Puño en Alto •  Opinión •  30/10/2022

Vender el alma al diablo

Se suele decir que alguien ha vendido su alma al diablo cuando ha traicionado sus principios o ha traspasado la línea de lo ético y moral para conseguir lo que de otra forma no podría. Es cuando ha entrado en un punto sin retorno posible.

En esa situación es cuando para conseguir los objeticos se llega a justificar los medios y se está dispuesto a pagar el precio que sea para alcanzar la meta.

Esto se suele dar en cualquier ámbito de la vida, pero es en política donde los casos son más llamativos e ilustrativos.

¿Quién no conoce algún político y hasta partido que haya traicionado sus principios ideológicos, éticos y morales para aceptar o adaptarse a un “estatus quo” social que criticaba o lamentaba su existencia, en el mejor de los casos, en una mal entendida estrategia política para conseguir un fin?

En el acervo popular se relaciona vender el alma al diablo con consecuencias negativas para el protagonista. No siempre es así. Los casos de transfuguismo político o de uso de puertas giratorias, entre otros, son buenos ejemplos de ello.

Un tránsfuga vende su alma al diablo justificando el medio para el fin de seguir en la pomada política o para seguir disfrutando de las prebendas inherentes (social y/o económicas) a su cargo de representación institucional. Una puerta giratoria da unos beneficios a quien se presta a ello que no hace falta relacionar, aunque sea de manera sucinta.

Un cambio copernicano en la estrategia en un partido que conlleve el abandono de tradicionales postulados fundamentales, dando carta de naturaleza a lo que antes se denostaba por representar en esencia lo que había que combatir, es una forma de vender el alma al diablo y de justificar los medios para conseguir un fin por muy elevado que este sea. El riesgo que ello conlleva es quedar irreconocible para propios y extraños perdiendo afecto en la ciudadanía.Cambiar para adaptarse a una nueva realidad es aconsejable, pero cambiar sin que la realidad no solo no haya sufrido cambio alguno, sino que ha empeorado en su situación, no es aconsejable y de perpetrarse el cambio existe el riesgo de justificar los medios y terminar vendiendo el alma al mejor postor pagando el precio que sea para alcanzar la meta. Precio que terminan pagando los que eran presa de esa realidad.

Llegar a la meta, venciendo o no, es deseable, pero mucho más deseable es hacerlo sin dejar nada en el camino, sobre todo, si lo que se abandona es seña de identidad y elemento fundamental por el que se era reconocido.


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