Federico Rubio Herrero •  Memoria Histórica •  19/02/2024

Genocidio en Cuba (1896-1898)

Valeriano Weyler y Nicolau, Marqués de Tenerife, Duque de Rubí, militar y político español, fue nombrado Capitán General de Cuba en febrero de 1896 por el Jefe del Gobierno Cánovas del Castillo, sustituyó al General Martínez Campos, con órdenes expresas de zanjar los intentos independentistas de la mayoría de los habitantes de la Isla.

Genocidio en Cuba (1896-1898)

En el período que ocupó esta Capitanía General intenta frenar la lucha de estos en el Occidente, y durante su mandato cae en combate en la provincia de La Habana, el lugarteniente general del ejército libertador Antonio Maceo, que combatía al colonialismo español desde el 12 de octubre de 1868, en un breve encuentro con una columna española dirigida por el Comandante Cirujeda. A pesar de esto, los «mambises» cubanos siguieron siendo fuertes y, en las largas campañas de verano, siguieron acosando a las tropas españolas al son de las enfermedades y la estrategia del General y Caudillo cubano Máximo Gómez. Las tácticas de este líder, de nacionalidad dominicana, eran absolutamente asombrosas, «lazo de la invasión» las llamaba. Consistían en retroceder unos kilómetros ante fuertes columnas españolas destruyendo líneas férreas, para luego efectuar un avance envolvente, de Oriente a Occidente, volviendo a cortar todas las comunicaciones, esta vez por el Oeste. Dejaba así a un gran contingente de tropas sin apenas suministros que fueron hábilmente hostigadas por guerrillas que, si bien eran muy inferiores en número, estaban en pleno conocimiento del terreno, produciendo centenares de bajas entre los «quintos» españoles, todos de extracción social humilde, que eran llevados por decenas de miles a pelear a Cuba.

Ante esta situación, Weyler ordenó la concentración de la población rural del Occidente cubano en núcleos urbanos que se convirtieron en campos de concentración, hecho conocido en la historia como la Reconcentración de Weyler, para evitar que los campesinos abastecieran a la guerrilla.

La proclama que daba inicio a la reconcentración decía:

 1.- Todos los habitantes de las zonas rurales o de las áreas exteriores fortificadas, serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días. Todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas, será considerado rebelde y juzgado como tal.

2.- Queda absolutamente prohibido, sin permiso de la autoridad militar del punto de partida, sacar alimentos de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes.

Es difícil determinar con certeza la cantidad de personas reagrupadas como consecuencia de las órdenes dictadas por Weyler. Se estima que para diciembre de 1896, unos cuatrocientos mil cubanos no combatientes se catalogaban como reconcentrados en lugares escogidos para ese fin. La medida creó una situación compleja al no poder suministrar alimentos a estas poblaciones con graves condiciones de insalubridad, que experimentaron grandes hambrunas y epidemias y se calcula que se dejó morir a entre 300.000 y 350.000 cubanos en dichos campos de concentración. Es decir, aproximadamente un 20% de la población de la Isla.

Cuando en 1897, el alcalde de Güines visitó a Weyler para exponerle las terribles  condiciones en las que se encontraban los reconcentrados en esa villa y solicitarle algunas raciones para evitar que siguieran muriendo de hambre, este le respondió: «¿Dice usted que los reconcentrados mueren de hambre? pues, precisamente, para eso hice la reconcentración».

Periódicos de Estados Unidos como «The Word» y el «New York Journal» lanzaron duros ataques contra su figura llegando a calificarlo de «el carnicero de la Manigua» y de «la hiena mallorquina».

Fue retirado de Cuba en octubre de 1897, cuando Sagasta sustituyó al asesinado Cánovas. Los campos de concentración se mantuvieron, no obstante, hasta marzo de 1898.

Por otra parte, en España a pesar del tono apocalíptico empleado por Blasco Ibáñez y demás líderes republicanos en sus mítines a lo largo del país:

«Saldríamos de este apático afeminamiento, el día en que en vez de desear insurrecciones con toda clase de garantías y probabilidades, dijéramos como el lacónico Saint Just, cuando le preguntaron con qué apoyo contaba para la revolución: Contamos con la muerte. O cuando arrojando lejos de nosotros a la sensatez, máscara de la cobardía, tengamos como bandera el grito de Danton: Audacia, audacia y siempre audacia».

En política exterior estos partidos estaban a favor, solamente, de conceder una estructura autonómica a la «región española de Cuba».

Fuente: VV.AA   


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