Luis Alberto Rivas •  Opinión •  27/06/2016

Francia pierde la cara

Los gobiernos gastan sumas colosales en vender una imagen atractiva de su país a los inversores y turistas internacionales. Algunos países europeos sufragan departamentos de mercadeo de cara al exterior en múltiples campos: industrial, turístico, cultural…

En el caso de Francia, la suma invertida ha sido siempre acompañada de una imagen atractiva del país, trabajada desde hace décadas y facilitada por unas características geográficas y naturales que hacen de este país el primer destino turístico mundial. Al tiempo, hasta hace poco, Francia era sinónimo de «glamour», una palabra devaluada por su uso exagerado, para los ciudadanos de cualquier continente.

Por supuesto, las rivalidades comerciales y políticas dan lugar periódicamente a campañas de «french bashing» (ataques a Francia), provenientes en su mayoría de sus «aliados» norteamericanos y británicos, o, para ser más preciso, ingleses.

En el campeonato del mundo de los clichés, Francia se lleva la medalla de oro de lo que muchos consideran como arrogancia y poca humildad. Los más críticos con esa supuesta actitud francesa son también los ciudadanos de los países que más le admiran.

El video y la fotografía se han convertido en los últimos meses en los enemigos principales de la «Marca Francia». Los periodistas saben bien cómo unas imágenes fijas o en movimiento pueden ofrecer una idea distorsionada, o no, de la realidad. Por eso las dictaduras impiden a la prensa, nacional o extranjera, moverse libremente por su territorio.

Salvajes nacionales y extranjeros

Las imágenes de unos energúmenos atacando un vehículo de policías municipales en París, apaleando a su conductor y prendiendo fuego al auto en pleno centro de París, ofrecen al mundo un panorama de caos y ausencia de autoridad que para muchos es la señal para cambiar el billete de turista o la inversión económica hacia tierras menos intensas.

Esa imagen de violencia era el cénit de otras secuencias de las protestas contra las reformas laborales del gobierno socialista de François Hollande. Las autoridades francesas no fueron capaces de disociar las manifestaciones pacíficas contra la nueva ley del trabajo, de las acciones salvajes de grupos solo interesados en desafiar a los símbolos del Estado y destrozar el mobiliario público. Y el espectador de televisión o lector de periódicos, digitales o de papel, debería saber que cualquier periodista prefiere una foto o un video espectacular para ilustrar una protesta, aunque los fines de los violentos no tengan nada que ver con las exigencias de los manifestantes.

Café con desperdicios

En un París intramuros que se quiere vender como una maqueta de film de Walt Disney, la foto de la basura acumulada frente al mítico Café de Flore ha sido uno de los peores golpes a la imagen de la llamada «ciudad luz». Ese establecimiento de restauración hace tiempo que ha dejado de ser un centro de reunión de intelectuales o literatos. Sus sillas han sido invadidas por turistas japoneses y chinos que quizá desconocen lo que el café significó para la vida cultural de la capital en el pasado. Es lo mismo. Ahora no se trata de atraer a futuros escritores o filósofos y alimentarles de café. Se trata de sacarles los yenes y los yuanes.

Policía francesa

A los atentados terroristas del 2015 se le añadió la pasada primavera lo que algunos querrían que fuese «la primavera francesa», la protesta que liberará al país del gran demonio: el liberalismo y la austeridad inoculada desde la Unión Europea y el «panzer económico» alemán.

A las imágenes de destrozos callejeros, violencia, —de y contra— las fuerzas policiales, a las columnas de humo negro que bloqueaban los accesos a puertos, centrales nucleares o refinerías, siguieron las de las inundaciones y las crecidas del Sena, que hizo temer la repetición de las que convirtieron el centro e París en una Venecia forzada, en 1910.

Y aquí, las imágenes que han dado la vuelta al mundo, además de las tomas aéreas y de las evacuaciones de apartamentos y museos, fueron las de los tres policías municipales naufragando en una barca de plástico más propia para juegos de playa que para salvar a los ancianos atrapados sin luz y calefacción en sus buhardillas.

Preparativos para la Eurocopa 2016

La celebración de acontecimientos deportivos es algo por lo que las naciones se baten a golpe de marketing y promesas, que al fin y al cabo es lo mismo. Organizar un evento como la Eurocopa de fútbol costó mucho trabajo político y económico a la Francia de Nicolas Sarkozy. Para la Francia de François Hollande debería suponer un bálsamo que hiciera olvidar la agitación social. Pero parece increíble que el primer mandatario francés no conozca a sus propios compatriotas.

A la protesta y las huelgas de ciertos sectores, quizá los más privilegiados de la vida económica y social del país, se unieron otros que vieron en la EURO2016 la ocasión perfecta para poner contra la pared a un gobierno debilitado, que bate el récord de impopularidad en la historia del país.

La ceremonia de apertura del campeonato europeo, tan cursi y ñoño como suelen ser estos espectáculos, fue seguida de una de las realidades que pocos en Francia habían previsto: la aparición de los «hooligans», palabra que ya no hace falta traducir en ninguna lengua.

Las batallas campales de los primeros días de la competición hacía años que no se registraban en Europa. Pero lo más negativo de las imágenes era la incapacidad de las fuerzas del orden francesas para haber previsto y atajado lo que cualquier barman temía.

¿Estado de emergencia?

Francia vive desde la matanza de París del 13 de noviembre en estado de emergencia. O bien ese grado de alerta se ha devaluado y no significa nada, o bien las autoridades del país siguen siendo del país pero han renunciado a la autoridad.

Es esa autoridad a la que desafiaba de nuevo otro asesino yihadista que acuchillaba a dos policías en su domicilio, delante del hijo de ambos, de tres años. Para este hecho, las únicas imágenes las conservan los investigadores del nuevo atentado.

François Hollande sigue empeñado en presentarse a las elecciones presidenciales de 2017 a pesar de una gestión que las cifras económicas y los sondeos señalan como calamitosa. En su contra está también un sector de su propio Partido Socialista y varios cabecillas de esa organización, que no se frenan en pedir un cambio radical de política. Un cambio hacia la izquierda. En la calle, la movilización masiva del 14 de junio insistió en la misma petición.

La respuesta de Hollande a la crisis es intentar contentar a cada voz disidente sacando la chequera del dinero público. El Jefe del Estado francés confía en que a menos de un año de los comicios el desempleo se recupere lo suficiente como para vender la «recuperación». Y rezando laicamente para que el terrorismo no se convierta en primera página.

Aunque Hollande ganó puntos con la gestión de los atentados del pasado año, los franceses no parecen dispuestos a respaldar a un líder al que ni siquiera la comunicación ya funciona. Y esa es la imagen que en el extranjero también se tiene, por el momento, de Francia.

 

Luis Alberto Rivas es periodista y corresponsal de Sputnik en París.

Fuente: Sputnik

 


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