Roger Martelli •  Opinión •  19/09/2016

La izquierda en Francia: ¿explosión o reconstrucción?

En los últimos días se ha ampliado la lista de candidatos presidenciales para 2017. El “hollandismo” no está en su mejor momento. Pero sus  opositores están divididos.  Interpretación de una desintegración.

Después de Jean-Luc Mélenchon, Marie-Noëlle Lienemann, Girard Filoche, Philippe Poutou, Nathalie Arthaud, ahora Cécile Duflot, Benoit Hamon y Arnaud Montebourg quieren ser candidatos en 2017. Mientras tanto, el PCF duda, las primarias ciudadanas de toda la izquierda o de la izquierda de la izquierda se han estancado y una parte de la izquierda radical empieza a pensar que la abstención es la única manera de «piratear» las elecciones presidenciales de 2017. Once años después de la victoria del No en el referéndum sobre el Tratado constitucional europeo y cuatro años después de los buenos resultados de Mélenchon en las últimas presidenciales, la izquierda está perdida en la niebla.

Cécile Duflot o la incertidumbre ecologista

La candidatura de Cécile Duflot es la consecuencia inmediata de un fracaso prematuro, la candidatura salvación de Nicolas Hulot.  Una vez que el «Sr. transversal» por excelencia se retirase, los verdes de EE-LV están al borde del abismo, y a los amigos de Duflot solo les queda lanzarse a la aventura en solitario bajo la bandera de EE-LV.  Cécile Duflot tiene entre sus méritos haber dirigido la organización un período inusualmente largo (2006-2012), ha ganado talla nacional mediante la participación en el gobierno Ayrault y haber roto con la lógica del gobierno antes que muchos de sus competidores en la izquierda.  Cree que su fuerza reside en ser un punto de equilibrio en una organización desorientada por los múltiples abandonos, principalmente de su «derecha» (Jean-Vincent Place, François de Rugy, Emmanuelle Cosse).  También puede rentabilizar su singularidad en tiempos de debates marciales y sobre la seguridad.  Probablemente sea una de las pocas que hayan desafiado esta lógica de la guerra.

Pero su candidatura es también de alto riesgo. La imagen de los Verdes se ha deteriorado considerablemente en el último período, al mismo tiempo que la temática ecologista se ha difundido por todo el paisaje político de la izquierda.  Además, la elección presidencial no es la más favorable para los ecologistas.  Las elecciones previas, con Dominique Voynet en 2007 y Eva Joly en 2012 como candidatas obtuvieron resultados calamitosos para los Verdes, solamente Nöel Mamère pudo sacarse de encima la espina en las elecciones de 2002 (5,25%).  De manera más general, los ecologistas han salido de su incertidumbre cuasi consustancial.  Desde principios de 1990, cuando decidieron con D. Voynet situarse en la izquierda, los Verdes oscilan entre dos tentaciones: ser los sucesores de una socialdemocracia obcecada en una mutación difícil, que puede empujarles a los bordes del “social-liberalismo” o de un espíritu «liberal-libertario»;  o empujar, en la medida de lo posible, la lógica del antiproductivismo y el liberalismo social, lo que llevaría a la ecología política al espacio de la izquierda «radical».  Está claro que los últimos dos años, con su participación en el gobierno provocando una crisis interna, no han aclarado el posicionamiento de una organización cada vez más fragmentada.  Por consiguiente, los márgenes de maniobra ecologistas pueden ser muy estrechos en el contexto de una oferta política ya sobrecargada.  Cécile Duflot está apostando por articular las reivindicaciones sociales, el paradigma del medio ambiente y la exigencia ética y «social».  Tendrá problemas para agrupar votos en estos tres espacios a la vez.

Benoît Hamon o el relanzamiento socialdemócrata

El compromiso de Benoit Hamon es de otra naturaleza.  Se coloca abiertamente en la lógica interna de la familia socialista.  Holanda y Valls eligieron comprometer el PS en la vía del «liberalismo social» británico, alemán, español e italiano.  Rompieron de esa manera con la historia de la socialdemocracia europea del siglo XX.  Como en toda Europa, esta opción divide a los partidos socialistas y los sumerge en una fuerte  crisis doctrinal y organizativa.

