Impressões de um Informático •  25/02/2021

Ley Trans: una perspectiva diferente

Ley Trans: una perspectiva diferente

Los últimos tiempos del gobierno de Mariano Rajoy estuvieron muy marcados por el conflicto catalán. Aunque ahora parece haber pasado tanto tiempo, antes del 1 de octubre de 2017 se hablaba habitualmente de que iba a haber un choque de trenes entre los defensores del «procés» y quiénes sostenían la necesidad de salvaguardar el orden constitucional y territorial de España a toda costa, dibujando así la imagen de dos maquinistas chalados que dirigían a los pasajeros de sus trenes hacia la catástrofe, sin que ninguno de ellos se dignase a buscar otras soluciones más que esperar a que el otro se aparte. En la celebración de aquel referéndum se enviaron a decenas de miles de efectivos policiales para detener una votación que estaba teniendo un índice de participación masivo, produciéndose escenas de brutalidad policial. Con ello se inició un ciclo de protestas en Catalunya con la presencia de los CDR, que continuó con la persecución y condena de los líderes del independentismo catalán, en procesos judiciales con muchas sombras.

Se pueden hacer muchas lecturas de aquel proceso, pero la identitaria es la que aquí me interesa reflejar. El choque era entre visiones identitarias y excluyentes. Por un lado el independentismo que defendía la unilateralidad como única forma de romper el inmovilismo estatal, confiando ciegamente en el derecho de los pueblos a su soberanía, base de la democracia, considerando que Catalunya era un pueblo y una nación que debía decidir su futuro, ello aunque una mitad de catalanes no apoyasen esta vía. Del otro las fuerzas centralistas, más movilizadas en el resto del Estado español que en Catalunya, convencidas de que todos los españoles, incluidos los catalanes y sus instituciones, eran parte de España y debían someterse al «orden constitucional que nos habíamos dado entre todos» y al «imperio de la ley», sin el cual no puede existir democracia. Ambas visiones tenían parte de razón y su razón de existir tanto histórica como emocional. Aunque podamos simpatizar más con una u otra opción, a priori tampoco podríamos calificar ninguna de ellas como más de «izquierdas» que la otra.

Para el independentismo más excluyente, quienes estaban enfrente era la pura evolución del franquismo y todo aquel que se opusiese o no apoyase su proceso era calificado de franquista, «ñordo», antidemocrático o colono español, algo que fue acentuado desde el 1 de octubre y el aumento de la represión, calificando a cualquiera de cómplice de la represión, amigo de los carceleros, etc. Para el centralismo español más ultra, todo el que no apoyase la represión policial y judicial contra los catalanes era calificado de «golpista», «batasuno», «enemigo de España», etc, aunque había posiciones más «moderadas» que simplemente calificaban a los independentistas como delincuentes, fugados de la justicia, enemigos de la libertad y la constitución, pretendiendo desmarcarse del clásico identitarismo fascista y asumiendo simplemente un constitucionalismo más o menos impostado. Unos y otros amoldaban la realidad a su identidad y la arrojaban contra el contrario, mientras la mayoría de la sociedad esperaba algo más de responsabilidad de los partidos políticos y de sus representantes en las instituciones.

En aquellos momentos existió una parte de las fuerzas políticas catalanas y españolas que apostaron por otra vía, que era la del pacto y el reconocimiento mutuo entre realidades nacionales e identidades, y la necesidad de llegar a acuerdos más allá de la unilateralidad de unos y del inmovilismo de otros. Fueron calificados por unos como «equidistantes» y por otros como «cómplices de los enemigos de España». Sin embargo esa es la posición que terminó echando a Rajoy de la Moncloa, ganándose a la mayoría de su representación parlamentaria de Catalunya incluyendo la mayoritaria dentro del independentismo catalán, fortaleciendo tanto la imagen de España como el discurso y la práctica de una plurinacionalidad en nuestro país, aunque esta no esté fielmente reflejada todavía en la Constitución y en determinados ámbitos estatales. Con ello se enfriaron las ansias independentistas de Catalunya y se inició además un nuevo tiempo en el que el objetivo era llegar a acuerdos y pactos, frenar la represión contra el independentismo incluso llegando al indulto si fuese necesario.

