Samir Amin •  Opinión •  22/08/2016

El Brexit y la implosión de la UE

Soberanía nacional, soberanía popular: ¿De que estamos hablando?

La defensa de la soberanía nacional, al igual que su crítica, conduce a graves malentendidos cuando se pierde la perspectiva que este concepto también responde a una política de clase. Los dirigentes bloque social dominante, en las sociedades capitalistas, siempre diseñan la soberanía nacional como un instrumento necesario para el desarrollo de sus propios intereses, sustentados tanto por la explotación del trabajo, como por la consolidación de sus posiciones internacionales.

En el sistema neoliberal globalizado (que yo prefiero llamar ordo-liberal , pidiendo prestado este excelente término a Bruno Odent ), dominado por los monopolios financiarizadas de la tríada imperialista (Estados Unidos, Europa, Japón), las autoridades políticas responsables de la gestión del sistema – para el beneficio exclusivo de los monopolios- conciben la soberanía nacional como un instrumento que les permita mejorar sus posiciones “competitivas” en el sistema global.

Los medios económicos y sociales del Estado (sometimiento del trabajo a las exigencias de los empleadores, estructuración del paro y la precariedad, segmentación del mercado de trabajo) y las intervenciones políticas (incluyendo las intervenciones militares) se asocian y combinan para la consecución de un único objetivo: maximizar el volumen de la renta absorbida por los monopolios “nacionales”.

El discurso ideológico “ordo-liberal” pretende establecer un único orden basado en un mercado generalizado, suponiendo que los mecanismos de auto-regulación producirán un óptimo social (asunto, obviamente, falso), a condición que la competencia sea libre y transparente (cuestión que Nunca es así y no puede serlo en la era de los monopolios), porque el estado no tiene ningún papel que desempeñar más allá, de garantizar el funcionamiento de la competencia (lo cual es contradictorio en si mismo, porque, el “ordo-el liberalismo” exige de una activa intervención del estado en su favor).

Esta narrativa – expresión ideológica del “virus liberal” – impide toda comprensión del funcionamiento real del sistema, así como las verdaderas funciones del Estado y de la soberanía nacional. Los Estados Unidos es un ejemplo desvergonzado y continuo de la utilización de la soberanía entendida en un sentido “burgués”, es decir, al servicio de los monopolios financiarizadas. Hoy en día, el derecho “nacional” de los Estados Unidos le permite disfrutar de su supremacía, al reafirmar, que ellos, están por sobre el “derecho internacional”. Lo mismo ocurrió en los países imperialistas de Europa en los siglos XIX y XX.

¿ Han cambiado las cosas con la construcción de la Unión Europea? La propaganda del discurso europeísta legitima la subordinación de la soberanía nacional a la “ley europea”, articulada, a través de las decisiones de Bruselas y del Banco Central Europeo, en virtud de los Tratados de Maastricht y de Lisboa.

En Europa la libertad de elección de los votantes se encuentra limitada por las contundentes exigencias supranacionales del ordo-liberalismo. Como señalára la señora Merkel, “Las elecciones deben ser compatibles con las exigencias de los mercados”; más allá, pierden su legitimidad. Sin embargo, en contrapunto a este discurso, Alemania, en la práctica, aplica políticas, que ejecutando su soberanía nacional, tienen como objetivo imponer a sus socios europeos las decisiones alemanas.

Alemania ha utilizado el ordo-liberalismo europeo para erigir su hegemonía, sobre todo en la zona del euro. Por su parte Gran Bretaña – con el referéndum del Brexit – ha tomado la decisión de poner en práctica los beneficios del ejercicio de “su propia” soberanía nacional.

Entonces, es comprensible que “el discurso nacionalista” y su interminable elogio de las virtudes de la soberanía nacional, entendida de esta manera (como soberanía burguesa-capitalista) no mencione el contenido de clase a los intereses a los que sirve, sea objeto de reservas , por decirlo suavemente , para las corrientes de izquierda, que en un sentido amplio, tienen el aspiración de defender los intereses de las clases trabajadoras.

Sin embargo, no hay que reducir la defensa de la soberanía nacional a los términos del “nacionalismo burgués” . La defensa de la soberanía es también necesaria para servir los intereses de la mayoría social. Esta defensa debe estar estrechamente relacionada con el despliegue de estrategias para salir del capitalismo en el largo camino hacia el socialismo. Es un requisito previo para un posible avance en esa dirección.

