Manuel E. Yepe •  Opinión •  21/10/2016

El destructor del mundo

Contamos con cerca de 50% de la riqueza del mundo, pero sólo somos el 6.3% de su población. Esta disparidad es particularmente grande entre nosotros y los pueblos de Asia. En esta situación, no podemos dejar de ser objeto de envidia y resentimiento. Nuestra verdadera tarea en el próximo período es elaborar un patrón de relaciones, que nos permita mantener esta posición de disparidad sin perjuicio positivo para nuestra seguridad nacional. Para ello vamos a tener que prescindir de todo sentimentalismo y dejar de soñar despiertos; nuestra atención debe ser concentrada por doquier en nuestros objetivos nacionales inmediatos. No necesitamos engañarnos a nosotros mismos pensando que podemos permitirnos el lujo de ser altruistas y benefactores de todo el mundo”.

 

Así se pronunció en 1948, George Kennan, entonces jefe del departamento de planificación de política del Departamento de Estado estadounidense, cuando Washington comenzaba a articular sus políticas de post guerra al término de la segunda contienda mundial. Su pronunciamiento trascendió como definición de un elemento esencial de la política asistencial de Estados Unidos a otros países. “Tenemos que ser muy cuidadosos cuando hablamos de ejercer nuestro liderazgo en Asia. Nos engañamos a nosotros mismos, y a otros, cuando pretendemos tener las soluciones a los problemas que agitan a estos pueblos asiáticos”, precisó entonces Kennan.

 

“Debemos prescindir de la aspiración a ser queridos y de dar consejos morales e ideológicos. Hay que desechar objetivos irreales tales como derechos humanos, elevación de los niveles de vida y democratización. No está lejano el día en que tengamos que tratar claramente con ellos cuestiones estratégicas de poder. Cuanto menos estorben entonces los slogans idealistas, será mejor”, decía Kennan estableciendo las pautas de las relaciones imperialistas.

 

Habría sido impensable que Estados Unidos continuara monopolizando la riqueza del mundo luego de que Europa, Japón, China y la Unión Soviética se levantaron inevitablemente sobre sus pies después de la Segunda GM, es incuestionable que la actual superpotencia mundial única ha logrado controlar una cantidad injustificable y desproporcionada de los recursos del planeta.

 

Estados Unidos ha sido capaz de lograr esta impresionante, aunque moralmente reprobable, hazaña, socavando la capacidad de existencia de Estados independientes y protegiendo sus propios recursos de saqueos extranjeros con igual intensidad. Para estos fines Estados Unidos se ha asociado sistemáticamente con las fuerzas más siniestras del mundo en la destrucción de los Estados independientes del mundo. En la actualidad, Estados Unidos tiene cerca del 5% de la población mundial y consume aproximadamente el 25% de sus recursos, utiliza un tercio del papel que se produce en el mundo, una cuarta parte del petróleo del mundo, 23 por ciento del carbón, 27 por ciento del aluminio y 19 por ciento del cobre…. El consumo per cápita de energía, metales, minerales, productos forestales, pescado, granos, carne y agua incluso empequeñece los de las personas que viven en el mundo desarrollado.

 

El profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Pittsburg, Daniel Kovalik, publicó el 7 de octubre de 2016 en la revista CounterPunch un ensayo titulado “Estados Unidos como destructor de naciones” en el que abunda datos acerca del triste historial que ya exhibe la política exterior de Washington.

 

Kovalik apunta la cruda verdad de que Estados Unidos nunca ha tenido realmente intenciones de ayudar a construir Estados fuertes en el Medio Oriente o en otros lugares. Más bien, como se ha visto una y otra vez – por ejemplo, en Yugoslavia, Sudán, Libia, Yemen, Siria, Somalia, Ucrania – el objetivo público o secreto de la política exterior de Estados Unidos ha sido y es la destrucción y la balcanización de Estados independientes con creciente agresividad. Como escribieran Jean-Paul Sartre, siendo presidente del Tribunal Internacional de crímenes de guerra, y Bertrand Russell que lo presidió después de la guerra, Estados Unidos planteó a los vietnamitas una elección difícil: aceptar una capitulación que dejaría al país cortado por la mitad, con una porción encabezada por títeres de Estados Unidos, o someterse a la aniquilación casi total. Los vietnamitas no capitularon y por ello sufrieron la destrucción casi total de su país a manos de los Estados Unidos, mientras Camboya y Laos eran bombardeados hasta retrotraerlos a la edad de piedra. Kovalik, concluye su ensayo citando a José Martí cuando indicó que «hay dos clases de personas en el mundo: los que aman y crean y los que odian y destruyen.» No cabe duda de que la élite que gobierna en Estados Unidos ha demostrado ser de estas últimas. La propia naturaleza de la política exterior de Estados Unidos es la destrucción.

 

Octubre 17 de 2016.

 

Manuel E. Yepe

Publicado originalmente en el diario POR ESTO! de Mérida, México.

Blog del autor: http://manuelyepe.wordpress.com/

 

 
http://www.alainet.org/es/articulo/181108

 


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