Luis Toledo Sande •  Opinión •  03/05/2023

Valor y peligro de las consignas

A un pueblo formado en una historia en la cual “Patria y Libertad” y “Libertad o Muerte” condujeron a un “Patria o Muerte” seguido por un rotundo “Venceremos”, nadie tendrá que explicarle la importancia de lemas que devienen fe de vida.

Ese “Venceremos” no expresa alarde irracional o ciego, sino una clara certidumbre: el triunfo de las fuerzas revolucionarias —la mayoría del pueblo— puede seguir costando sacrificio y muertes, pero garantiza la vida de la patria independiente y soberana.

Se equivocan quienes intenten hacer un arma contrarrevolucionaria del “Patria y vida” que antes que a ellos se le oyó a quien sabía mejor que nadie de revoluciones, y de la Revolución Cubana en particular. Fidel Castro fue y es el Líder, sin lindes cronológicos, de una Revolución que habrá tenido y seguirá teniendo otros líderes, pero —con el artículo el, marca de antonomasia— ese título le corresponde al Comandante en Jefe.

Lo esbozado atañe al valor de las consignas en la historia de Cuba, de las cuales se ha escogido apenas una muestra, quizás las más significativas. Pero esas no han sido las únicas que han servido de acicate en las acciones con que —guiada por su vanguardia— la nación ha permanecido en pie y se ha transformado a lo largo del tiempo.

En cada momento diversos lemas han cumplido en la Revolución un papel movilizador de primer orden, hayan tenido la duración de todo un proceso —“¡Aunque caigan raíles de punta, la Reforma Agraria va!”—, o carácter periódico o puntual: “A la Plaza con Fidel”, “Aquí no se rinde nadie”, “¡Viva el Primero de Mayo!”

Comentario aparte merecería el hecho de que frecuentemente han sido expresiones octosílabas, como los versos predominantes en la poesía más popular en Cuba, la que se expresa en décimas y se asocia al hecho de que —como se ha dicho— cubanos y cubanas hablamos en octosílabos: ¡Y dime si no es verdad!

Algunas consignas han funcionado como ratificaciones de apoyo. Fue el caso del “¡Se llamaba!” con que el pueblo presente en la histórica concentración validaba a coro, mientras el Líder de la Revolución las enumeraba, la nacionalización de empresas estadounidenses que habían esquilmado a Cuba.

Otras consignas han tenido un papel particular en circunstancias determinadas, como aquella de “Fidel, sacude la mata”, que hoy suele o debería recordarse contra los corruptos que medran con bienes del pueblo, valiéndose de cargos y responsabilidades que se les han confiado. La acción contra enemigos enemigos dará mayor consistencia al lema “En cada cuadra un comité”.

Pero uno de los peligros que pueden neutralizar el valor de las consignas —y no solo de ellas, sino incluso de leyes— radica en su conversión en letra muerta, en expresiones regidas más por la inercia, cuando no por el oportunismo o el embullo, que por la voluntad de usarlas como estímulos efectivos para la movilización necesaria. Y a veces se suma la incoherencia con que pueden esgrimirse o acuñarse.

Está claro que sin conciencia verdadera ningún logro, por muy grande que sea, alcanzará la significación que debe caracterizarlo como hito en la transformación y el saneamiento del país. También, desde luego, como pauta para alcanzar los resultados que la ciudadanía —el pueblo— necesita y exige con el derecho que le asiste.

Los llamamientos a lograr, por ejemplo, la soberanía alimentaria pueden derivar en frases vacías, si no los sustentan voluntad verdadera, hechos, realidades. De no ser así, se podrán recordar consignas como otras en las que parecen haberse estancado afanes también vitales y dignos. ¿Cabe olvidar el Plan Alimentario?

Cuando la convocatoria a conquistar la soberanía alimentaria parece resumirse en el lema “Sembrar conciencia”, vale preocuparse pensando si el problema está bien planteado. No es necesario echar mano teóricamente a la cuestión fundamental de la filosofía, que ahora parece olvidarse; pero esa no sería la única desmemoria lamentable, y dicha cuestión no deja de ser fundamental —básica, determinante— porque en otros momentos haya sido objeto de tratamientos vulgares y empobrecedores.

Es muy difícil no asustarse ante peligros semejantes en un país urgido de una amplia producción agropecuaria, que se decide en el campo —nadie pretenderá que la sustituya la agricultura urbana, aunque esta llegue a ser muy importante—, mientras su Ministerio de la Agricultura ocupa un enorme edificio en la capital. Y cuando la dirección de la ANAP —recordémoslo: Asociación Nacional de Agricultores Pequeños— tiene su sede en una casona también capitalina y que por largo tiempo se ha identificado con el lema “Sembrando ideas”.

Conciencia e ideas son vitales para la brújula de la nación, incluso en las vertientes materiales más rústicas, que tampoco se pueden confiar al pragmatismo: este no es sentido práctico sano, sino la ideología propia del sistema capitalista. Si no se producen alimentos, si no se asegura la economía nacional, si no se vence con hechos la inflación que magulla al pueblo, se puede perder también la alimentación indispensable y la soberanía no solo alimentaria, sino la soberanía, y con ella la conciencia y las ideas que deben acompañarla.

Por eso —no precisamente por una consigna— se ha reconocido en la soberanía alimentaria una cuestión de seguridad nacional frente a insuficiencias internas y, sobre todo, contra un bloqueo que persigue estrangular al país y cuyo cese no está a la vista. Lograr que consignas y planes se materialicen en hechos constituye también la mejor validación de las votaciones del pueblo en favor del proyecto revolucionario y de quienes son electos para cumplir la misión de representarlo.
Siendo las consignas un recurso del lenguaje, poético incluso, cabe recordar que el ser humano más espiritual que hemos tenido, pleno ejemplo de ética para el mundo, se preguntó: “¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos?” Fue asimismo el estadista en crecimiento que organizaría una guerra y sostuvo: “¿Qué es el arte, sino el modo más corto de llegar al triunfo de la verdad, y de ponerla a la vez, de manera que perdure y centellee en las mentes, y en los corazones? Los que desdeñan el arte son hombres de Estado a medias”. Pero fue igualmente el fundador que en el arranque de uno de sus portentosos poemas escribió: “Ganado tengo el pan: hágase el verso”.

Hoy el pan —como realidad que llega al estómago para calzar la vida, pero escasea sin que por eso dejen de medrar con él mercaderes y corruptos, y como símbolo genérico de los alimentos— es fundamental para que Cuba siga viva como nación independiente y soberana, enfrascada en alcanzar la justicia social que no se ha conseguido en parte alguna del planeta.

Y eso no se logra a base de consignas, por muy valiosas y bien pensadas que sean. También el “Patria o Muerte, Venceremos” reclama el alimento de los hechos, de la realidad. No solo episodios heroicos como los protagonizados en Playa Girón, sino los cotidianos, que han de incluir honradez y decencia. Y belleza.

Nota bibliográfica: Las citas de José Martí se localizan respectivamente en los tomos 13 (pp. 135 y 395-396) y 16 (p. 141) de la edición vigente de sus Obras completas (La Habana, 1963-1966).

Fuente: https://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2023/05/valor-y-peligro-de-las-consignas/


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