Tortilla con Sal •  Opinión •  04/07/2016

La interminable, torpe guerra sucia de los medios occidentales contra Nicaragua

El 26 de junio, The Guardian publica una nota de Nina Lakhani con el título «Nicaragua suppresses opposition to ensure one-party election, critics say». La virulencia y torpeza del artículo, y la prácticamente total falta de bases para las acusaciones que en ella se hacen, merecen una respuesta.

El mismo título sensacionalista no tiene ningún sentido factual aparte de llamar la atención para así preparar las y los lectores de manera retórica para la falsa explicación siguiente: “Daniel Ortega casi seguro a ganar la re-elección presidencial luego de una sentencia judicial que descalifica al principal dirigente opositor y el gobierno reprime las libertades civiles”.
 

Uno tiene que llegar hasta el final del artículo para descubrir a una académica estadounidense quien asevera la verdad, “…la oposición está mal organizada, sin ideas, y se pasan demasiado tiempo peleando entre ellos mismos. Con o sin decisión de la Corte Suprema, no hay nadie en la oposición capaz de ganarle a Ortega. Él tiene demasiado apoyo popular. Esa siempre iba a ser una carrera de un solo caballo.”

Pero para llegar a esa conclusión verídica al final del artículo, hay que pasar por una confusa selva de falsedades sobre una extraña mezcla de temas. Primero se hace una serie de aseveraciones sobre la política interna de Nicaragua y luego se pasa a criticar el proyecto del Canal Interoceánico, sin mucha preocupación por cosas como el rigor periodístico o la consecuencia argumentativa en lo que al final termina pareciéndose mucho a una pieza de pura calumnia.

De entrada el artículo parte de cuestionar una decisión de la Corte Suprema de Justicia en relación a un conflicto intestino del Partido Liberal Independiente que ha durado seis años, desde el momento en que Eduardo Montealegre y sus cómplices usurparon control del partido para usarlo como el vehículo de sus ambiciones presidenciales en las elecciones del 2011. En el año 2011, el PLI estaba dividido en cuatro facciones, las que interpusieron sendas demandas ante la Comisión Constitucional de la Corte Suprema de Justicia para que fallara.

Ahora la Corte ha emitido una sentencia que favorece a otro de los contrincantes que reclamaron el control del PLI, el Señor Pedro Reyes Vallejos. De manera completamente arbitraria, Lakhani describe el Señor Reyes Vallejos como, “Un nuevo dirigente …quien tiene fuertes lazos con la administración de Ortega.” Sin embargo, Sr. Reyes Vallejos durante años ha reclamado su derecho de dirigir el PLI, y no es un dirigente “nuevo”. Lakhani tampoco ofrece base alguna para su aseveración de los “lazos fuertes” de Reyes Vallejos al gobierno del Comandante Daniel Ortega.

Uno espera saber que tipo de lazos podrían haber entre Reyes Vallejos y Ortega, si son familiares, empresariales, financieros o qué. Pero Lakhani deja su falsa afirmación en el aire al estilo típico del peor periodismo amarillo. Es, o un mero producto de la imaginación de la autora, o una acusación sin base de los propios sectores que apoyan a Montealegre. En base a la información disponible no hay ningún sustento para asegurar que Reyes tiene lazo alguno con el gobierno sandinista.

Sobre la realidad de Nicaragua hoy en día, mucho mejor que los que escribimos estas líneas pueden argumentar los cientos de miles de turistas que año con año visitan el país y que libremente pueden ver con sus propios ojos, no solo las maravillas naturales y culturales del país, sino también los valores de este pueblo y los problemas y retos que enfrenta este país que, aunque pobre, se encuentra dejando atrás la pobreza a pasos acelerados.

Nina Lakhani escribe a menudo sobre los movimientos de mujeres y campesinos en la zona de México y Centroamérica. Sin embargo, el malamente contenido odio que expresa hacia el liderazgo sandinista en Nicaragua adquiere tintes fácilmente absurdos cuando se comprueba la estrecha relación que existe entre los movimientos sociales de la región con este movimiento revolucionario nicaragüense. 

