Frank Agüero Gómez •  Opinión •  10/09/2017

Terrorismo: Más allá de explosiones y víctimas

Al igual que febrero es del amor y mayo de las flores, septiembre podría ser reconocido como el mes del terrorismo, a juzgar por los hechos de esta índole que ocurrieron en la tercera parte de la pasada centuria y principio de ésta.

Dieciséis años se cumplen del horrendo atentado contra las Torres Gemelas, en Nueva York, que dejó un listado de 2 973 muertos y 24 desaparecidos en una sola mañana, y el pretexto para oficializar la doctrina de Guerra contra el terrorismo, bajo la tutela de Estados Unidos.

Veintiocho años antes de aquel 2001, también un 11 de septiembre, el presidente Salvador Allende ofrendó su vida sin ceder ni un ápice al reclamo de los militares golpistas .La asonada terrorista era el último capítulo de un vasto plan desestabilizador, contra el gobernante socialista empeñado en reivindicar los recursos naturales de su país y aplicar un programa de justicia social

Veintiún años antecedían a la catástrofe de Las Torres Gemelas, cuando en la metrópoli neoyorquina, el mismo día de septiembre pero de 1980, un diplomático cubano resultó asesinado, al estallar una bomba en el automóvil que conducía.

Un año después de ese hecho, el 11 de septiembre de 1981, terroristas de origen cubano se atribuyeron la colocación de sendos artefactos explosivos en las sedes de los consulados mexicanos en Miami y Nueva York, y en los locales de la revista Réplica, publicación defensora del diálogo de la emigración cubana con el gobierno de la isla.

Al año siguiente, pocos días antes de la misma fecha, repitieron sus ‘hazañas’ en Chicago y en el consulado de Venezuela en Miami, en esta última para exigir la libertad del terrorista Orlando Bosch Ávila, sancionado en la nación sudamericana por su coparticipación en el atentado al avión de Cubana en octubre de 1976, con saldo de 73 pasajeros y tripulantes muertos.

En pleno renacer de la industria turística cubana, los enemigos de la Revolución de la isla lanzaron contra ésta todo su odio. De la propaganda pasaron a reeditar los métodos terroristas utilizados ampliamente en las décadas del 70 y el 80.

El 4 de septiembre de 1997 se produjeron detonaciones de artefactos en lugares habaneros frecuentados masivamente por visitantes: el restaurante La Bodeguita del Medio y los hoteles Nacional, Tritón, Chateau-Miramar y Copacabana.

Como consecuencia de la explosión en el Copacabana, resultó muerto el joven turista italiano Fabio Di Celmo y peligró la vida de decenas de niños que visitaban ocasionalmente. Ese mismo día las autoridades cubanas detuvieron al ciudadano salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León, autor material de la mayoría de estos sabotajes, que confesó haberlos realizado bajo dirección y financiamiento del cabecilla terrorista Luis Posada Carriles, quien asumió públicamente la responsabilidad por estos y similares actos criminales en distintos territorios de la isla .

Bosch y Posada, máximos propulsores de los métodos de ‘bomba’ y ‘sangre’ para ‘acabar con el comunismo’ en Cuba, se pasearon libremente por las calles de Miami, beneficiados por sus socios y protectores, mientras el entonces Presidente de Estados Unidos recepcionaba pedidos de indulto y gestionaba acogida en terceros países para asesinos de este tipo, tipificados como los Bin Laden del continente.

El saldo de una parte cuantificable de similares acciones ejecutadas contra la isla asciende a 3 478 fallecidos y 2 099 personas mutiladas e incapacitadas, además de daños a la economía calculados en 121 mil millones de dólares. Son cifras superiores a las víctimas y pérdidas del criminal atentado de Nueva York en 2001, aunque de aquellas raramente se recordarán en la prensa defensora de la libre empresa

MASACRES IMBORRABLES

Sin excluir centenares de actos de este tipo realizados contra Cuba en otras fechas, los que vieron o conocieron las escenas del 11/9/2001 no las podrán olvidar. Aún están frescas las imágenes de los dos aviones con pasajeros perforando las Torres Gemelas como si fuesen pasteles, miles de transeúntes aterrorizados y columnas de humo negro saliendo de edificios repentinamente desplomados, cuerpos de personas lanzadas desde alturas mortales para escapar de las llamas, el ulular de ambulancias abriéndose paso entre escombros y vehículos destrozados. Aún están ocultas investigaciones sobre este hecho..

Tampoco se borra de la memoria la escena del barrio Tomás Moro de la capital austral, ardiendo aquel 11 de septiembre de 1973. El fascista que encabezó el golpe en Chile, asesorado por la Embajada de Estados Unidos bajo orientación directa del secretario de Estado Henry Kissinger, falleció hace pocos años, dejando una estela de polémica sobre su herencia, parte de ella el irreparable dolor por los miles de muertos y torturados, desaparecidos y exiliados del régimen pinochetista. Típico terrorismo de Estado exportado a los vecinos del sur con la Operación Cóndor.

Contra Augusto Pinochet no hubo ni una sola palabra de reproche por las autoridades de Washington. Todo vale en la guerra contra el comunismo, gustaba decir el dictador chileno.

RETÓRICA DOCTRINARIA

En nombre de la lucha contra el terrorismo, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos se fueron a la guerra contra Afganistán, Irak, Libia y no se sabe por cuántas decenas de veces, antes de su retirada de esos países, multiplicaron la cifra de muertos en comparación con los caídos hace 16 septiembres, y siguen sumando….

Esa doctrina fue el pretexto para envolver a potencias europeas en las aventuras norteamericanas en el Oriente medio y dio origen a un peligroso cerco militar dirigido contra Rusia, China y otros países de la zona que siguen políticas no aprobadas por Washington.

Sirvió, además, para revitalizar viejos métodos como la tortura a prisioneros y sospechosos de colaborar con el supuesto enemigo, conceder salvoconductos a los soldados norteamericanos para cometer ilegalidades en escenarios foráneos, y exacerbar desconfianza y tendencias xenófobas hacia millones de emigrantes del Tercer Mundo que se vieron obligados a radicarse en Estados Unidos y otras naciones europeas.

Basado en presupuestos de seguridad nacional, dicho concepto permitió aplicar severas restricciones a los ciudadanos norteamericanos en su propio territorio, entre ellas la violación de la privacidad garantizada por derecho constitucional.

George W.Bush, adalid de la consigna ‘Todo contra el terrorismo’, se valió de ella para declarar enemigos potenciales a 60 o más países, a los cuales denominó ‘oscuros rincones’ del planeta. Cada semestre el nuevo inquilino de la Casa Blanca informa a la nación sobre los pírricos avances de su guerra personal contra ese flagelo, incluyendo o descontando en espurias listas a los que no se doblegan al dominio imperial de Estados Unidos.

No pocos han criticado esta retórica ofensiva, que victimiza a los ciudadanos del llamado Primer Mundo y excluye a millones oriundos de países no afectos a las doctrinas que siguen los mandatarios de la primera potencia mundial.

Al cabo de tantos años, el mal de raíz no se ha contenido, pero se transformó mediáticamente en el fantasma al que se atribuyen todos los desequilibrios de un mundo donde no desaparecen la desigualdad y la injusticia, al par que crecen las luchas sociales y los reflejos de tales contradicciones en las mentes de no pocos individuos. (Tomado de Semanario Orbe)


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