José Haro Hernández •  Opinión •  04/10/2022

El invierno del descontento

Comienzan a desfilar por algunas capitales europeas miles de manifestantes enarbolando sus facturas de gas y electricidad, triplicadas o cuadruplicadas respecto de lo que pagaban hasta hace no mucho. Y estas movilizaciones parecen ser el anticipo de otras más numerosas y extendidas. Hay mucha incertidumbre por lo que pueda traer el invierno. Se dibuja un horizonte de penurias, sobre todo en Europa central.

El nerviosismo es palpable entre los dirigentes de la UE. Úrsula Von der Leyen y Joseph Borrell se han lanzado a una campaña, con cierta sobreactuación, en los que llaman a la ciudadanía europea a resistir porque el sacrificio que se está haciendo no sólo sería por una causa justa, la de una Ucrania democrática atacada por la autocracia imperial de Moscú, sino que estaría a punto de dar sus frutos en términos de una inminente derrota rusa tanto en el campo de batalla como en aquellos aspectos que se derivan de las sanciones occidentales.

Ocurre que, conforme pasa el tiempo, los elementos de este relato van quebrando y provocan que la opinión pública vaya abordando el asunto desde otra perspectiva, sobre todo en los países más vinculados energéticamente a Rusia. Naufraga, en primer lugar, el concepto de causa justa. Empieza a extenderse la idea de que, aunque efectivamente Ucrania ha visto su soberanía violada, no es un país de la UE(ni siquiera de la OTAN), no es una democracia(sí un sistema corrupto, según la Comisión Europea) y carece de un historial pacífico: al menos desde 2014 castiga duramente a la población de origen ruso. Su ejército, por otra parte, según Amnistía Internacional, perpetra crímenes de guerra torturando y ejecutando a prisioneros rusos y utilizando, al ocupar escuelas, hospitales y áreas residenciales, a la población civil como escudo humano. Y si la gente, en general, no es muy proclive a sacrificarse por quienes son víctimas en el sentido estricto del término, no digamos cuando el agredido presenta cierto perfil oscuro que le hace, cuando menos, corresponsable de la situación por la que atraviesa.

Respecto de que el esfuerzo que está haciendo la ciudadanía europea estaría empezando a generar resultados tanto en lo económico como en lo militar, precipitando así el fin del conflicto, nada más lejos de la realidad. En primer lugar, no hay experto que no asegure que el apoyo militar que la OTAN y la UE prestan a Kiev tan sólo servirá para enquistar y prolongar la guerra sine die, prueba de lo cual es la movilización de 300.000 efectivos que ha decretado el Kremlin para hacer frente a las contraofensivas ucranias. No hay solución militar: ninguno de los dos bandos puede obtener una victoria concluyente. Y eso es lo que Borrell oculta, mintiéndonos.

Como nos engañan cuando afirman que las sanciones a Rusia están surtiendo efecto. Efectivamente, son eficaces, pero sobre todo como castigo a Europa, cuya población incrementa su nivel de angustia conforme caen las hojas del calendario y nos acercamos a un invierno que lo puede ser sin gas y sin empleo. Mientras, Moscú ve cómo el valor del rublo se incrementa día a día, su superávit corriente se expande producto de los mayores ingresos por ventas de energía(a India y China, sobre todo), e incluso su producción industrial, como consecuencia de la actividad de las fábricas de armas, también crece. Lo cual no quiere decir que no esté siendo perjudicada por la carencia de tecnología occidental, pero en menor medida que las gentes europeas, que desconocen qué será de ellos y ellas cuando asome la primavera.

Llegados hasta el punto, a nuestras élites no les queda otra que asegurar que el negro porvenir que nos espera se debe exclusivamente al chantaje ruso: sólo habrá gas si cesa el apoyo a Zelenski. En este aspecto, nos ocultan que primero fueron las sanciones europeas y después la amenaza de corte por parte de Putin. Y hasta tal punto eso es así que la parálisis del gasoducto Nord Stream 2, que debería estar llevando 55.000 millones de metros cúbicos anuales de gas desde Rusia a Alemania a través del Báltico, se llevó a cabo unos días antes de la invasión de Ucrania, semanas después de las amenazas de Biden(Enero de 2022) contra esta infraestructura, en flagrante violación de la soberanía alemana. Está muy claro: la OTAN presionó para que se rompieran todos los lazos energéticos entre Berlín y Moscú, facilitando con ello un escenario de guerra y debilitando a ambos actores, en la medida que Europa se ve obligada a comprar un gas americano más caro y Rusia pierde el importante mercado europeo, aunque lo compensa con China, Pakistán e India.

La paradoja de todo este asunto es que el ominoso porvenir al que nos podemos ver abocados a muy corto plazo tiene una solución sencilla desde el punto de vista técnico. Basta con que Bruselas levante las sanciones e inmediatamente fluirá gas barato y abundante hacia Europa(cuando se reparen los gasoductos Nord Stream sospechosamente saboteados), provocando una sustancial bajada de esta materia prima en todos los mercados internacionales. Lógicamente, una decisión de este tipo ha de inscribirse, forzosamente, en una estrategia de paz y diplomacia dirigida hacia ambos contendientes, en la que tendrían que implicarse el resto de actores mundiales, en línea con la propuesta formulada por el presidente de México(alto el fuego inmediato y negociaciones tuteladas por la ONU). Pero en esta dirección no empujan unos dirigentes europeos, vergonzosa e inexplicablemente sometidos a Washington, que han apostado decididamente por la escalada bélica, en la patológica convicción de que esta guerra tiene salida mediante las armas. Y ello a pesar del invierno del descontento al que se enfrentan.

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