Jesús González Pazos •  Opinión •  20/01/2022

América Latina 2021, cerrando la disputa

Tres procesos certifican el cierre de la disputa entre la vuelta al neoliberalismo o la persistencia de procesos progresistas que cierren definitivamente el paso a un tiempo viejo: los de Colombia, Honduras y Chile.

América Latina 2021, cerrando la disputa

Se acabó 2021, o el que podríamos denominar como año dos de una pandemia que sigue golpeando al mundo de forma inmisericorde, acumulando oleadas, contagios y demasiadas muertes. Un año que también ha dejado en evidencia la incapacidad e incompetencia de muchos gobiernos, más preocupados a la hora de tomar decisiones por su futuro electoral, que por afrontar la pandemia y sus efectos sobre nuestras castigadas sociedades. Además, las acciones de esos gobiernos nos enseñan también que en esas decisiones sigue primando más salvaguar de determinados intereses económicos que el cuidado de la vida de las personas.

Pero, aunque un año más este podría ser calificado como pandémico, si fijamos la vista en otras realidades, veremos como América Latina avanza en el cierre de la disputa ideológica que ha dominado la escena continental de los últimos años. Se habló interesadamente, sobre todo desde 2015, del fin del ciclo progresista, y se pretendió, en ese mismo sentido, imponer la idea de que este tipo de gobiernos habían fracasado en el reto de la mejora de las condiciones de vida de las grandes mayorías y, por tanto, que su tiempo había terminado. Se intentaba así abrir nuevamente la puerta a la vuelta del neoliberalismo como opción política, social y económica para todo un continente. Incluso las derechas ganaron terreno en ese objetivo tras elecciones en países como Argentina, Brasil, Uruguay o Ecuador.

Sin embargo, el neoliberalismo, ahora de nuevo en la disputa, se muestra sin fuerza, y es ya un modelo agotado que no tiene nada ilusionante que ofrecer a la sociedad, salvo la vuelta a las privatizaciones de los sectores económicos estratégicos, una nueva avalancha de recortes en servicios sociales o la vuelta del estado a un papel subordinado al servicio de los deseos y apremios de los mercados. Y eso, lo sabemos, para las grandes mayorías solo trae renovados procesos de empobrecimiento, parejos a la eliminación de la más mínima redistribución de la riqueza que, una vez más, volverá a concentrarse en unas pocas manos, recreciendo las brechas de la desigualdad.

En este escenario, incluso en un contexto en el que determinados gobiernos utilizaron, a la par que la represión, la pandemia para ahogar cualquier posibilidad de protesta social, 2021 ha mostrado el hartazgo de las sociedades latinoamericanas ante una posible nueva vuelta de tuerca del neoliberalismo.

Tres países, tres procesos, podrían ilustrar a grandes rasgos este cierre de la disputa continental: Colombia, Honduras y Chile.

Colombia, a partir del mes de abril protagonizó portadas periodísticas e incluso abrió informativos a nivel mundial. La protesta social se colaba en televisiones, radios y, sobre todo, en las redes sociales. A la frustración ante el boicot del gobierno de Iván Duque a la implementación de los Acuerdos de Paz se sumaban unas listas interminables de liderazgos sociales asesinados que no dejaban de crecer hasta alcanzar números que no se dieron ni durante los años más duros del conflicto armado. Pero, este escenario encontraba nuevos detonantes en el cansancio social ante una situación económica que retorcía la aplicación de medidas neoliberales, las cuales se traducían en nuevas dificultades para la vida digna de las grandes mayorías. Además, salían a la escena de la protesta sectores históricamente olvidados como los pueblos indígenas y, especialmente, la juventud. Y esto rompió la cierta imagen de una Colombia que se consideraba “hija predilecta y plaza segura” del neoliberalismo en todo el continente. El régimen colombiano mostraba sus miserias, traducidas en criminalización, represión y asesinatos contra quienes planteaban justas demandas sociales.

A partir de ese momento, la punta de lanza de la involución liberal-conservadora, aquella que siempre había seguido a pies juntillas los postulados económicos, políticos y militares que venían del “gran hermano del Norte”, se resquebraja. Hay oposición fuerte y hay protesta social en desarrollo y crecimiento. Colombia afronta así un 2022 con unas elecciones que serán determinantes para cambiar la orientación clásica del país, pero que también pueden fortalecer el cierre de esa disputa continental, inclinando la balanza hacia opciones de progreso, de mayor equidad y justicia social.

Un poco hacia el norte, en la región centroamericana, Honduras dio el salto en 2021. Quien estableció el término de “república bananera”, con todo lo que ello conlleva como eufemismo de dictadura o democracia fallida, definida por una alta y continuada inestabilidad política, y dominada por la corrupción y la ilegalidad, sin dejar de serlo, ha pasado a ser en los últimos doce años la “república extractivista”. De esta forma se podría definir por el cúmulo de proyectos de este tipo que esquilman el país desde proyectos hidroeléctricos hasta aquellos otros mineros, desde el agronegocio hasta el turismo selectivo. Así, después de tres procesos electorales fraudulentos, que siguieron al golpe de Estado de 2009, el país se había entregado, como si fuera una finca, a los intereses de la oligarquía local y de transnacionales de todo tipo.

Pero en las últimas elecciones la sociedad hondureña ha dicho basta y se ha inclinado abrumadoramente, hasta imposibilitar un nuevo fraude, por aquella opción electoral que propone dejar atrás las políticas neoliberales, recuperar la soberanía y trabajar por la mejora de las condiciones de vida de las grandes mayorías. Y esto, además, se debe de convertir en revulsivo para toda la región centroamericana, con especial énfasis hacia aquella que podríamos definir como su clon en cuanto a corrupción, extractivismo y violaciones a los derechos de la naturaleza y de las personas: Guatemala.

Por último, caminamos hacia el extremo sur, hacia Chile. En este país, junto con Colombia “niño mimado” del neoliberalismo en el continente, se ha librado en los últimos dos años una rebelión popular que pone fin al pinochetismo. Y hay que recordar que esa dictadura convirtió a Chile precisamente en el primer laboratorio de las medidas neoliberales. Sin embargo, desde 2019, con un fuerte protagonismo de los sectores más jóvenes, la revuelta ha avanzado no solo en la denuncia de una sociedad injusta para las mayorías mientras las minorías opulentas aumentaban su riqueza, sino también en la construcción de nuevas propuestas de vida que ahora se discuten ya en la Convención Constituyente. La primera vuelta de las elecciones encogió el corazón de muchos y muchas al alcanzar el primer puesto la candidatura de la ultraderecha. Sin embargo, la segunda vuelta supuso un nuevo refrendo por las urgentes y necesarias transformaciones que la sociedad chilena requiere y que, de alguna forma, contagian al resto del continente.

Por todo ello, estos tres procesos nos muestran la realidad de América Latina en el recién cerrado 2021. Y de alguna forma también, certifican el cierre de esa disputa que de nuevo se pretendió entre la vuelta al neoliberalismo o la persistencia en procesos progresistas que cierren definitivamente el paso a un tiempo viejo, acabado, a un tiempo pasado que no trajo a la región sino un aumento de la desigualdad y mayores cotas de empobrecimiento. Ahora, en 2022, América Latina camina hacia nuevos retos, pero el panorama se ha despejado y la necesidad radica en extender y profundizar los procesos políticos y sociales progresistas, de izquierda, y las necesarias transformaciones hacia sociedad más equitativas, libres, verdaderamente democráticas y plenas de justicia social.


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