La apuesta de Benoit Hamon es doble.  A corto plazo, espera unir a la oposición socialista a la pareja de Hollande-Valls, conseguir un movilización militante, batir al futuro candidato del ejecutivo en las primarias y, sobre esta base, sumar en la primera ronda a una parte de la izquierda de la izquierda, incluyendo al electorado comunista.  A más largo plazo, vuelve los ojos a la experiencia británica.  El ejercicio del poder, según este ejemplo, promueve cíclicamente una opción social liberal considerada más realista, lo que juega más bien a favor del actual Presidente Hollande.  Sin embargo, la vuelta a la oposición podría causar una explosión hacia la izquierda, como la que ha llevado a Jeremy Corbyn a la cabeza del Partido Laborista en el Reino Unido.  Pero incluso si Hollande gana la batalla de las primarias, lo más probable es que la derecha radicalizada prevalezca en 2017. En ese caso, Hamon aparece ya como un posible sucesor, un líder creíble para la futura oposición de izquierdas.

Sobre el papel, los cálculos del líder socialista no son absurdos.  No obstante, se enfrenta a un triple desafío.  Tiene que convencer primero a toda la oposición socialista de  izquierda que tiene la capacidad y el carisma suficiente para reunir a la familia socialista.  Por otra parte, su errático caminos, desde su entrada en el gobierno Valls hasta su salida no deseada o controlada, pone en duda su determinación.  Por último, en términos más generales, no es seguro que el retorno a una lógica socialdemócrata tradicional sea relevante y atractiva, especialmente contra la radicalización de la derecha impulsada por un Frente Nacional en ascenso.  Básicamente, la opción favorecida por la izquierda del PS no se diferencia de la de Lionel Jospin en 1997 («economía de mercado sí, sociedad de mercado no»).  Pero este modelo de gestión, entre 1997 y 2002, coincidió con la derrota más aplastante del socialismo y el mayor avance del Frente Nacional.

La tentación de Montebourg

Arnaud Montebourg , a pesar de sus atronadoras declaraciones, sigue siendo el último candidato en liza.  Puso en escena cuidadosamente su candidatura en los últimos meses. Ha cultivado la imagen de un hombre dinámico, sin complejos, pero cuidadoso, capaz de asumir el manto presidencial.  Combina un industrialismo a la «Colbert» clásico con el vigor de la «desglobalización»; se considera socialista, pero «no sólo»; hace guiños al gaullismo histórico, corteja incluso a los comunistas con su discurso nacional, sin llegar a plantear los temas de ruptura con la Unión Europea.  En pocas palabras, no dice, como el Chevènement de 2007, que está más allá de la división izquierda-derecha, pero …

En un contexto de desintegración de los puntos de referencia fundamentales, a  izquierda y derecha, Montebourg no carece de activos.  El hecho es que el hombre de la «des-globalización» y «VI República» es también el que optó por Ségolène Royal en 2006, el que apoyó a Hollande contra Martine Aubry en la segunda ronda de las primarias socialistas de 2011 y ha hecho todo lo posible para que Valls fuese jefe de gobierno tras Jean-Marc Ayrault.

En cuanto al programa que presentó en Frangy, si bien implica medidas perfectamente aceptables para la izquierda, las inscribe en una lógica global incierta.  En cuanto al fondo, nada la distingue la lógica socialista anterior, que prometía mucho, pero sin cuestionar las lógicas pesadas que estructuran nuestra época.  ¿De qué sirve anunciar un fortalecimiento de la acción del Estado, si no se atacan los mecanismos financieros estructurales que acompañaron a la globalización neoliberal y precipitaron la crisis del estado de bienestar?  Una vez más, muchas promesas que sólo comprometen a los que se las crean.

En resumen, Montebourg pasa por alto las exigencias de todo un período histórico, que no se limita a los cuatro años de la gestión de Hollande del poder.  En general, el “industrialismo” es incompatible con la necesidad de replantear los métodos de producción, centrándose en el concepto de utilidad social, sobriedad y durabilidad. El “colbertismo” ignora que no es suficiente alabar el papel del Estado, sino que hay que redefinir el significado de los servicios públicos a partir de conceptos como la autonomía, la participación de los usuarios y agentes de los servicios públicos: en definitiva, que se debe liberar el espacio público de estatismo.  El keynesianismo no tiene en cuenta la necesidad de redefinir las modalidades de la creación de riqueza y el papel del sistema financiero.  En cuanto al nacionalismo de su discurso, subestima la necesidad de pensar de un modo nuevo la relación entre todos los territorios,  de lo local a lo global, lo que significa la liberación de todos los territorios sin excepción de la doble supervisión administrativa de la gestión pública.