El actual gobierno de coalición llegó para solucionar muchos problemas, incluido el identitario de clave nacional, en el que jugaron un papel crucial Unidas Podemos y los comunes.

Sin embargo, resulta paradójico que el gobierno de coalición esté cayendo actualmente en otro conflicto identitario y en este caso no esté sabiendo resolverlo con el diálogo. En el debate de la Ley Trans, aunque puedan hacerse muchas otras lecturas, el peso más importante ahora mismo es la visión identitaria de dos bloques que parecen condenados a otro choque de trenes. Aquí no hay porras de la Policía, ni quemas de contenedores, ni «jordis» subidos a coches de la Guardia Civil, pero hay mucha violencia verbal sobre todo en redes, se han roto asambleas del 8M, amistades, militancias de partidos con fuerte disciplina interna y además va camino de romper el gobierno o como mínimo minar sus apoyos tanto en votos como a nivel social. Es por eso que escribo ese artículo, para exponer por qué lo veo un conflicto identitario y cómo evitar que vaya a más. Nos va el futuro en ello.

El choque de trenes: del borrado de las mujeres a los derechos de las personas trans

En esta ocasión, hay dos bloques que se han ido formando con el tiempo, y que hasta hace bien poco no tenían conciencia de existir. Para la inmensa mayoría de personas del feminismo y de la izquierda en general, hasta hace bien poco no existía ningún debate. Sin embargo, la Ley Trans se ha ido abriendo paso sin oposición interna, sobre todo en Unidas Podemos, lentamente y en comunidades autónomas, sin que la inmensa mayoría de la militancia tuviese conciencia de los detalles, más allá de lo evidente que es ampliar derechos para aquellas personas que no los tenían. Nadie sabía qué era una persona cis, qué diferencia hay entre transgénero y transexual, qué es el binarismo o el género fluido, etc. Esta ley, sin embargo, trae cambios mayores y ello ha abierto el debate en la sociedad, un debate que se está abriendo en espacios militantes ajenos a los partidos políticos, que no han sabido canalizar este debate de una forma racional y civilizada.

Por un lado el tren del feminismo radical (rad-fem), que considera que la ley trans es un retroceso sin precedentes en los derechos de las mujeres. Argumentan que la nueva ley permitirá un fraude masivo de hombres que declaren ser mujeres para acceder a espacios que hoy por hoy solo están destinados a mujeres. Los hombres podrían entrar en baños de mujeres para cometer violaciones o abusos, competir en deportes contra mujeres sin estar siquiera hormonados (teniendo así mayor capacidad física), ir a cárceles de mujeres si cometen un delito, incluso saltarse la ley de violencia género declarando que son mujeres. Se denuncia el hecho de que haya personas con aspecto, voz y nombre clásicamente de hombre, que podrán definirse como mujeres solo con ir al registro civil. Denuncian que detrás de esta ley está el lobby queer, una conspiración internacional para borrar a las mujeres, acabar con los derechos que se han ido conquistando por el feminismo y llevar finalmente al objetivo más importante que sería aprobar los vientres de alquiler y la legalización total de la prostitución de mujeres.

Por otro lado el tren de los defensores más recalcitrantes de la Ley Trans, que consideran que quienes tienen dudas con esta ley o se oponen a ella lo hacen por tener convicciones ultraconservadoras cercanas a la extrema derecha, o estar vinculados de alguna u otra forma a grupúsculos como Hazte Oír («los niños tienen pene y las mujeres tienen vulva»). Quienes se oponen a esta ley serían pues tránsfobos, que odian y criminalizan a las personas trans por lo que son, o simplemente tienen intereses partidistas que anteponen a los derechos de los demás. Incluso muy a menudo el mero intento de abrir el debate sobre la ley se zanja con proclamas como que «los derechos no son negociables, las personas trans son mujeres». Argumentan que las personas trans deben tener los mínimos impedimentos posibles para poder vivir su sexualidad y su identidad sin coacciones de ningún tipo, ni tutelas por parte de nadie, al igual que lo hacen las personas «cis» (los hombres y mujeres no trans). No puede haber tutela ni de personal médico, que sería patologizar su identidad, ni de unos padres que puedan oponerse al libre desarrollo de la identidad del menor, por cuestiones ideológicas. Los defensores de esta ley consideran que el género debe poder autodeterminarse a voluntad, siendo únicamente un mero trámite administrativo. Argumentan que los beneficios de dar derechos a este colectivo, uno de los que tienen índices más altos de suicidios y de paro, es mucho más importante que los casos que pueda haber de fraude, que en todo caso serían algo testimonial, y acusan a los que denuncian esa posibilidad de hacer lo mismo que el machismo hace hablando de las «denuncias falsas» por violencia de género.

