Alvaeno •  Opinión •  04/12/2017

Por si las moscas…

Cómo cada mañana, ella se despertó sin necesitar el despertador como lo había hecho desde que tenía uso de razón, aquella que la venía asistiendo desde tan temprana edad, aunque esto no le había válido de mucho en el mundo en que vivía en el que la razón, entre otras, había emigrado con toda seguridad a otro planeta.

En el lecho, en el lado derecho todavía existía el aroma que él había dejado, al menos ella lo podía oler como si aquel dulce olor del cuerpo del hombre con el que había dormido tantos años fuera a no escapar nunca como lo hizo él, pero esto es otra historia.

La mujer hizo como cada día lo mismo como si llevara el guión de su vida aprehendido bajo la piel, no sin antes acariciar aquella geografía del lado de la cama que ahora le parecía un páramo. Todas las mañanas lo hacía desde que él se fuera, recordó la frialdad de la cama en la noches sin él, y cómo cada día siguió marcialmente cumpliendo con su programa: primero, baño, ducha, luego café y tostadas, para terminar despertando a los niños, sí, los niños, dos lindos hijos, una niña de seis años y un niño de trece, ambos nacidos de dos de sus grandes relaciones, pero ¿quién quiere hoy en día a una mujer con este fardo? Se dijo mientras el humeante café caía en chorro sobre la taza.

Mientras los niños se levantaban ella, como siempre, hojea la prensa, ya no en papel, algo obsoleto, sino en su último aparato, algo totalmente actual. Y como siempre nada nuevo bajo el sol, la prensa solo traía las noticias que el poder le dictaba, así que crisis, paro ascendente, pobreza, precariedad, corrupción, el tiempo y deportes, fútbol, siempre lo mismo, una escena repetida cada día, la misma escena que se repetía como una letanía de campanas que doblaban a muerto, pero ¿por quién doblaban las campanas? Se preguntó en el preciso instante en que comenzó a echar un vistazo a la sección de trabajo, nada nuevo tampoco, y ella ya llevaba en el paro tres años viviendo de la ayuda social, y nada, con cuarenta y ocho años, con dos hijos, no era fácil para ella encontrar un precario puesto, aunque fuera de cajera en uno de aquellos súper mercados que explotaban a los empleados y nadie hacia nada, como tampoco nadie hacía nada para acabar con la corrupción de los políticos, para acabar con la precariedad en la que un gran porcentaje de personas vivía, más al lado frío de la pobreza que al lado cálido que otorga tener una vida y empleo dignos.

Los niños llegaron a la cocina, en la mesa el desayuno preparado, al menos durante tres meses tendrían comida gracias a la beneficencia. Qué lindas y sonrosadas caras tienen mis niños, pensó dándole un beso a cada uno, la pequeña protestó como siempre porque decía que no le gustaban los besos, el mayor no dijo nada, estaba como absorbido por su nuevo móvil, porque para comer, puede que esta familia no tenga, pero, eso sí, para móviles última generación Sí,  que luego la gente dice…, pero nadie hace nada…


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