En resumen, la lógica de una candidatura «agarralo-todo» no puede ser actualmente la de una izquierda desorientada por décadas de retrocesos socialistas, que  Arnaud Montebourg ha acompañado pacientemente hasta hace muy poco.  El señuelo es siempre tentador;  más que nunca, está llego de graves peligros.  Una pizca de Jaurès, una cuchara de Chevènement y las especias de la «izquierda popular»: no funciona …

La izquierda de la izquierda

Así que una vez más la izquierda de la izquierda se enfrente a lo desconocido.  En nombre del reagrupamiento de «toda la izquierda», puede encontrarse de nuevo a la cola de variantes socialdemócratas inciertas, fuentes de futuros desastres en el corto o largo plazo.  Por ahora, el PCF no ha dado señales de rechazar esas opciones.  Si no lo hiciera, sería un golpe mortal a la tradición comunista y el espíritu consecuente de la izquierda.  Asimismo, no obtendrá ningún beneficio electoral inmediato, especialmente en las peligrosas legislativas de 2017. E imposibilitará que la cultura comunista  encaje en la reconstrucción ambiciosa de una izquierda que mayoritariamente recupere  la lógica de ruptura con el «sistema».

En el actual panorama político, la posición más consistente a la izquierda de la izquierda sigue siendo la de Jean-Luc Mélenchon, se piense lo que se piense de tal o cual de sus comentarios.  A diferencia de todos los otros candidatos de izquierda, se ha situado de forma continua, durante casi quince años, en la corriente crítica de la izquierda francesa, la que ha estado en el movimiento por la justicia global y la opción antiliberal, la que ha regado la dinámica del Front de Gauche, que, de 2005 a 2012, ha encarnado la esperanza de un movimiento social en ascenso y de una izquierda que recuperaba sus valores fundamentales.

Es esta parte del espacio social y política el único capaz de revivir la esperanza social y democrática de una sociedad desorientada.  Su ambición debe ser amplia, no debe replegarse sobre sí mismo y abstenerse de cualquier espíritu de exclusión con respecto a cualquier persona que quiera romper con el espíritu dominante: es obvio aunque todavía no sea así.  Pero todo eso no impide que sea el eje de la recomposición necesaria.  Esto requiere una gran cantidad de innovación y romper con los viejos hábitos.  Pero dar la espalda a esta historia común reciente sería una locura.

Los comunistas serían fieles a sí mismos situándose en esta óptica y uniendo fuerzas con JL Mélenchon. Pero, a cambio, este debe, más que nunca, desterrar a todos los que, de una manera u otra, pueden poner en peligro la vuelta a la dinámica virtuosa de 2012. Que hay que tener en cuenta el agotamiento del sistema de partidos es una cosa, que debemos encontrar nuevas formas más flexibles, más fluidas, para involucrar a personas independientes también es cierto.  Pero, sobre todo, en el caso francés, nada sería más contraproducente que ignorar que lo nuevo y lo viejo continúan a entrelazarse, que decenas de miles de personas siguen inscritas en el universo de los partidos políticos, que el Partido Comunista, aunque debilitado, es una fuerza militante, un patrimonio que no consiste solo en los “comunistas de carnet”.

No podemos afirmar la continuidad del proyecto contenido en el programa «Primero lo humano» y acostumbrarse a la división de los que lo defendieron ayer.  Ha llegado la hora de la responsabilidad.  La proliferación de candidaturas críticas con el «hollandisme» es a la vez una realidad, una oportunidad y un riesgo.  Las fuerzas que componían el Front de Gauche tienen una gran responsabilidad: el sectarismo impide la agrupación de fuerzas;  la confusión erosiona el carácter subversivo de las posibles alianzas;  si nos damos la espalda se necrosará lo que fue y sigue siendo un fermento de esperanza.

Que cada uno saque las consecuencias.

(1950) es un historiador del movimiento comunista. Antiguo dirigente del PCF, actualmente es co-director de la revista mensual Regards y ha sido copresidente de la Fundacion Copernic junto con Anne Le Strat hasta 2009.

Fuente:

http://www.regards.fr/web/article/gauche-explosion-ou-reconstruction

Traducción:

  • G. Buster

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