEPAL y por los asesores internacionales que trabajaron en Cuba durante los primeros años como Michael Kalecki y Juan F. Noyola entre otros; las capacidades ociosas existentes en la industria -que llegaban al 60% de sus potencialidades- y la voluntad de buscar soluciones rápidas para dar respuesta a las demandas populares.

La introducción de estas valoraciones se concretaría en el Plan Cuatrienal de Desarrollo 1962-1965, donde la estrategia económica implícita en el mismo contemplaba la industrialización acelerada a partir del desarrollo de la industria pesada, la diversificación de la agricultura y la sustitución de importaciones.

De no menor importancia en la aplicación de la estrategia de desarrollo basada en la industrialización sería el inicio de la planificación como elemento central del incipiente sistema de dirección económica del país.

La concepción del plan supondría, como política permanente, contemplar también los aspectos sociales junto al desarrollo industrial: “Este plan tiende a la solución de una serie de problemas. Está, por ejemplo, primero que nada, el aumento de los bienes de consumo necesarios para el pueblo. Una de las metas. La creación de todos los empleos posibles, del máximo de empleo posible para el pueblo; los planes de educación, es decir, crear las condiciones que permitan estudiar a toda la población escolar de nuestro país; las construcciones de viviendas necesarias a satisfacer las necesidades de nuestro pueblo; los servicios, por ejemplo, del transporte, que son tan importantes. Y, fundamentalmente, crear las bases de una industria capaz de construir maquinarias y de asegurar el desarrollo de nuestra economía.”

Sin embargo, esta estrategia de industrialización no avanzaría exitosamente tomando en cuenta un conjunto de factores. Para Fidel quedaría claro que la experiencia mostró que la capacidad de ahorro interno no alcanzaba para un proceso de desarrollo de este tipo, por lo que se requería del financiamiento externo indispensable para lograrlo, unido a un nivel de calificación superior de los trabajadores.

Uno de los elementos más interesantes en este momento fue la capacidad de Fidel Castro para comprender que debían crearse determinadas condiciones para siquiera aspirar al desarrollo del país por la vía de la industrialización.

De tal modo, ya en 1963 se implementó una estrategia de creación de condiciones para la industrialización del país a partir de los recursos que se disponían en esos momentos: la producción de azúcar y la producción agrícola no azucarera, considerando en ella prioritariamente la ganadería y la producción de alimentos.

En el discurso pronunciado el 2 de enero de 1965, Fidel Castro señalaría: “La agricultura será, pues, la base de nuestro desarrollo económico, y la agricultura será la base de nuestro desarrollo industrial.” Más adelante –en septiembre de 1966 se precisaría: “No se ha desechado la industrialización sino que se ha puesto el énfasis principal en el desarrollo económico del país, dando a la agricultura el máximo de impulso durante estos años.”

Unido a esa definición se previó contar con un volumen de recursos financieros externos indispensables, a partir de las negociaciones que aseguraron la exportación de azúcar al mercado de la URSS bajo condiciones más favorables que las del mercado mundial. Para ello se elaboró un plan que permitiría incrementar las exportaciones en 400 millones de pesos mediante la producción de 10 millones de toneladas de azúcar en 1970, cual demandaba un programa de inversiones por 844,3 millones de pesos. Para asegurar el incremento de otras producciones y exportaciones agropecuarias, se estimaba una inversión de otros 660 millones de pesos.
Como se conoce, esa meta no se alcanzó producto de errores subjetivos básicamente en el terreno de la política económica.

Al respecto no debe pasarse por alto otro elemento que marcaría la diferencia entre Fidel y otros dirigentes en el mundo: su honestidad y enorme espíritu autocrítico ante los errores y las deficiencias visibles en la economía al asumir personalmente su responsabilidad. En el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, celebrado en 1975, Fidel señalaría: “Nuestra gestión económica no ha sido todo lo eficiente que podía haber sido. (…) En la conducción de nuestra economía hemos adolecido indudablemente de errores de idealismo y en ocasiones hemos desconocido la realidad de que existen leyes económicas objetivas a las cuales debemos atenernos.” En otras ocasiones se reiterarían estos enfoques, el último de los cuales se realizaría en su discurso de la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005 cuando señaló “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra.”

Por otra parte, es conveniente señalar que no se materializaron adecuadamente las interesantes conclusiones de los debates sobre la construcción socialista que tuvieron lugar entre 1963 y 1964 en el seno de la dirección cubana, caracterizados por una intensa polémica en el contexto de las reformas económicas que se debatían en los países socialistas europeos y China, aportándose entonces –particularmente por el Che- una visión propia de la política económica a adoptar como país socialista en la búsqueda del desarrollo. En este punto cabe apuntar, que aunque el Comandante en Jefe no participo directamente en la polémica, sus opiniones eran coincidentes con las del Che entonces.

La valoración crítica de la política soviética basada en el cálculo económico enarbolada por el Che y su propuesta del Sistema de Financiamiento Presupuestario, introdujeron al país en una confrontación de ideas con destacados economistas marxistas de aquellos años como Charles Bettelheim, Ernest Mandel y Paul Sweezy. A la altura de 1987 en un memorable discurso, Fidel Castro resaltaría el valor de las ideas económicas y políticas del Che y su validez universal para la construcción de la nueva sociedad.

La experiencia de los años 60 llevó a una importante formulación por parte de Fidel Castro en 1969. En el discurso del 20 de diciembre de ese año, se expuso: “Marx concibió el socialismo como resultado del desarrollo. Hoy para el mundo subdesarrollado el socialismo ya es incluso condición del desarrollo.”

La valoración del socialismo como sistema y la necesidad de recursos financieros externos para el desarrollo llevaba a la conclusión de que –en la experiencia de la Revolución cubana- solo con la colaboración del socialismo como sistema sería factible avanzar hacia el desarrollo. Así había quedado formulada expresamente esa idea en el discurso del 1º de mayo de 1971, cuando se afirmó: “…nosotros hemos podido avanzar no solo porque hemos hecho cambios sociales y los hemos sabido defender, sino porque hemos establecido el nuevo orden económico internacional en nuestras relaciones con los países socialistas.”

Más adelante esta tesis se complementaría con una visión más integral acerca del significado del sistema socialista para el desarrollo, cuando el 2 de diciembre de 1976 se planteó: “…debemos decir que la primera y genial concepción del socialismo fue la del socialismo como consecuencia del desarrollo. Mas, cuando una parte del mundo se desarrolló extraordinariamente y otra se quedó increíblemente subdesarrollada, el socialismo como sistema se ha convertido ya, incluso, en una condición del desarrollo.”

(Continuará…)

José Luis Rodríguez es asesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM). Fue Ministro de Economía de Cuba.
Fuente: Destacado – Diario Octubre


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