Christian Zampini •  Opinión •  28/08/2020

La responsabilidad directa de los pusilánimes

La responsabilidad directa de los pusilánimes

El martes 25 de agosto, Kyle Rittenhouse, un joven de 17 años aficionado a las armas, agarró su fusil de asalto AR-15 y abandonó su hogar en Antioch, Illinois para dirigirse a Kenosha, Wisconsin.

Rittenhouse acudió como voluntario a la llamada de milicias de extrema derecha para causar estragos en una ciudad convulsionada por el, hasta entonces, último episodio de violencia policial injustificada en Estados Unidos: los siete disparos por la espalda de la policía a un desarmado Jacob Blake frente a sus hijos pequeños. Bajo la premisa de «defender la propiedad privada y el orden social» estos escuadrones llamaron a movilizarse para confrontar a los manifestantes que protestaban contra la brutalidad policial. Una vez llegado a la pequeña ciudad de Wisconsin epicentro del conflicto, este fracaso escolar de una pequeña aldea acomodada de Illinois, usó su arma de asalto para disparar contra varios manifestantes desarmados. Cuando trataron de desarmarle lanzándole objetos y golpeándole con un monopatín, volvió a disparar matando a varios de ellos. Despues, se dirigió caminando al cordón policial desplegado, aún con su fusil de asalto en las manos y lo atravesó ante la indiferente mirada de los agentes de policía. Los mismos que tres días antes habían abierto fuego siete veces contra la espalda de un Jacob Blake desarmado por ser una «potencial amenaza».

Estos, son los hechos.

No voy a entrar en la destructiva espiral en la que las fuerzas policiales de los Estados Unidos (impulsadas por la derecha republicana más irresponsable y agresiva de las últimas décadas, y ya es decir) están cayendo al permitir estas acciones de lo que es, sencillamente, terrorismo paramilitar. Ni siquiera me detengo en la terrorífica imagen que dejan medios de comunicación como las estaciones de televisión ligadas a la cadena Fox, alentando y animando a la violencia contra los manifestantes políticos, los críticos con el gobierno de Trump y las minorías étnicas. Lo que quiero es referirme al intolerable tratamiento de la legión de plumillas, todólogos y autores pusilánimes que crecen como setas en la tristísima estructura de medios que padecemos en España.

No han sido pocas las firmas ultramontanas de siempre que, encantadas en el nuevo escenario que normaliza y tolera que vomiten las peores miserias éticas que se les ocurran a mayor gloria de su cosmovisión estamental, han plagiado de forma descarada y burda los argumentarios de la ultraderecha estadounidense. Tampoco han faltado representantes y dirigentes del voxismo que se han permitido con total impunidad hacer apología del terrorismo en Kenosha (luego se llenan la boca a hablar de terrorismo). Por lo menos, con ellos, se identifica rápidamente cuales son sus posiciones e intenciones.

Mucho peores son aquellos que, bajo una premisa de falsa neutralidad, sitúan al mismo nivel a Rittenhouse que a los manifestantes. A través de sus columnas y sus perfiles, han justificado el despliegue de paramilitares armados en Kenosha; dado por buena la interpretación de que un ciudadano de otro estado con un arma de combate abriendo fuego contra una multitud puede ser considerado un acto de «defensa propia»; normalizado la actitud de las fuerzas policiales que han tolerado la actuación de estas milicias armadas, o, por supuesto, restando toda importancia al acontecimiento situándolo en el plano de la anécdota. El loco solitario, aunque estaba encuadrado en una milicia organizada que había realizado una llamada a las armas, afectado por la ficción del Call of Duty, aunque sus actos se prepetrasen mientras tenía lugar una convención del Partido Republicano en el que se alentaba el uso de la violencia por parte de civiles armados contra la «amenaza antifa».

Kyle Rittenhouse es un terrorista. Sus hechos revisten una terrible semejanza con la masacre perpetrada por Anders Breivik en Oslo en 2011. Están encuadrados en el mismo fenómenos que los ataques terroristas de incel, supremacistas y defensores de la delirante teoría QAnon como Elliot Rodger, Brian Isaack Clyde, Sheldon Bentley, Sheldon Bentley, Nikolas Cruz, Alek Minassian, Scott Beierle, Christopher Clear, Isaack Clyde o Stephen Paddock. Para que se entienda más claro, no se distinguen, salvo por la religión en la que se escudan, de las acciones de Tamerlán Tsarnáev, Syed Rizwan Farook o Tashfeen Malik en sus respectivos atentados en Boston y Los Ángeles.

Sus acciones son un síntoma de la fractura generada en Estados Unidos por discursos de odio de una reacción violenta. Unos discursos y una tendencia política que se extiende, como otra pandemia, por todo occidente.

Los opinadores equidistantes, los todólogos mediocres o aspirantes a polemistas que justifican o restan importancia a los acontecimiento no cuentan tan solo con una responsabilidad pasiva ante el crecimiento del fenómeno por omisión. Tienen responsabilidad directa y activa por su labor de normalización. Ellos, con su comportamiento pusilánime, son los verdaderos arietes del neofascismo que crece de forma absolutamente alarmante. Ellos son los indiferentes del poema de Martin Niemoller. O incluso puede que algo más.


Opinión /