La razón es que el ordo-liberalismo mundial (y europeo) origina de manera permanente desarrollos desiguales entre las naciones. El sistema global (y el subsistema Europeo) nunca ha sido transformado “desde arriba”, por medio de decisiones colectivas de una “comunidad internacional” o “europea”. Las transformaciones no son otra cosa que el resultado de los cambios producidos dentro de las naciones y como efecto, de cambios relativos en el equilibrio de las relaciones de poder entre los estados. El marco definido por el estado (“nación”) es el único ámbito en cual se desarrollan las luchas decisivas para transformar el mundo.

Los pueblos de las periferias del sistema-mundo, polarizados por necesidad, tienen una larga experiencia de un nacionalismo positivo, es decir anti-imperialista (que expresa su rechazo a un orden mundial impuesto) y potencialmente anticapitalista. Digo esto – potencialmente- porque el nacionalismo también puede acarrear la ilusión de construir un capitalismo nacional para “ponerse al día” con las construcciones nacionales de los centros dominantes.

El nacionalismo de los pueblos de las periferias es progresista a condición que sea antiimperialista y rompa con ordo-liberalismo global. Un “nacionalismo” ( sólo aparente) que se ajuste al ordo-liberalismo globalizado, y no enfrente la subordinación de la nación al sistema global , se convierte en un instrumento de las clases dominantes locales dispuestas a participar en el explotación de su pueblo y, posiblemente, de los pueblos más débiles actuando como un “sub-imperialismo”.

Hoy en día, todos los avances – audaces o limitados – son necesarios para romper con el ordo-liberalismo en el mundo, de Norte a Sur. La crisis del capitalismo ha creado un caldo de cultivo para la maduración de coyunturas revolucionarias. Expreso este objetivo – necesario y posible – en una breve frase: “Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis?” (El título de uno de mis libros recientes ).

Salir de la crisis no es nuestro problema, es el problema de los gobernantes capitalistas. Si tienen éxito o no, (y en mi opinión, no van por ese camino) No es nuestro problema. ¿Qué tenemos que ganar sí nos sumamos con nuestros adversarios para revivir un ordo-liberalismo que se desgarra ? Nada . Esta crisis ha creado oportunidades para avanzar consistentemente, a condición de que los movimientos tengan este objetivo.

Entonces, la afirmación de la soberanía nacional se convierte en obligatoria para avanzar, porque el desarrollo desigual entre las naciones, siempre entra en conflicto con la lógica del ordo-liberalismo. Hay que tener en mente diseñar un proyecto nacional, soberano, popular, social y democrático. El concepto de soberanía, que propongo, no es el de la soberanía burguesa-capitalista; es distinto y por esta razón lo defino como soberanía popular.

La confusión entre estos dos conceptos opuestos, ha producido el rechazo de cualquier “nacionalismo” sin ninguna precisión, destruyendo así cualquier posibilidad de salir del ordo-liberalismo. Por desgracia en Europa – y aún más allá – la izquierda contemporánea a menudo practica esta confusión.

La defensa de la soberanía nacional no significa simplemente querer ” otra globalización multipolar” (para diferenciarse con el modelo actual de globalización), que este basada en la idea de un orden internacional negociado – entre naciones libres y soberanas- , y no impuesta de manera unilateral por el ordo-liberalismo de la tríada imperialista (con los Estados Unidos a la cabeza)

Esta idea involucra responder a las preguntas: ¿un mundo multipolar para hacer qué? ¿Queremos un orden internacional diseñado para administrar la competencia entre los países que aplican el ordo-liberalismo en casa ? ; o, en contrapunto, ¿como conquistamos márgenes de maniobra para los pueblos puedan salir del ordo-liberalismo?

Debemos especificar la naturaleza del objetivo perseguido con la política multipolar que proponemos. Como siempre en la historia, un proyecto nacional será híbrido, cruzado por contradicciones entre las tendencias que lo contienen, algunos a favor de la construcción de una nación capitalista y otras con objetivos caracterizados por su contenido social progresista. El proyecto soberano Chino proporciona un buen ejemplo; los proyectos semi-soberanos en la India y Brasil (antes del golpe de la derecha) proporcionan otros.

