Christian Zampini •  Opinión •  19/03/2022

Una decisión trascendental

  • En una actitud lamentablemente cada vez más frecuente, menos de 24 horas después del histórico y drástico cambio de posición del Gobierno de España respecto al Sahara Occidental, comienzan a abundar los análisis destinados a minimizar la importancia de la decisión y cuestionar la oportunidad de hacerle frente.
Una decisión trascendental

Han pasado menos de 24 horas desde que el Gobierno de España anunciase, de forma sorprendente, un cambio diametral de posición respecto al conflicto del Sahara Occidental para alinearse por completo con las tesis de Marruecos y abogar por el reconocimiento de su soberanía sobre los territorios ocupados militarmente desde 1975 a cambio de un «régimen de autonomía». Un cambio que traslada el papel de España desde la pusilánime renuncia a sus responsabilidades para adoptar una pretendida neutralidad, a uno mucho peor, respaldando, reconociendo y apoyando las exigencias del agresor. Un incumplimiento completo de sus responsabilidades internacionales unida a una traición directa a la población saharaui que, hasta hace 47 años, era española.

Menos de 24 horas desde esta histórica decisión, como decía, pero ya han comenzado a abundar los análisis, supuestamente intelectuales, que buscan cuestionar la oportunidad de hacer frente, denunciar y oponerse a la decisión, aludiendo a la intrascendencia de la medida y lo inoportuno de la respuesta en la coyuntura actual. Y no puedo más que responder.

Dejemos una cosa clara: la decisión sobre el Sahara no es un asunto menor ni tangencial. No se trata únicamente de una cuestión de solidaridad internacional que a la mayoría de la población ni le va ni le viene, ni le afecta, ni se entera. No lo es por sus implicaciones directas en la economía, la seguridad y la influencia del país a nivel internacional de forma inmediata.

Económicamente se trata de una decisión con consecuencias que nos afectarán de forma directa en un momento de crisis (bastante autoinducida, por cierto, genios) de suministro de hidrocarburos. Aunque se esquive la bala de un corte abrupto por parte de Argelia, el resultado va a ser el encarecimiento y problemas puntuales de desabastecimiento. Argel ya había advertido, hace días, sobre la cuestión.

En materia de seguridad, la posición española adopta una lectura unilateral marroquí, que entra en un peligroso conflicto abierto, no solo con el Sahara Occidental, sino con la propia Argelia y también con Mauritania. El irredentismo de Rabat amenaza con conflictos abiertos con sus vecinos. En estos momentos, incluso, existen tensiones militares en la frontera entre Argelia y Marruecos. Esta decisión no solo abre el camino a aumentar las tensiones, sino que puede implicarnos directamente en el conflicto.

Un irredentismo marroquí, por cierto, que nos saluda. Y no hay ningún motivo para pensar que esta cesión, este regalo, esta alta traición al Sahara Occidental en contra a las responsabilidades internacionales de España, vaya a cerrar las reclamaciones de Marruecos sobre Ceuta, Melilla y, cuando se les pone, hasta las Canarias.

En cuanto a las relaciones internacionales, nos cierra varias puertas y no nos abre ninguna. Con esta decisión, España se desliga por completo de las posiciones consensuadas a nivel internacional para adoptar un acuerdo bilateral en pérdida. Mañana otros países van a recordar esta mierdecita. Tanto pare presionar al país, como para desconfiar de su cumplimiento de tratados, acuerdos y compromisos. También tendrán en cuenta la proyección subjetiva de fuerza del país, al adoptar posiciones tan sumamente alejadas del interés nacional, que se identifican fácilmente con respuestas a presiones externas, ya sean de la propia Marruecos o de otros aliados mayores.

Teniendo en cuenta estos tres factores de crítica importancia, argumentar esa escasa trascendencia de la decisión para la opinión pública, resulta completamente absurdo. El Sahara Occidental no ha venido siendo informativamente relevante hasta ahora, no ha estado en la primera plana, porque se trataba de un conflicto con 47 años de duración, estancado desde hace 31 años. Pero eso no significa que cualquier decisión que se tome al respecto va a pasar como si nada, menos en este momento.

Auguro que el eje energía/economía/seguridad va a devolver el tema del Sahara Occidental a la primera línea. Y también aventuro una opinión pública bastante monolítica (que una derecha oportunista tampoco va a dudar en instrumentalizar, por cierto). Una opinión pública en bloque por varios motivos: ha sido enardecida durante semanas con estresantes discursos belicistas; Marruecos tiene una imagen absolutamente negativa para la opinión pública española (siendo, en muchas ocasiones, identificado con el subjetivo ENEMIGO), y la Valla de Melilla, que siempre es noticia, se lee como un escenario de agresiones.

A estas tres cuestiones en negativo, se va a sumar, en positivo, un sentimiento  y una tradición de firme solidaridad con el Sahara Occidental entre la población española (con todo lo minoritario y de nicho que quieren calificarlo nuestros grandilocuentes opinólogos). Puede que no haya venido siendo una causa muy extendida ni notoria en el día a día para la mayoría del público, pero la existencia de toda una red de apoyo y solidaridad (con iniciativas tan insertas en la sociedad como las Vacaciones en Paz) va a incidir enormemente en la opinión mayoritaria al volver a tornarse un asunto de importancia destacada.

Y a esto, ni que decir tiene, se van a sumar cuestiones tan mundanas como la factura del gas. Y la creciente conflictividad a apenas 90 km de distancia (con todos sus ingredientes).

Así que, con todo esto, valoren ustedes el nivel de importancia de la decisión, su trascendencia, o si es mejor seguir relativizando y minorizando una de las decisiones más estúpidas en lo que va de década, porque no es un momento oportuno para hacerle frente.


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