Juanlu González •  Opinión •  20/09/2022

Por qué Rusia tiene que ganar la guerra contra la OTAN

No es un secreto que Europa y Estados Unidos viven muy por encima de sus posibilidades mediante el saqueo sistemático de los recursos del resto del mundo gracias a su potencial militar y al control del sistema financiero global. Se calcula que la Unión Europea necesita al menos que otra extensión planetaria de su mismo tamaño les ceda graciosamente sus recursos para que aquí podamos disfrutar de la calidad de vida de la que algunos disfrutan y nuestros políticos se vanaglorian. La huella ecológica de Estados Unidos es aún mayor. A pesar de ello seguimos pensando que nuestro rol es el ser los mayores garantes de los derechos humanos, la democracia, las libertades y el bienestar social en el mundo. Ya me dirán cómo se pueden compaginar ambas cosas.

No se puede ser más hipócrita. Podrían preguntar qué piensan las masas de desheredados en África o en Asia que ven obligados a emigrar al norte en busca de la dignidad humana que les negamos en las tierras que les vieron nacer. Su petróleo, su uranio, su oro, su coltán, su pesca, su agricultura… están aquí, pero ellos no pueden entrar en Europa porque se lo impide su política de fronteras. Fue el propio expresidente de Francia, Jacques Chirac, quien reconoció que «el gobierno francés recauda de sus antiguas colonias 440.000 millones de euros en impuestos. Francia depende de los ingresos procedentes de África para no caer así en la irrelevancia económica”. Aunque los europeos y las europeas de a pie no conocen este dato, sí que lo saben bien los africanos; es lo que explica muchos de los recientes movimientos diplomáticos de sus líderes que en Occidente, dicen ahora con disgusto, no entender.

¿Qué tiene que ver la justicia planetaria con la guerra en Ucrania? A primera vista bien poco, pero ya veremos cómo se relaciona todo, es una especie de efecto colateral de la contienda. En primer lugar hay que puntualizar que, en realidad, no es una guerra de Rusia contra Ucrania, sino una guerra de la OTAN contra Rusia. Y no, no se trata de ideología, ni de retórica, ni de tecnicismos. Las armas las pone la Alianza, los operadores de las más avanzadas, también; como la información de satélite para dirigir los misiles o el entrenamiento de las tropas y los batallones neonazis integrados en el ejército. Ucrania pone los soldados, o al menos, parte de ellos, porque también se han encargado desde fuera del reclutamiento de miles neonazis en el exterior. Buena parte del dinero para sostener el país viene de Occidente. Ni que decir tiene que la guerra económica, política, diplomática, cibernética y mediática lanzadas contra Rusia, son cosas del dueto OTAN-UE. Lo único que no están haciendo es luchar abiertamente para evitar una confrontación nuclear pero, por lo demás, es una guerra en toda regla… sin declarar. Quizá por eso Moscú tampoco ha declarado la guerra a Ucrania formalmente, porque sabe de sobra que en realidad lucha contra el Pentágono y sus lacayos europeos.

Por otra parte, la expansión imperialista de la OTAN a costa de la antigua URSS está en el origen mismo de la contienda. Esa obviedad la ha reconocido hasta el mismísimo Papa de Roma. La conquista de los países del Pacto de Varsovia es la verdadera guerra, soterrada pero permanente, que EEUU libra contra Rusia en suelo europeo desde los años noventa del siglo pasado, cuyo objetivo final es, nada más y nada menos, que la balcanización del país para que no pueda jamás hacerle sombra a Estados Unidos, así está escrito y descrito en numerosos planes a lo largo de este siglo y eso es lo que se ha pedido en recientes conferencias rusófobas realizadas en Europa durante los últimos meses y años.

Declarada esta nueva fase de la guerra, parece que toda Europa se ha posicionado del mismo bando, incluida la izquierda parlamentaria y parte del movimiento anti OTAN. El discurso no puede ser más simplista: Rusia es el agresor y debe pagar por ello de todas las maneras posibles. Se asume el relato de la Alianza sin digerir. Se obvia el proceso de expansión militar hacia el este porque no lo consideramos importante y obviamos la desigual y criminal guerra civil de Ucrania contra el Donbass desde 2014 hasta hoy, para no emborronar un discurso cocinado a fuego lento desde mucho atrás. Del golpe neonazi del Maidan no se dice nada, solo era una «revolución popular»; de las milicias neonazis incorporadas al ejército, menos aún, son «inapreciables»; y de la planificada vulneración de los acuerdos de Minsk mientras se preparaba la guerra, para qué ni hablar… Es mejor decir que Putin se volvió loco de repente y que decidió una mañana, tras escuchar una mala interpretación de las Valquirias de Wagner, que le apetecía invadir Ucrania.

La cuestión es que el mundo tras la guerra jamás será el mismo. La guerra económica desatada es mucho más crucial desde el punto de vista geopolítico que el resto de ámbitos bélicos que se superponen en el conflicto. El «orden mundial basado en reglas»… norteamericanas, pasó a la historia. Estados Unidos, a pesar de todo el poder de coerción que aún posee, apenas ha logrado atraer al bando contra Rusia a ningún país que no estuviese ya en sus filas. África, Asia y América Latina le han dado la espalda. La manoseada «comunidad internacional» ha quedado retratada y reducida a Occidente. La inmensa mayoría de la población y de los países del mundo se ha negado a seguir el dictado norteamericano en relación a Rusia.

