Asociación Guadalajara Antitaurina •  Opinión •  22/06/2022

El mini zoo de Guadalajara

El mini zoo de Guadalajara

He ido a pasear por el mini zoo de Guadalajara. Hacía muchos años que no entraba. Recordaba un pobre lobo en un jaulón con una caseta de cemento y un pequeño espacio exterior, también totalmente cementado. Recordaba patos paseando por los caminos de tierra y jaulas sobre soportes de hierro con hurones, alguna jineta y otros pequeños mamíferos en espacios de un metro cuadrado, con troncos ahuecados para que les sirvieran de refugio del sol inclemente. Recordaba un espacio muy amplio, lleno de corzos, que se movían con relativa libertad en ese cercado. Creo que de esa visita han pasado ya más de treinta años. Había personal trabajando en el interior y la entrada era gratuita. Ya por entonces se cuestionaba el lamentable estado del recinto en algunos artículos de la prensa local

Mi reencuentro con ese desagradable lugar (esa es la sensación y el recuerdo que siempre me ha quedado de aquellas visitas puntuales) ha sido también muy decepcionante. Parece que no ha pasado por allí el tiempo. Hay menos animales en esas pequeñas jaulas, pero aun quedan cerramientos viejos, vayas medio caídas, recintos con doble y triple vallado, que parecen puestos para evitar retirar los viejos y poner unas nuevas separaciones en su lugar.

Me pregunto que hace un pequeño grupo de emúres, un oso pardo, un montón de corzos y gamos, cabras montesas, arruís y, según el cartel frente a su pequeña piscina, una nutria… Me pregunto, mirando las sucias aguas en las que nadan los patos y comparten espacio con los pavos reales, que hacen ahí, entre el agua llena de verdín y hojas caídas, esos animales tan bellos. No veo a nadie vigilando el recinto, aunque imagino que las cámaras de vigilancia, que ironía, estarán vigilando…

Las medidas de seguridad son bastante lamentables. Los animales están expuestos completamente a las posibles acciones de indeseables. La separación con los animales me permite acariciar el morro de un gamo, un bellísimo ejemplar que está acostumbrado, por lo que he visto, a acercarse a la valla y dejarse acariciar. La pequeña manada de hembras y crías también se han acercado a ver que conseguían.

Intento ver algo positivo, algo agradable en ese lugar, anclado en el pasado. La sensación es de abandono, de descuido absoluto. Los animales beben en baldes rotos, tal vez no sea la hora de que tengan la comida a su disposición o esté en los pequeños recintos que tienen para refugiarse. No lo sé, pero si alguien intenta ver algo bello, será mejor salga por donde ha venido.

Un cartel anuncia del gran servicio que hace el recito a los escolares, que lo visitan en gran número. Otro cartel avisa de que los animales están chipados. Uno más pide que los visitantes no den de comer a los animales y otros indican los caminos hacia el oso, el lince y las aves rapaces. Muchos carteles y mucho lavado de cara, pero la vegetación absolutamente abandonada, los recitos descuidados, la ausencia de personal, todo, absolutamente todo me hace preguntarme por que se mantienen unas instalaciones tan obsoletas abiertas al público.

Si su labor es la recuperación de la fauna silvestre, no se entiende la presencia de animales que no son propios de estas latitudes. Si su labor es educativa, no entiendo la dejadez de las instalaciones y su entorno.

Me doy cuenta de que las únicas edificaciones que están en buenas condiciones, al menos exteriormente, son las del Aula de Interpretación y la del Centro de Recuperación de Fauna Silvestre. Lo demás sigue igual que hace cuarenta años.

Fauna urbana

Al mirar desde el exterior del recinto, he mirado hacia lo alto, al cielo lleno de sonidos de libertad. Las cigüeñas, con su característico crotorar, son las reinas de las torretas de la luz. Las palomas iban y venían. Urracas por aquí, algún mirlo por allá, y gorriones, los hermosos y urbanitas gorriones, que conviven en las terrazas de los bares y en los patios de los colegios con los humanos. Una ardilla subiendo a un pino en el parque, los vencejos y las golondrinas, hasta las ratas de alcantarilla. Toda esa fauna urbana, compuestas por hormigas, moscas, mosquitos, mariposas y cucarachas, gatos ferales y topillos de madriguera; culebras y lagartijas, salamanquesas y pequeños azores, búhos y pájaros carpinteros; arañas y escarabajos. Todos esos animales parece ser que molestan a los políticos de turno y a muchas de las personas que viven en la ciudad.

Las palomas manchan los coches, el peso de los nidos de las cigüeñas pueden dañar tejados, las moscas nos molestan, las palomas nos molestan, son ratas con alas; las hormigas, que horror.  Hay que fumigar, exterminar, controlar… Todos los animales que nos rodean en la ciudad son plagas…

¿Cuándo aprenderemos que los animales con los que compartimos la ciudad son tan necesarios para el equilibrio de los ecosistemas como en el campo? La ciudad es un complejo engranaje de vida silvestre. Hemos convertido las ciudades en espacios cementados, salpicados aquí y allá por pequeños parques. Se cortan árboles porque las raíces molestan, Pero cuando llega el calor, las calles se vuelven un foco de calor insoportable, sin sombras que rebajen la temperatura de las calles.

Un gran parque, en el centro de una ciudad, está lleno de vida. Esa es a que debemos aprender a ver y enseñar a nuestros hijos a ver. No necesitamos zoos para ver ardillas, ni mariposas. No necesitamos controlar las poblaciones de presas o predadores, porque la Naturaleza sabe autorregularse, Incluso en un parque bien cuidado, cada ser vivo encuentra su lugar en la pirámide de la vida. Debemos dejar ya de ser tan proteccionistas y empezar a conservar lo que tenemos, dejando que la Naturaleza haga su trabajo y nosotros no lo destruyamos con nuestra obsesión de jugar a ser diosecillos de opereta.


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