La Unión Europea estancada.

A pesar, que el colapso del proyecto europeo (y, en particular, del subsistema del euro) se venía venir desde hace años, el Brexit es claramente la evidencia de un acontecimiento importante. (Ref. Samir Amin, La implosión del capitalismo contemporáneo).

El proyecto europeo fue concebido (desde un principio en 1957) como un instrumento de los monopolios capitalistas ,especialmente de Francia y Alemania, – con el apoyo de los Estados Unidos – para desactivar los peligros socialistas radicales o moderados.

El tratado de Roma, se firmó sobre la roca de la inviolabilidad de la propiedad privada, dejando “fuera de la ley” toda aspiración al socialismo, como lo dijera en su momento Giscard d’Estaing. Posteriormente, y poco a poco, este concepto se vio reforzado , por la Unión Europea como un edificio de “hormigón armado” por los Tratados de Maastricht y de Lisboa.

Finalmente, el argumento orquestado por la propaganda para consentir este proyecto, fue que las soberanías nacionales deberían ser diluidas porque estas soberanías (en su forma burgués-imperialista) habían estado en el origen de las matanzas sin precedentes de las dos grandes guerras del siglo XX.

Esta idea explica porque el proyecto ha tenido una respuesta favorable de las generaciones más jóvenes, que han enganchando con la promesa de una soberanía europea, democrática y pacifista, en lugar de las soberanías nacionales belicistas del pasado.

De hecho, las soberanías de los estados nunca han sido abolidas, estas soberanías se han convertido en el marco necesario para garantizar a los monopolios, ahora financiarizadas, el dominio de la gestión económica, social y política de las sociedades europeas; cualquiera sea el estado de animo de las opiniones públicas nacionales.

El proyecto europeo se basa en una negación absoluta de la democracia (entendida como el ejercicio de elección entre proyectos sociales alternativos) y va mucho más allá del llamado “déficit democrático” que se invoca contra la burocracia de Bruselas. Ha dado repetidas pruebas de ello , de facto ha aniquilado la credibilidad de las elecciones, cuyos resultados son “legítimas” sólo en la medida que cumplan con los imperativos del ordo-liberalismo.

En este contexto, Alemania ha sido capaz de hacer valer su hegemonía. De este modo la soberanía alemana (burguesa / capitalista) se ha erigido como el sustituto de una inexistente soberanía europea; sus socios europeos, como mucho, están invitados a alinearse a las exigencias de una soberanía superior.

Europa se ha convertido en “la Europa Alemana” . Sobre todo en la zona del euro, donde Berlín gestiona esta moneda para beneficio de los Consorcios alemanes. Políticos importantes como el ministro de Finanzas Schäuble, disfrutan con un chantaje permanente amenazando, a sus socios europeos con una “salida alemana” (Gexit). No tenemos derecho a dudar ante hechos que son evidentes: el modelo alemán envenena Europa, Alemania incluida. El ordo-liberalismo, junto con las políticas de austeridad en curso, son una fuente persistente del estancamiento del continente.

El ordo-liberalismo es un sistema irracional visto desde la perspectiva de la protección de los intereses de las mayorías populares en todos los países de la UE (entre ellos también Alemania) como desde la perspectiva de la defensa de condiciones ecológicas para la reproducción de la vida económica y social.

Por otra parte, el ordo-liberalismo conduce a una agravamiento sin fin de las desigualdades entre los socios; es el origen de los excedentes comerciales de Alemania y de los déficits simétricos de los demás.

Pero, el ordo-liberalismo es una opción perfectamente racional desde el punto de vista de los monopolios financieros, porque garantiza el permanente crecimiento de su renta. Pero el sistema no es viable. No porque este enfrentado a una creciente resistencia de sus víctimas (ineficaces hasta la fecha), sino debido a sus propias contradicciones internas: el crecimiento de la renta de los monopolios impone el estancamiento y el deterioro permanente de los socios más frágiles (Grecia y otros).

El capitán al timón, que está conduciendo el barco europeo, va en línea recta hacia los arrecifes . Mientras los pasajeros imploran en vano que cambie de curso, el capitán, protegido por su guardia pretoriana (Bruselas, el BCE), permanece irreducible. Solo queda subirse a los botes salvavidas. Sin duda, es peligroso, pero es un peligro menor que un naufragio a la vista .

