Borges y la lengua
AQUELLOS TIEMPOS
Es marzo de 1970, y el joven escritor y periodista Miguel Briante conversa con el escritor Jorge Luis Borges; tiempos de un periodismo con mayúsculas, con periodistas preparados para una entrevista, personas de oficio que leen, estudian, antes de preguntar.
Briante señala, respecto del lenguaje que, tanto el autor de «El Alpeh» como Roberto Arlt, defendieron, desde distintos grupos, «el idioma de los argentinos», es decir, la utilización de términos muy propios, una suerte de fusión o mixtura.
Pero Borges, admite haberse equivocado en aquellos días, razón por la cual, y como miembro de la Academia Argentina de Letras, le comenta que va a presentar un artículo para suprimir los argentinismos en pos de encontrar las coincidencias en el lenguaje, es decir, un idioma común.
¿Para qué, pregunta Borges, vamos a insistir en nuestras miserables diferencias?
Y agrega, «ahora cada país lo que quiere es ensañarse en el empleo de palabras incomprensibles».
Y sigue con los ejemplos en aquel reportaje aparecido en la revista Confirmado y que reproduce el libro «Entrevistas» de Briante.
«Cuando yo escribo, no trato de ser un español. Cuando yo tuve que hablar en la Real Academia Española, yo no me disfracé de español. Dije «gracias» y no «grazias»; decía «yo» y no «io»; decía «yuvia» y no «lluvia».
Sino es un poco absurdo». «Como esos extranjeros que llegan aquí (Argentina) y enseguida dicen «qué macana», lo cual acentúa su condición de extranjeros.»
LA LENGUA COMO PUENTE O COMO FRONTERA
Todo un tema el de la lengua; pienso, por ejemplo, en Julio Cortázar que, a pesar de haber vivido más de 30 años en Francia, nunca dejó de hablar, ni de escribir en un argentino casi aporteñado.
Por cierto, me causa mucha gracia escuchar a personas que vienen de algún país latinoamericano, y a la semana de bajarse del avión, ya hablan como los españoles.
No sabría muy bien cómo definir semejante cosa.
Siento que a mí nunca se me podría pegar esa manera de hablar, porque no la siento, no es la mía, y sé que si digo «gracias», se me entiende igual.
Y que no necesito decir: ¿vale?, para decir: «de acuerdo»
Al fin de cuentas, hablo una lengua hispanoparlante por millones conocida.
Tal vez, en algunas personas, hay un deseo que subyace: ser parte del lugar al que se ha llegado aún a costa de asimilarse y diluirse, como una especie de pasaporte a cambio de atención.
Y nos pasa lo mismo cuando llegan inmigrantes a nuestro país, Argentina.
No los obligamos a que cambien su forma de hablar, tampoco les imponemos el guaraní, o el mapuche, u otras lenguas ancestrales.
La idea es comunicarse y entenderse, como decía Borges, en vez de insistir «en nuestras miserables diferencias».
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Néstor Tenaglia Álvarez