Emir Sader •  Opinión •  07/09/2016

La restauración conservadora llegó también a Brasil

La restauración conservadora llegó también a Brasil

El proceso de restauración conservadora, una contraofensiva de la derecha latinoamericana, llegó a Brasil de la forma menos esperada.

Con dificultades, Dilma Rousseff había logrado reelegirse, tras enfrentar una fuerte ofensiva de la derecha, pero no tuvo ninguna luna de miel. Desde el día siguiente fue blanco de intentos de reconteo de los votos, búsqueda de acusaciones de corrupción en contra de ella, ambos intentos fallidos. Hasta que la derecha cuajó esa vía del golpe parlamentario, como si Brasil fuera un país con régimen parlamentario, contando con el silencio cómplice del Judiciario. Y lo que tantos juzgaban imposible, por absurdo, se dio, haciendo que Brasil se sume a Argentina como eje de la restauración conservadora en Latinoamérica, aunque Brasil aparezca con un gobierno no elegido por el voto popular, sin el apoyo de la población y asediado por elecciones en 2 años más y por el fantasma del liderazgo de Lula.

El sueño de la derecha brasileña, desde 2002, se ha realizado. No bajo las formas anteriores que ensayó. No cuando intentó tumbar a Lula en 2005, con un impeachment, que no prosperó. No con los intentos electorales, en 2006, 2010, 2014, cuando fue derrotada. Ahora encuentra el atajo para interrumpir los gobiernos del PT, más ahora que seguiría perdiendo elecciones con Lula como próximo candidato.

Fue mediante un golpe blanco, para el cual los golpes de Honduras y Paraguay han servido como laboratorios. Derrotada en 4 elecciones sucesivas, y con el riesgo enorme de seguir siéndolo, la derecha buscó el atajo de un proceso de destitución sin ningún fundamento, contando con la traición del vicepresidente, elegido 2 veces con un programa, pero dispuesto a aplicar el programa derrotado 4 veces en las urnas.

Valiéndose de la mayoría parlamentaria elegida, en gran medida, con los recursos financieros recaudados por Eduardo Cunha, el unánimemente reconocido como el más corrupto entre todos los corruptos de la política brasileña, la derecha tumbó a una presidenta reelegida por 54 millones de brasileños, sin que se configurara ninguna razón para el impeachment.

Es la nueva forma que el golpe de la derecha asume en América Latina.

Es cierto que la democracia no tiene una larga tradición en Brasil. En las ultimas 9 décadas hubo solamente 3 presidentes civiles elegidos por el voto popular que han concluido sus mandatos. A lo largo de casi 3 décadas no hubo presidentes escogidos en elecciones democráticas. Cuatro presidentes civiles elegidos por voto popular no concluyeron sus mandatos.

No queda claro si la democracia o la dictadura son paréntesis en Brasil. Desde 1930, lo que es considerado el Brasil contemporáneo, con la revolución de Vargas, hubo prácticamente la mitad del tiempo con presidentes escogidos por el voto popular y la otra mitad, no. Mas, recientemente, Brasil había tenido 21 años de dictadura militar, más 5 años de gobierno de José Sarney, no elegido por el voto directo, sino por un Colegio Electoral nombrado por la dictadura —esto es, 26 años seguidos sin presidente elegido democráticamente—, seguidos por 26 años de elecciones presidenciales. Pero en este siglo, Brasil estaba viviendo una democracia con contenido social, aprobada por la mayoría de la población en 4 elecciones sucesivas. Justamente cuando la democracia empezó a ganar consistencia social, la derecha demostró que no la puede soportar.

Fue lo que pasó con el golpe blanco o institucional o parlamentario, pero golpe al fin y al cabo. En primer lugar porque no se ha configurado ninguna razón para terminar con el mandato de Dilma. En segundo, porque el vicepresidente, todavía como interino, empezó a poner en práctica no el programa con el cual había sido electo como vicepresidente, sino el programa derrotado 4 veces, 2 de ellas teniéndole a él como candidato a vicepresidente.

Es un verdadero asalto al poder por el bando de políticos corruptos más descalificados que Brasil haya conocido. Políticos derrotados sucesivamente se vuelven ministros, presidente de la Cámara de Diputados, lo cual no sería posible por el voto popular, solo por un golpe.

¿Qué es lo que le espera a Brasil ahora? En primer lugar, una inmensa crisis social. La economía, que ya venía en recesión hace por lo menos 3 años, sufrirá los efectos durísimos del peor ajuste fiscal que el país haya conocido. El fantasma de la estanflación se vuelve realidad. Un gobierno sin legitimidad popular, aplicando un duro ajuste en una economía en recesión va a producir la más grande crisis económica, social y política que el país haya conocido. El golpe no es el final de la crisis, sino su profundización.

Es una derrota, la conclusión del período político abierto con la primera victoria de Lula, en 2002. Pero, aun recuperando el Estado y la iniciativa que ello le propicia, la derecha brasileña tiene muy poca fuerza para consolidar su gobierno. Se enfrenta no solo a la crisis económica y social, sino también a un movimiento popular revigorizado y el liderazgo de Lula. Brasil se vuelve un escenario de grandes disputas de masa y políticas. El gobierno golpista intentará llegar al 2018 con el país deshecho, buscando prohibir a Lula como candidato y con mucha represión en contra de las movilizaciones populares. El movimiento popular tiene que reformular su estrategia y su plataforma, desarrollar formas a la vez amplias y combativas de movilización, para que el gobierno golpista sea un paréntesis más en la historia del país.

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