Esta imagen ayuda a comprender la naturaleza de dos opciones, que los críticos del sistema europeo no se atreven a elegir. Algunos sostienen que hay que permanecer a bordo, porque la construcción europea evolucionará respetando a las mayorías populares (creen en esta estrategia a pesar de repetidas derrotas ). Otros llaman a dejar de la nave, como lo muestra la elección británica .

Dejar de Europa – pero, ¿para qué? . Las campañas de desinformación orquestada por los expertos de los medios, al servicio del ordo-liberalismo, contribuyen a la confusión. Toda práctica de la soberanía nacional se descalifica como “populista”, demagógica, poco realista, machista, superada por la historia, nauseabunda.

La opinión pública es machacada con un discurso sobre seguridad e inmigración, mientras queda fuera del foco las responsabilidades del ordo-liberalismo en el empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores. Desafortunadamente, segmentos enteros de la izquierda, entran en este juego manipulado.

Por mi parte, digo que no hay nada que esperar del proyecto europeo, que no puede ser transformado desde dentro y que debemos de-construirlo para reconstruir ,más tarde, otro proyecto sobre bases diferentes.

¿Porque se niegan a llegar a esta conclusión algunos de los movimientos en conflicto con el ordo-liberalismo? ¿ Porque se manifiestan indecisos con respecto a los objetivos estratégicos de sus luchas? ¿Salir o permanecer en Europa (o en el euro)?

Los argumentos exhibidos son diversos en extremo, a menudo triviales y a veces sostenidos en las falsas explicaciones fomentadas por los medios de comunicación (seguridad, inmigración), dando como resultado una maloliente perspectiva que rara vez se plantea desafíos reales, como salir de la OTAN, por ejemplo. Aún así, la creciente ola que expresa el rechazo a Europa (como lo ejemplifica el Brexit) refleja la disminución de las ilusiones sobre la posibilidad de la reforma.

No obstante, la confusión asusta. Gran Bretaña, no tiene la intención de ejercer su soberanía para recorrer un camino que se desvíe del ordo-liberalismo. Por el contrario, en reemplazo , a la prioridad europea, Londres pretende abrirse aún más hacia los EE.UU, la Commonwealth, y los países emergentes del Sur. (Gran Bretaña no retiene la reticencias que algunos países europeos tienen hacia el acuerdo de libre comercio transatlántico). No hay más que esto. Ciertamente este no es un programa social. Además, para los británicos, la hegemonía alemana es menos aceptable de lo que parece ser para Francia e Italia.

En este escenario, los fascistas europeos proclaman su hostilidad hacia Europa y el euro. Pero debemos saber que su concepto de soberanía es el de la burguesía capitalista; su proyecto es la búsqueda de la competitividad nacional en el sistema ordo-liberal, acompañado de campañas contra los inmigrantes.

Los fascistas nunca serán defensores de la democracia, ni siquiera de una democracia electoral (excepto por oportunismo), por no hablar de una democracia más avanzada. Ante una encrucijada, la clase dominante no dudará: prefiere una salida de la crisis de carácter fascista. Lo demostró en Ucrania.

Sin embargo, el espantajo del rechazo a Europa por los fascistas esta paralizando las luchas contra el ordo-liberalismo. El argumento invocado con frecuencia es: ¿Cómo podemos hacer una causa común en contra de Europa con los fascistas? Estas confusiones olvidan que el éxito fascista es , precisamente , producto de la timidez de la izquierda radical.

Si esta izquierda hubiera defendido – con audacia- un proyecto de soberanía popular y democrático y denunciado, también , el falso y demagógico proyecto de soberanía de los fascistas, obtendría los votos que hoy van a los fascistas.

La ilusión de una posible reforma de Europa no impedirá su implosión. El proyecto europeo se deshace en favor del resurgimiento de lo que por desgracia se asemeja a la Europa de los años 1930 y 1940: una Europa alemana – con Gran Bretaña y Rusia fuera de él – Francia dudando entre Vichy (en lugar que tiene ahora) y la Francia De Gaulle (todavía invisible), España e Italia siguiendo la estela de Londres o Berlín.