Pero como comentábamos al principio, estas diferencias han llegado al plano institucional. El feminismo radical ha encontrado un aliado en la dirección actual del PSOE, con Carmen Calvo vicepresidenta primera del gobierno fijando la posición públicamente, apoyándose en su histórica lucha de las mujeres del partido en favor de la igualdad, lucha que ha mantenido entre sus principios la abolición de la prostitución y la oposición a los vientres de alquiler, entre otras. Por otra parte los defensores de la ley trans han encontrado como mayor aliado a Unidas Podemos, con Irene Montero ministra de Igualdad asumiendo el desgaste de esta lucha, un espacio político que es el del PCE e IU, que históricamente ha impulsado los cambios más ambiciosos en materia de igualdad y reconocimiento a las personas trans, habiendo logrado la aprobación en varios parlamentos autonómicos de leyes que reconocían a las personas trans. Pero a pesar de la polarización en la dirección, en ambos partidos hay importantes disensos, como el que representa Carla Antonelli, diputada del PSOE en la Asamblea de Madrid y mujer trans, que defiende esta ley, y personas en las bases de IU y Podemos que no tienen clara la ley o directamente la rechazan (véase por ejemplo la expulsión de Lidia Falcón y del Partido Feminista de Izquierda Unida por este motivo).

Los disensos internos en los partidos están llevando a una gran desafección en muchos militantes y votantes, dado que las direcciones no están sabiendo encauzar el debate y en muchos casos se está saldando con expulsiones o con la propia baja del militante por no encontrarse cómodo. Es habitual en la izquierda que causas que solo afecten a minorías se resuelvan en espacios específicos en los que intervienen solo aquellas personas interesadas, y el resto de personas las apoyen sin más. Hoy por hoy las direcciones asumen lo acordado en esos ámbitos y no han abierto un debate necesario, ni siquiera en clave formativa interna. Pero además el pensamiento general en las bases suele ser el de una tremenda pereza, las cosas de colectivos minoritarios no interesan, ni la terminología tan específica que trae, y además por desgracia tampoco interesan demasiado las cosas de las mujeres, de la mitad de la población. El debate corre entre las bases, pero no encauzado en las estructuras internas.

La necesidad de pacto entre iguales (racionalizar el debate)

Al igual que ocurre con otros tipos de conflictos identitarios como podrían ser los de caracter religioso, en los que la solución pasa por una convivencia entre confesiones para evitar que ninguna se sitúe por encima de la otra; al igual que ocurre con conflictos identitarios de tipo nacional en las que la solución es el pacto o federación, asumiendo que cada identidad tiene su espacio y pueden entenderse sin excluir a la otra; aquí hay dos identidades que deben reconocerse mutuamente, entender las dudas y reivindicaciones de la otra parte, racionalizar el debate sin caer en el desánimo y el enfrentamiento, y llegar a acuerdos. Para ello:

