Miguel Muñiz •  Opinión •  15/10/2019

La energía nuclear va ocupando su lugar en el mundo

Hace unos días me reuní con un compañero del disuelto colectivo con el que intentamos impulsar la ILP contra la prórroga de los siete reactores nucleares que funcionan en España.

Este compañero, excelente persona y generoso activista voluntario, participa en los encuentros (en su mayoría de gente joven) que «ExtinctionRebellion» (ER) realiza en Barcelona desde hace unos meses, y me comentó que la mayoría de esa juventud preocupada por las consecuencias devastadoras del cambio climático, se pronunciaban favorablemente sobre la energía nuclear, considerándola una «alternativa libre» de emisiones de gases de efecto invernadero y, por tanto, un medio para paliar la catástrofe en curso. El compañero veía necesario hacer algo ante una irracionalidad ecológica tan evidente.

Anticipo: este artículo no va de ese «algo». El «algo» (que se debe hacer al margen de que sirva o no para «algo») sólo puede surgir de una actividad colectiva (si hay base social para impulsarla). Aquí se trata de aproximarnos a el actual estado de las cosas y apuntar algunas de las causas por las que una parte de esa juventud apoya a un monstruo tecnológico como la energía nuclear, con un historial —que se acrecienta día tras día— de sufrimiento, muerte y destrucción; con dos catástrofes globales e irreversibles que siguen activas (Fukushima y Chernóbil), más un número difícil de determinar de catástrofes regionales con proyección global. Porque sin entender cómo hemos llegado a este punto difícilmente podremos plantearnos hacer «algo» para cambiarlo.

La industria nuclear ha madurado

Superadas las locuras de infancia y juventud (aquella propaganda de que la electricidad nuclear eliminaría los contadores por ser «demasiado barata para medirla«), y superadas las maniobras para presentarse como alternativa total en el conflicto energético (el «renacimiento» como respuesta a la escasez de combustibles fósiles), hemos llegado a un punto en que la industria es consciente de las limitaciones impuestas por las reservas de uranio y la escasez de materias primas y, al mismo tiempo, sabe que mantener el despilfarro energético que exige el capitalismo neoliberal en la situación actual de agotamiento progresivo de los recursos energéticos fósiles bloquea el desarrollo de modelos alternativos.

La economía exige echar mano de todo lo que hay, y la industria nuclear lleva ocho años desplegando una estrategia discreta: alargamiento al máximo del funcionamiento de reactores activos mediante pactos económicos y políticos (caso por caso, si es necesario), e impulso de un programa de construcciones adaptado a las exigencias de la geopolítica global con varios centros de poder, y todo ello sin ruido mediático.

Dos ejemplos para ilustrar esta madurez: las nucleares en China y Rusia, y la política de las potencias emergentes en zonas de interés económico.

El programa de construcción de centrales en China ha llevado a reevaluar las valoraciones, incluidas las críticas. El primer reactor de «Fase III» entró en funcionamiento en 2010, y todo el programa va ilustrado con referencias al ahorro de emisiones de carbono de cada etapa de desarrollo; y el programa se cumple, en julio de 2019 el gobierno chino ha anunciado tres nuevos proyectos: Rongcheng, Zhangzhou y Taipingling.

Rusia botó, en agosto de 2019 la llamada «primera central nuclear flotante del mundo» que, y no por casualidad, ha puesto rumbo a la zona del Ártico. La central fue rápidamente adjetivada como un «Chernóbil flotante» desde el movimiento ecologista occidental; y por cierto, pese a ser rusa uno se pregunta por qué no llamarla una «Fukushima flotante», ya que tiene una mayor relación con el mar, pero ¿sería eso políticamente correcto?

El segundo ejemplo es la construcción de nucleares en potencias emergentes como la India o Egipto, se trata de sociedades marcadas por fuertes desigualdades, pero decididas a seguir los patrones de crecimiento y a hacer valer su peso demográfico en la geopolítica global.