En base a mucho contacto de primera mano con los movimientos sociales regionales, no podemos evitar expresar nuestras sospechas de que intereses occidentales a los que The Guardian sirve al publicar este tipo de artículos están tratando de construir un «movimiento social» paralelo, sin ningún contacto real con las masas populares de Centro América y México, que puedan utilizar para demonizar gobiernos de izquierda como los del FSLN en Nicaragua y el FMLN en El Salvador.

 

Es clara la manera en que Nina Lakhani promueve un imagen de Violeta Granera como un importante dirigente de la oposición a nivel nacional. Lakhani da la impresión que Granera y sus colegas representan un segmento importante de la población en Nicaragua. Pero Violeta Granera es una dirigente veterana del sector ONG financiado con fondos del extranjero, ya sea directamente de los gobiernos norteamericanos y europeos o indirectamente por medio de sus agencias intermediarias. Esa persona no tiene una base electoral capaz de montar una campaña nacional. Si no fuera así, ella no estaría peleando por la cáscara formal de un partido político que apenas tiene 3.5% de simpatía a nivel nacional.
 

De hecho, la tesis central del artículo consiste en la gastada cantinela de que Nicaragua es una dictadura en ciernes, algo que se ha venido repitiendo casi cotidianamente en los medios occidentales desde que el Frente Sandinista regresó al poder en el año 2007. La de Daniel Ortega parece una dictadura que siempre está amenazando en el horizonte pero que nunca se concreta en la realidad. 

La ilustración del texto muestra exactamente lo contrario a la tesis del artículo, y es la foto de un grupo reducido de activistas (7 personas) con banderas encima de un monumento al que han cubierto de pintas muy agresivas contra la persona del Comandante Daniel Ortega. Menuda dictadura que permite esas cosas, pero, aparentemente, es la mejor ilustración de esta «dictadura» que Nina Lakhani o los editores de The Guardian pudieron encontrar.

Los activistas de la foto son de una facción del Partido Liberal Independiente (PLI), la liderada por el banquero Eduardo Montealegre, una de las cuatro que desde hace unos seis años se vienen disputando la representación jurídica del partido. Esa facción del PLI de Montealegre lleva años de manifestarse todas las semanas contra el Consejo Supremo Electoral, cortando durante horas el tráfico con unas pocas decenas de activistas y provocando la irritación general de los automovilistas en la Managua congestionada a la hora pico. Aunque cuenta con el apoyo irrestricto de medios como La Prensa (uno de los dos diarios impresos del país), de la Radio Corporación y del eco que le hacen los medios occidentales, este «partido de papel», como se le llama, no es capaz de movilizar amplias masas populares en el país. 

En su descripción de los hechos alrededor de la sentencia de la Corte Suprema a favor de Pedro Reyes Vallejos, Nina Lakhani solo cita al propio Montealegre (diciendo que las elecciones de este año serán «una farsa»), y a un pronunciamiento de los miembros de la Conferencia Episcopal. Nada más. No se preocupó por preguntarle a alguien en la calle lo que pensaba y mucho menos a las propias autoridades de la Corte Suprema de Justicia. Es una lástima que no le preguntó lo que pensaban sobre el PLI de Montealegre a representantes de la empresa privada, a otros partidarios de la oposición o a la gente de la calle, porque las respuestas que habría obtenido habrían sido mucho más ricas, aunque la caricatura de Nicaragua que pretendía dibujar con su artículo se le hubiese venido al suelo. 

Luego de despotricar contra todos aquellos que no parezcan plegarse a la facción de Montealegre, Nina Lakhani pasa a criticar la decisión soberana de Nicaragua de no permitir que organizaciones euroestadounidenses reconocidas por su propensión a intervenir en los procesos electorales de los países pobres, como el Centro Carter, actuasen como «observadores electorales». Esas fueron las mismas organizaciones que en el año 1996 avalaron unas elecciones en las que el Frente Sandinista fue despojado de la victoria y en las que las urnas llenas de votos aparecieron al día siguiente botadas en los cauces de Managua. 