  1. Cada persona debe mantenerse en sus espacios de militancia y activismo para abrir este debate de una forma sosegada y civilizada, con el compromiso de su llegar a acuerdos de entendimiento. No romper los puentes por este debate. No hay alternativa a reconocerse y pactar, en todos los ámbitos, o pasaremos al enfrentamiento destructivo y autodestructivo, del que otros recogerán las cenizas y los mandos de las instituciones, con intenciones mucho menos amables con mujeres y personas trans.
  2. Se debe evitar el pensamiento conspiranoico de que detrás de los defensores de la ley trans está el lobby de los vientres de alquiler y la regulación de la prostitución, o que detrás de los detractores está la transfobia, la agenda de Vox y los lobbies de la extrema derecha. El pensamiento conspiranoico tiende a demonizar al contrario y atribuirle tal maldad, que cualquier entendimiento parece imposible. Hay que asumir que en ambas posiciones hay personas con ideas legítimas, hasta hace poco aliadas en múltiples frentes, y que si el debate no estalló antes es porque nunca antes se había planteado una ley que tenga el alcance de esta. Obviamente existen los lobbies citados, pero no se puede reducir al contrario a títere de nadie.
  3. Quienes defienden a las personas trans no pueden olvidar que la ley y el debate público tiene que permitir un tratamiento específico de las mujeres tal y como se las entendía hasta ahora (lo que llaman mujeres «cis» y que es la base identitaria del feminismo radical), y por otro el de aquellas personas a las que se intenta dar derechos (personas trans, el cuerpo identitario de quienes defienden la citada ley). El discurso de «son tan mujeres como las otras», puede ser cierto en clave emocional o identitaria, pero materialmente son personas de colectivos diferentes y que deben ser analizados por separado, sin que ello deba ser tachado de transfobia o de querer cuestionar derechos.
  4. El feminismo radical debe entender que hay personas que no se sienten a gusto con el actual tratamiento legal y que se sienten tratadas como enfermas por parte de personal médico. Muy a menudo se ridiculiza a personas trans porque no se las cree, obviando que actualmente ya existe este tipo de personas, gracias a la ley de 2007. Y también existen menores trans actualmente. Esta ley pretende acabar con aspectos burocráticos que las personas trans enfrentan hoy día.
  5. Las personas trans deben entender que las dudas legítimas de un posible fraude no puede ser calladas con la fe en que nadie se aprovechará de la ley. ¿Sería tan extraño que surgieran hombres extremistas que, precisamente para atacar al feminismo y a la izquierda, cambiasen de género de forma puntual para hacer propaganda política y denunciar esta ley? No seamos ingenuos, lo harán si la ley lo permite, y luego volverán a su género. ¿Podríamos estar cambiando la tutela médica por una tutela judicial, más costosa y dirigida por un sector más derechizado y conservador del Estado? ¿Es posible simplemente garantizar que la supervisión médica sea más controlada y regulada para evitar situaciones desagradables, y así no eliminarla completamente? Yo no tengo la respuesta.
  6. Muy a menudo en el feminismo se ha señalado la influencia del machismo tanto en hombres como en mujeres, se ha hablado de «micromachismos», de deconstruir la masculinidad para detectar aspectos negativos que existan… Sin embargo es un tabú hoy día sospechar que existan comportamientos masculinos en mujeres trans. Desde el feminismo radical se suele denunciar la primacía en el debate público que están teniendo las mujeres trans, en contraste con los hombres trans. ¿Es posible que aquí siga habiendo aspectos machistas en el comportamiento de muchas mujeres trans?
  7. Deben estudiarse friamente ejemplos de otros países en los que ya se han planteado leyes similares, para hacer leyes mejores y evitar posibles errores. Debe argumentarse con datos y evidencias claras, las razones de unos y otros, si hay «fake news» explicar claramente por qué lo son.

Estos y otros puntos es necesario hablarlos desde el respeto y el reconocimiento del otro, pues estamos condenados a entendernos. No hay atajos al entendimiento y para el avance de derechos. Quizás sea necesaria una mesa de diálogo como la que este gobierno abrió entre el ejecutivo central y el gobierno catalán, en la que se pacten unos mínimos que a veces puedan parecer insostenibles, pero que nos permitan avanzar. No lo sé, pero debe intentarse algo similar. En las bases de los partidos debe abrirse el debate, donde se alcancen compromisos firmes, pero prudentes, a los que lleguemos todos.


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Impressões de um Informático 

Soy programador informático y activista a favor del software libre. Simpatizo con diversas causas como puede ser la libertad de la información, el socialismo, la coexistencia pacífica, el feminismo, el derecho de autodeterminación de los pueblos, el ateísmo, la libertad lingüistica, la autogestión obrera, la unión de la clase trabajadora, la solidaridad y cooperación entre los pueblos o el antifascismo.

Soy programador informático y activista a favor del software libre. Simpatizo con diversas causas como puede ser la libertad de la información, el socialismo, la coexistencia pacífica, el feminismo, el derecho de autodeterminación de los pueblos, el ateísmo, la libertad lingüistica, la autogestión obrera, la unión de la clase trabajadora, la solidaridad y cooperación entre los pueblos o el antifascismo.