Fernando Dorado •  Opinión •  25/05/2017

La fábula del atracador y el atracado

Un atracador armado hasta los dientes asalta a un experto en artes marciales y le roba todas sus pertenencias. Lo viola y humilla, pero le “perdona” la vida.

Al atracado le da vergüenza reconocer lo sucedido y muestra el hecho de que salió vivo del incidente como un gran triunfo. Pretende no perder prestigio ante sus conocidos.

El atracador se da cuenta de la debilidad del atracado y como tiene pruebas de la “violación” decide convertir el hecho en una estafa continuada.

De esa manera, el hombre atracado se ve obligado a presentar al atracador como si fuera un tipo buena gente, respetuoso de la vida y llega al extremo de aceptar que en gran medida él provocó el atraco.

Así estamos los colombianos, frente a una clase política corrupta y a una oligarquía imperial que logró instrumentalizar el conflicto armado a su favor y ahora instrumentaliza la “paz”.

Ellos lograron convertir a las víctimas en violadores; a los rebeldes en “terroristas”; al Estado despojador en “protector”; a los ladrones y atracadores en “pacifistas” y “demócratas”.

Y lo hacen —además— utilizando la amenaza del “coco” uribista.

Es una verdadera estafa y chantaje en donde las víctimas terminan creyendo en su opresores y le “lavan la cara” a los “atracadores buenos”, a los que les perdonan la vida, para poder librarse del “atracador malo”, del asesino en la sombra.

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Un símil de cómo la “trampa ideológica” (el “síntoma” de que hablan Lacan y Zizek) consiste en ese “algo” que hay en nuestro interior que nos impide “ver” la realidad tal como es. Ese “algo”, en nuestro caso, no es otro que el “espíritu cortesano”.


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