Una soberanía nacional que sirva a los Pueblos

La soberanía nacional es el instrumento indispensable para el progreso social y la democratización, tanto en el Norte como en el Sur del planeta. Estos avances tienen una lógica más allá del capitalismo, son un perspectiva propicia para el surgimiento de un mundo policéntrico y la consolidación del internacionalismo de los pueblos.

En los países del sur del proyecto nacional soberano debe “caminar sobre dos piernas”:

1. Construir un sistema industrial autosuficiente, integrando las diversas ramas de la producción con puntos de venta directo de los productos .

El ordo-liberalismo no permite esta organización de la producción. De hecho, concibe la “competitividad” de manera individual para cada empresa. Su sistema da prioridad a las exportaciones, sometiendo a las industrias de los países del Sur a la condición de subcontratistas de los monopolios de los centros imperiales. Por este medio se apropian de gran parte del valor creado por la industrias de los países periféricos

En contrapunto, la construcción de un sistema industrial autosuficiente requiere de una planificación estatal, del control nacional de la moneda, del sistema fiscal y del comercio exterior.

2. Desarrollar, de manera original, la renovación de la agricultura campesina, basada en el principio que la tierra agrícola es un bien común de la nación, pero asegurando el acceso a la tierra ( y a los medios para su explotación ) a las familias campesinas.

Este proyecto debe estar diseñado para lograr el crecimiento de la producción por familia / hectárea, consiguiendo que las industrias primarias trabajen en la misma dirección. El objetivo de esta estrategia es garantizar la soberanía alimentaria de la nación, el control de los flujos migratorios del campo a la ciudad y ajustar el ritmo de crecimiento del empleo urbano.

La articulación de los avances en cada uno de estos campos es el foco principal de las políticas de Estado para garantizar la consolidación de amplias alianzas populares (de “obreros y campesinos”) creando un terreno favorable para una democracia participativa avanzada.

En los países del Norte la soberanía popular también debe romper con el ordo-liberalismo, lo que implica políticas audaces que van desde la nacionalización de los monopolios hasta la socialización de su gestión. Obviamente, esto implica el control nacional de la gestión de la moneda, el crédito, los impuestos y el comercio exterior.

En su lugar, el sistema imperialista ha implementado un “rosario” de conveniencias con los cuales ejerce su dominio sobre las naciones periféricas y el sistema global.

En algunos países industrializados del sur , las externalizaciones del sistema globalizado, controladas por los monopolios financiarizados de la tríada imperialista, (Estados Unidos, Europa Occidental y Central, Japón) han servido para convertir en renta – de los monopolio imperialistas- una masa creciente del valor generado por sus economías locales dependientes.

Por otro lado, en muchos países en desarrollo, el brutal saqueo de los recursos naturales (petróleo, minerales, tierras agrícolas, agua, luz del sol); va de la mano con saqueos financieros, que se apoderan del ahorro nacional. Este saqueo opera mediante la coacción, dando prioridad al servicio de la deuda externa. El déficit estructural de las finanzas públicas en estos países brinda la oportunidad a los monopolios imperialistas para invertir de manera rentable sus crecientes excedentes financieros generados por la crisis del sistema imperialista globalizado y financiarizado, obligando – a los países en desarrollo – a pagar la deuda bajo condiciones extremadamente rigurosas.

Este tipo de atraco financiero también tiene sus efectos destructivos en los centros imperialistas. El continuo crecimiento del volumen de la deuda pública – en relación al PIB – es buscado activamente por el capital financiero nacional e internacional, con rentables resultados para la inversión de sus excedentes.

La deuda pública contraída con los mercados financieros privados ofrece la oportunidad de imponer una sangría a los ingresos de los trabajadores, permitiendo el crecimiento de la renta de los monopolios. También alimenta el continuo crecimiento de la desigualdad en la distribución del ingreso y la riqueza. El discurso oficial que dice procurar la reducción de la deuda es completamente falso: su objetivo, en realidad, es aumentar en vez de reducir la deuda.

Por otra parte, la globalización neoliberal prosigue un ataque masivo contra la agricultura campesina en Asia, África y América Latina. Este importante componente de la globalización está conduciendo a un enorme empobrecimiento, exclusión y miseria a cientos de millones de personas en los tres continentes, El ordo-liberalismo ataja, de este modo, cualquier tentativa de éxito de las empresas nacionales, en la sociedad global .