El resultado: mientras el movimiento ecologista occidental sigue anclado en el discurso crítico tolerado la nuclear se estabiliza. Una prueba es la página idel WNISR actualizada en septiembre de 2019, donde se informa de que hay 415 reactores nucleares funcionando en julio de 2019, es decir, 2 reactores más que en el recuento de 2018 (en julio eran 4 más, lo que indica la fluctuación). Una consulta al seguimiento de informaciones permite una visión más ajustada de lo que está pasando más allá de Occidente. Así como el Informe 2019, que dedica un apartado especial a China.

La realidad es que la energía nuclear va ocupando su lugar en un mundo en que la geopolítica manda.

Pero, al margen de si los nuevos reactores, o los nuevos proyectos, se sitúan en Asia, Oriente Medio o Extremo Oriente, la propaganda nuclear se ha centrado en su supuesta contribución a la reducción de los GEI y, en ese campo, también han pulido sus técnicas.

Los propagandistas

Entre 2001 y 2011, el renacimiento nuclear fue apoyado por personas del mundo científico, algunas con historial ecologista, que multiplicaron declaraciones y libros en su defensa, con la amenaza del cambio climático (y para algunos, el impacto visual de los aerogeneradores) como telón de fondo, en su mayoría se trataba de personas de edad avanzada, Hansen y Lovelock fueron los más publicitados.

Pero desde Fukushima la estrategia ha cambiado, los perfiles de calidad, de peso y prestigio han sido sustituido por una multiplicidad de portavoces jóvenes, o de mediana edad, y una constelación de ONGs.

Los medios también han cambiado, en vez de libros y artículos extensos, se recurre a destellos informativos en internet, a notas propagandísticas que no permiten margen de duda o de debate, y a presentaciones simples y divulgativas de amplio despliegue en clave yo. Las charlas TED, uno de los vehículos de dispersión de ideas y discursos progresistas, son un buen indicador: en 2016 se publicaron tres conferencias TED sobre bondades nucleares que tuvieron un amplio seguimiento y que estaban, además, subtituladas en varios idiomas (más de 10 habitualmente). Así, en el momento de redactar este artículo, la de Kirk Sorensen, tenía 574.620 visionados; las de Michael Shellenberger, 1.563.439 y 847.377, respectivamente; y también está la de Joe Lassiter, 1.164.776, y Jam Pedersen (438.542), o antes (2013), Sunniva Rose (334.659), y más…; todas son personas que se declaran preocupadas por el medio ambiente y por el futuro, vinculadas a ONGs, muy comunicativas y con un elevado perfil técnico. En varias charlas comienzan confesando haber sido críticas con la energía nuclear bien por educación (las de mediana edad son hijas e hijos de la contracultura), bien por convencimiento, pero que la necesidad les ha obligado a cambiar de opinión.

Aunque hay críticas a la dinámica impuesta por las charlas TED (una de las más completas puede leerse aquí en inglés, o aquí en traducción castellana automática, con limitaciones), no existe proporción entre la difusión de esas críticas y la difusión de las charlas.

Pero la propaganda va más allá de conferencias y videos, se mantiene un trabajo permanente de interrogación con potente apoyo mediático que vuelve una y otra vez a insistir en el argumentario de la industria. Las instituciones que apoyan a la industria nuclear no descansan.

¿Y las/los ecologistas?

Lo expuesto hasta ahora sólo es una cara, la otra es la responsabilidad de aquellas entidades que debían poner el interés común de la sociedad por delante de cualquier otra consideración.

A diferencia de las proclamas en los documentos de ER, no podemos saldar este conflicto con la declaración de que «no existen culpables«. Por supuesto que existen culpables de que la nuclear sea considerada como parte de la «solución» del cambio climático. Para empezar, el propio autor de este texto, miembro durante años de colectivos ecologistas que debían haber cumplido un papel en los 65 años que han pasado desde que la primera central nuclear entró en funcionamiento. Algo que no hicimos, que no hicieron.

