Paco Campos •  Opinión •  19/05/2017

¿Es suficiente la concepción semántica de la verdad?

Siempre hemos creído que sí. Cuando describimos lo que ocurre, posiblemente guiados por ese realismo ingenuo con el que nos hacemos conocer en este mundo, todo cuadra perfectamente; es más, si la observación científica no se basara en ese realismo –no ya ingenuo, sino epistemológico- no podría hacer extensivas sus explicaciones. Así sucesivamente en casi todos los momentos. Parece difícil encontrar alguna excepción en esta concepción semántica basada en el valor del predicado de las proporciones de verdad.

Nos ha llevado lo anterior a un conformismo, a una estandarización del conocimiento, tanto filosófico como científico, que ha hecho impenetrable otra versión alternativa de la noción de verdad. No obstante la vida misma, el mundo de la vida, es una fábrica de proposiciones verdaderas no semánticas, sino pragmáticas, esto es, proposiciones cuyo valor de verdad no descansa en la realidad exterior sino en el contexto conversacional, en el discurso, y aunque sean consideradas por algunos filósofos como deflacionarias –es el caso de Habermas- no por ello dejan de ser menos útiles y más operativas para los humanos, para el conocimiento cotidiano y para los acuerdos, no olvidemos, sin los cuales sería imposible la convivencia.

La pregunta va más allá -> ¿Cuántas veces recurrimos a la concepción semántica? O de otra manera: ¿Cubriría nuestras expectativas una concepción de la verdad fuera de la versión pragmática? Creo que no. Creo que la concepción semántica es recurrible tantas veces como sea necesaria, a diferencia de la pragmática que pasa desapercibida y hemos de reparar en el análisis para poder detectarla: la verdad pragmática es inseparable de los juegos de lenguaje y éstos son el conjunto de nuestras comunicaciones y pensamientos. Tenemos aquí de nuevo otro ejemplo por el cual no merece la pena la pregunta acerca de qué es la verdad.    


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