La moderna agricultura capitalista, representada tanto por una agricultura familiar rica y / o por las empresas agroindustriales, ataca masivamente la producción mundial campesina . La agricultura capitalista -regida por el principio de rentabilidad del capital- se localiza en América del Norte, Europa, el Cono Sur de América Latina y Australia, emplea sólo unas pocas decenas de millones de agricultores, de manera que tiene una alta productividad; mientras que los sistemas agrícolas campesinos siguen dando trabajo a casi la mitad de la humanidad – unos tres mil millones de personas.

¿Qué pasaría si “la agricultura y la producción de alimentos” fueron tratados como otra forma de producción capitalista, con sujeción a las reglas de la competencia en un mercado desregulado? ¿Estos principios facilitarían el incremento de la producción?

De hecho, uno puede imaginar a cincuenta millones adicionales de “modernos agricultores”, produciendo lo que tres millones de agricultores actuales ofrecen en los mercados, además de su propia (y baja) subsistencia. Las condiciones para el éxito de esta alternativa requeriría de una importante transferencia de tierras de cultivo a estos “nuevos agricultores” (tierras usurpadas a los actuales campesinos), dándoles acceso al capital (para la comprar equipamiento), y a los mercados de consumo.

Estos nuevos agricultores competirían fácilmente con los miles de millones de agricultores existentes. ¿Y qué pasaría con ellos? Miles de millones de productores no competitivos serían eliminados en un corto período histórico que no superaría unas pocas décadas.

El argumento principal para legitimar la alternativa “competitiva”, es que este tipo de desarrollo se llevó a cabo en Europa en el siglo XIX contribuyendo a la formación de ricas sociedades urbanas industriales y post-industriales capaces de alimentar a sus naciones e incluso capaces de exportar excedentes de alimentos. ¿Por qué no repetir este modelo en los países del tercer mundo en la actualidad?

Este argumento pasa por alto dos factores clave que hoy hacen imposible reproducir este modelo en los países del tercer mundo.El primero es que el modelo europeo se desarrolló durante un siglo y medio con tecnologías de uso intensivo de mano de obra. Las tecnologías actuales necesitan mucho menos mano de obra. Por tanto, si los “nuevos campesinos” ( en el tercer mundo) quieren ser competitivos en los mercados mundiales, sus exportaciones deben adoptar las nuevas tecnologías. El segundo es que durante su larga transición la población Europea se vio obligada a emigrar masivamente a las Américas.

¿Podemos imaginar otras alternativas basadas en el acceso a la tierra para todos los campesinos?

En actual contexto, hay que entender que la agricultura campesina debe mantenerse y, simultáneamente, iniciar un proceso continuo de cambio y progreso tecnológico- social. Todo esto a un ritmo que permita un evolución gradual hacia un empleo No agrícola. Tal objetivo estratégico involucra políticas que salvaguarden la producción de alimentos del campesinado que hoy sufre una competencia desigual de la agroindustria modernizada nacional e internacional. Se trata de un modelo de desarrollo industrial y urbano – basado en menos exportaciones y salarios bajos- (unidos a bajos precios de los alimentos) y con una expansión de un mercado interno socialmente equilibrado.

Una estrategia de este tipo facilita la integración global de políticas que garanticen la soberanía alimentaria, una condición esencial para que un país sea un miembro activo de la comunidad internacional, fortalecimiento su necesaria autonomía y capacidad de negociación.

Lectura para complementar

Por razones de brevedad no he abordado aquí cuestiones principales colindantes, tales como : el surgimiento del capitalismo de los monopolios generalizados, la nueva proletarización generalizada, la militarización de la globalización y los conflictos por el acceso a los recursos naturales, la globalización financiera como el eslabón débil del sistema, la reconstrucción de la solidaridad entre los países en desarrollo, la estrategia de las luchas en curso, las obligaciones del internacionalismo antiimperialista de los pueblos.

Refiero al lector a mi libro La implosión del capitalismo contemporáneo ( L’implosión du capitalisme contemporain ) que habla sobre las estructuras institucionales que he propuesto para consolidar un contenido popular en la gestión de una transición económica que vaya más allá del capitalismo (páginas 123-128 del libro antes mencionado).

Traducción de Emilio Pizocaro


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