Pues asumida la cuota de responsabilidad es necesario decir que no todas las personas o grupos del llamado movimiento ecologista somos culpables por igual; la responsabilidad principal recae en las grandes organizaciones ecologistas institucionalizadas, aquellas que durante la campaña del «renacimiento» nuclear, entre 2001 y 2011, decidieron adaptar el discurso crítico a las pautas dictadas por la industria para ganar visibilidad. Así que suprimieron de sus denuncias las referencias al impacto de las radiaciones sobre la salud y el medio ambiente, silenciaron la dispersión cotidiana de radiaciones en el funcionamiento normal de los reactores (o en averías y accidentes), y callaron las consecuencias irreversibles de Chernóbil primero (y Fukushima después), no mencionaron la vinculación entre la nuclear civil y militar, o a las emisiones de gases de efecto invernadero del ciclo nuclear, etc.

En su lugar, las organizaciones ecologistas institucionalizadas centraron su denuncia en la falta de viabilidad económica de la nuclear frente a los mecanismos de mercado, en los «problemas técnicos» y de seguridad de reactores actuales o de modelos futuros o, como mucho, en el problema de los residuos. No es de extrañar que con esa linea se dé la desinformación actual. No es de extrañar que quiénes siguen el discurso dominante, entre las que se encuentran una parte de las participantes en ER, crean que la nuclear está limpia de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Es normal de que muchas se limiten a considerar que lo nuclear se reduce a un problema de costes excesivos, que lo de los residuos ya lo arreglará la tecnología, y que acepten, sin cuestionarlas, todas las barbaridades que se publican sobre «fusión», «torio», o «reactores intrínsecamente seguros». Con la linea de denuncia seguida en los últimos 18 años (como mínimo) todo eso de lo más normal. Y sin contar con la continuada banalización de las referencias a «Chernóbil» [1] y el silencio sobre Fukushima.

Pero todo esto son lamentos por hechos pasados que, como mucho, sirven para evitar repetir errores.

Conclusiones

Centrándonos en el marco de ExtinctionRebellion tenemos, que la industria sigue fuertemente organizada, y ha tenido éxito en aprovechar el cambio climático para difundir su propaganda; que han logrado silenciar la catástrofe de Fukushima (los próximos JJOO 2020 son la prueba) y hacer desaparecer la realidad de Chernóbil, y que sus mensajes simplistas conectan fácilmente con las visiones, también simples, que una parte de la sociedad tiene del cambio climático y sus consecuencias.

Por otra parte, tenemos que el impacto de la radiactividad no es fácil de explicar; que no hay una reacción de la ciencia médica y sus instituciones al envenenamiento radiactivo (la OMS continua, en la práctica, subordinada a la AIEA); que el debate se produce en medios que eliminan la complejidad y, por tanto, faltan a la verdad, y que se produce en un entorno en que el recurso a la sentimentalidad, y la apelación al (por encima del nosotros) es la pauta dominante.

Hay que asumir, por tanto, que ese algo que se debe hacer tiene un margen de intervención muy limitado. Que sólo podremos incidir a nivel regional, difundir información, y cruzar los dedos.

Notas

[1] La banalización de Chernóbil implica dos lineas, la más general, en la que en ocasiones cae el propio movimiento ecologista, es el uso de la palabra «Chernóbil» para calificar cualquier amenaza ambiental tenga a ver o no con la energía nuclear, así se han dado casos que aplican «Chernóbil» a amenazas que van desde presas hidraúlicas a procesos de desforestación o contaminaciones químicas. La segunda, representada por la serie «Chernobyl», como caso extremo però no único, es la reelaboración falsificada de la catástrofe como instrumento político. Puede leerse un análisis en profundidad de esa variante en este artículo.

[Miguel Muñiz Gutiérrez mantiene la página divulgativa http://sirenovablesnuclearno.org/]


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