Carolina Vásquez Araya •  Opinión •  31/12/2018

La consigna de la felicidad

“Ni siquiera pedimos felicidad, solo un poco menos de dolor” (Charles Bukowski)

Pocas fechas son tan propicias como la Navidad para reflexionar sobre ciertas consignas sociales que marcan la vida de los humanos. Fechas establecidas a partir de fenómenos históricos reales o imaginarios cuya impronta se encuentra tan profundamente grabada, como para eliminar todo cuestionamiento y definir la conducta de las sociedades. El origen de la Navidad es el nacimiento de uno de los más importantes líderes espirituales de todos los tiempos, cuyo mensaje de humildad y amor por el prójimo pudo, quizá, echar raíces en las comunidades humanas y fundar relaciones de respeto y solidaridad, de no haber sido por la naturaleza egoísta y rapaz de esta nuestra especie demasiado imbuida de su propia importancia.

Durante estos días vamos a ser felices porque así debe ser. Vamos a celebrar algo que en el fondo ignoramos porque así lo manda la voracidad comercial y el siempre presente afán de escapar de la dura realidad. La niñez, personaje central de las festividades, tendrá quizá el consuelo de un presente como compensación de los adultos por los abusos y la indiferencia que se les han impuesto durante el resto del año. También estarán presentes en los medios de comunicación -¡no faltaba más!- algunos grupos empresariales interesados en aprovechar las fiestas para lavar su imagen con donaciones de juguetes y alimentos para los “niños pobres”, financiados con dineros que luego figurarán en la lista de exenciones en sus registros contables. 

No hay que ignorar en estas fechas felices a otros líderes quienes, bajo la consigna de la fe, con gran boato y el poder que les otorga su influencia social, política y espiritual sobre sus fieles, han amasado enormes fortunas y viven entre lujos y excesos materiales, predicando el amor y la humildad sin el menor sonrojo por sus descaradas contradicciones. Estos especuladores de la fe cristiana forman parte activa de los círculos de poder político, los mismos que han condenado a la niñez a un futuro de miseria y dolor en un constante atentado contra sus derechos y su dignidad.

Para quienes manipulan el poder desde las esferas de gobierno, la Navidad también es un regalo del cielo; porque mientras la ciudadanía más pudiente entra en esa atmósfera rosada de la ilusión de los adornos, los regalos, los pinos decorados, los cohetes, el pavo y los villancicos, sus gobernantes se reúnen para conspirar y amañar cuanto se pueda, aprovechando el deslumbramiento de quienes suelen complicarles la tarea. El resto de la población, hundida en la miseria y carente de mecanismos de participación, vivirán como de costumbre un receso navideño humilde, mucho más parecido al acontecimiento cuyo origen marca esta fecha.

El toque amargo del pastel viene dado cuando nos olvidamos del personaje principal de esta historia: Niñas, niños y adolescentes que ya no cuentan como sujetos de derechos porque los objetivos de los adultos –sus guardianes, sus protectores y sus ejemplos de vida- han corrido en una dirección contraria. Esta noche, cuando se conmemora el nacimiento de uno de los hombres más generosos y solidarios, millones de niñas, niños y adolescentes pasarán frío en campamentos de refugiados, sin alimentos, sin agua, sin protección. Otros la pasarán en chozas de cartón colgando de los barrancos; en las calles, refugiados en una nube de olvido gracias al pegamento; en hogares estatales carentes de condiciones mínimas de abrigo y seguridad; en bares y prostíbulos a donde el sistema las ha relegado o en la manipulación de explosivos, para que usted se divierta quemándolos esta noche.

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