En las zonas del país en las que la mayoría de las estructuras políticas estaban en manos del Frente Sandinista, las elecciones de 1996 fueron ejemplares, coincidió la gran mayoría de los analistas. En las zonas en las que dominaba el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) de Arnoldo Almán (y también de Eduardo Montealegre, que fue su canciller), las elecciones fueron un verdadero caos. El propio Jimmy Carter reconoció que había habido fraude, pero le pidió a Daniel Ortega que aceptara su ilegítima derrota «en aras de la paz».

Con esos antecedentes, y con el antecedente de una carta indecente de embajadores occidentales que circuló en Managua los días previos al anuncio de Daniel Ortega, en la que se realizaba una descarada intromisión en los asuntos internos del país, el gobierno decidió cortar por lo sano y no permitir ningún tipo de observación electoral, aunque sí el acompañamiento de parte de expertos electorales de la Unasur y de la OEA. 

Nina Lakhani repite la letanía de fraudes electorales supuestamente cometidos por el FSLN en las elecciones municipales de 2008 y en las presidenciales de 2011, pero de hecho los resultados han confirmado los pronósticos de la mayoría de las encuestas. Los resultados de las elecciones municipales cuestionadas de 2008 solo se volvieron a confirmar con todavía más fuerza en 2012, sin ningún argumento. De todas maneras, los resultados de los comicios de 2011 hasta la fecha han sido reconocidos por la comunidad internacional, independientemente de lo que digan los medios de comunicación. Lo más importante, por encima de todo, es que esa legitimidad ha sido avalada por el propio pueblo nicaragüense y por el clima de paz, seguridad y libertad que se respira en todos los rincones del país. 

Para completar el popurrit de tópicos gastados de la propaganda antinicaragüense, Nina Lakhani se da a la tarea de atacar al Canal Interoceánico. Dice que el tratado del Canal le otorga «grandes porciones» del territorio nicaragüense «y muchos de sus derechos soberanos» a la empresa HKND (la autora debería tomarse el trabajo de al menos leer el acuerdo). Dice que la construcción del Canal fue pospuesta el año pasado porque Wang Jing perdió toda su fortuna, lo que es falso, sino que todavía faltaban por realizar estudios complementarios demandados por el estudio ambiental. (De hecho, la empresa HKND no pondrá una suma importante de dinero propio para la construcción del Canal, sino que éste se financiará por aportes de los propios subcontratistas). 

Por último, y como broche de oro, el detalle que faltaba (y que en realidad explica mucho): El gobierno nicaragüense expulsó a dos agentes de los Estados Unidos que habían sido traídos al país sin explicar lo que sería su verdadera misión. Uno de esos agentes era Evan Ellis, un inocente «Profesor de Estudios Latinoamericanos de la Academia de Guerra de los EEUU».

Al final este reportaje de parte de Nina Lakhani resulta incompetente y desleal, un trabajo más de la sucia guerra psicológica de los medios corporativos occidentales contra los movimientos y gobiernos progresistas de América Latina.

Desde hace muchos años, la cobertura de América Latina por los medios supuestamente progresistas, como the Guardian o the Independent en Inglaterra o the New York Times y the Washington Post en Estados Unidos y sus homólogos europeos, está diseñado para confundir y desinformar a sus lectores.

La verdad es que, a pesar de los problemas del empobrecimiento histórico del país, gracias al gobierno del Comandante Daniel Ortega, Rosario Murillo y sus colegas, el pueblo de Nicaragua vive una realidad alentadora, llena de optimismo y fe en un futuro de paz y prosperidad basado en una democracia genuina de igualdad y libertad para todas y todos. 

Los enemigos del Frente Sandinista de Liberación Nacional jamás van a reconocer esta verdad.


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