Pero eso no es todo, Egipto, Irán, Argentina, Turquía, Argelia, Arabia Saudí están en proceso de unirse al bloque económico de los BRICS liderado por Rusia y China. Se anuncia la creación de una moneda propia para los intercambios entre ellos —huyendo del dólar— e incluso una alternativa a los juegos olímpicos para evitar las sanciones occidentales arbitrarias. Pretender castigar y aislar con sanciones económicas a un país del BRICS es una quimera. Solo era cuestión de tiempo que los países atacados por Estados Unidos se organizaran al margen de las estructuras de la globalización económica internacional, convertidas en armas de guerra por las últimas administraciones norteamericanas. Y no cabe duda de que la guerra ha acelerado enormemente este proceso. La guerra de Ucrania será recordada como el principio de la gran desdolarización global.

Esto no va de democracia, no tiene nada que ver con la libertad ni con los derechos humanos. Va de si se va a mantener la hegemonía occidental sobre el mundo surgida de la guerra fría o si va a surgir una alternativa más distribuida, compartida e integradora. No se trata de cambiar a Estados Unidos por China en el trono planetario. Un mundo multipolar viene con fuerza. Como apuntó Gramsci, «el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos”; pero ya no va a tardar mucho y los monstruos que lo dominaban están mostrando su verdadera cara para evitar lo que ya es inevitable, su irremediable caída. No es un casual que el monstruo norteamericano esté atizando los conflictos de Kosovo, Taiwan, Azerbaiyan, Transnistria… sólo se puede desenvolver con claridad en el terreno de la guerra, no en el político ni en el económico.

Las giras occidentales para desactivar la visita de Lavrov al continente africano han sido un verdadero ridículo y un absoluto fracaso. África no olvida ni su pasado colonial, ni su presente neocolonial. China ha invertido en unos años en el continente más que Occidente en toda su historia. Otros países subsaharianos están implorando a Rusia que acuda con su ejército a estabilizar la región plagada de terroristas a los que acusa de ser marionetas de la estrategia de la OTAN. A Francia la han echado a patadas de Malí y pronto otros países seguirán su ejemplo. Ni Rusia ni China han sido jamás enemigos de África y a ellos se están encomendando en las peticiones de ayuda para su emancipación y su desarrollo, ya lo hizo la URSS anteriormente. Estados Unidos y Europa sólo les han traído saqueo, miseria y guerras interminables.

Lo negativo para la población europea es que estamos en el lado malo de la historia. Si el mundo se reorganiza en términos de justicia y equidad, o simplemente en base a la protección de los recursos nacionales propios frente a intereses externos, posiblemente, como dijo Chirac sobre Francia, entremos en una fase de irrelevancia internacional, donde que encontrar otra Europa dispuesta a regalarnos graciosamente sus materias primas para que podamos mantener nuestro nivel de vida, sea una entelequia. Como siempre, serán las clases trabajadoras quienes lo sufran.

Aún estamos a tiempo. La Unión Europea debe caminar decididamente hacia su soberanía y debe despojarse de su vergonzante tutela y subordinación a Estados Unidos. Las bases norteamericanas deben desaparecer del continente para poder tomar las riendas de nuestro propio destino. Hay que trabajar por una integración continental proporcionando a los estados garantías de seguridad plenas sin contravenir las necesidades en esta materia de ningún otro país. Finalmente, la OTAN debe desaparecer. Esta alianza militar es la responsable directa de la muerte de más de seis millones de personas desde el 11S de 2001 en guerras en Asia y África; su sola existencia es una amenaza para la paz mundial. La crisis ucraniana es solventable con acuerdos de defensa globales y varios referéndums de autodeterminación soberanos y vinculantes. Pero la paz no es algo que interese a una organización militar, todo lo contrario. La Alianza necesita guerras y enemigos que justifiquen su existencia y su enorme despilfarro de recursos.

El mundo que está por llegar seguro que será más plural y democrático. Solamente el hecho de que no exista un poder omnímodo, ni militar y económico, abrirá espacios de libertad para que cualquier estado pueda organizarse como considere sin exponerse a sanciones, invasiones o guerras encubiertas. Si cesa el latrocinio del norte sobre el sur, porque los países más débiles pueden aspirar a cierta protección efectiva frente a potencias ávidas de recursos ajenos, en general mejorará la situación social de los estados más pobres del planeta. Si Occidente se acostumbra a pagar precios reales de mercado por las materias primas que utiliza, mejorará la situación social de los estados más pobres del planeta.

La OTAN no va a salir reforzada de este envite, a pesar de que se van a incorporar países que eran parte de facto de la Alianza desde hace una década. La OTAN va a salir derrotada de la guerra. El imperio norteamericano va a acelerar su declive. El dólar está ya dejando de ser la moneda para intercambios energéticos en la mayor parte del planeta. El viejo mundo se muere, la avaricia imprudente será su fin. Confieso que jamás creía que llegaría a verlo, pero vivimos tiempos interesantes, en la acepción china del término y, sin duda enormemente acelerados.

Por qué Rusia tiene que ganar la guerra contra la OTAN