Los orígenes próximos del belicismo
Campaña «Que no nos arrastren a la guerra».
Revisión del diagnóstico (1 de 3): Belicismo.
En la Plaza de Hiroshima y Nagasaki de la ciudad alemana de Postdam (Hiroshima-Nagasaki Platz), a escasos metros de la villa donde estuvo alojado el presidente Truman durante las reuniones de la conferencia de paz celebradas entre julio y agosto de 1945, hay un memorial que recuerda el bombardeo que sufrieron estas dos ciudades japonesas por parte de EE.UU. pocos días después de los acuerdos de paz alcanzados en Postdam.
La decisión de lanzar bombas atómicas sobre Japón no tenía justificación militar ya que la guerra en el Pacífico estaba llegando a su fin, pero permitía a Truman conducir el orden de posguerra de manera favorable a EE.UU., especialmente frente a Stalin. En 1943, había fallado el pronóstico de conseguir el desmoronamiento de la URSS por interposición alemana. La victoria de las tropas soviéticas en el frente oriental y su avance hacia Berlín habían frustrado nuevamente la esperanza de impedir el asentamiento del socialismo al este de Europa, y limitaban cualquier pretensión expansionista hacia Asia Central. Las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki constituían un aviso para la URSS y para los movimientos de liberación colonial, y mostraban al descubierto el rostro sin escrúpulos de EE.UU. que, 79 años después, permanece como el único país que ha hecho uso de la bomba atómica contra otro país.
La II Guerra Mundial y su final perfilaron la organización mundial hasta nuestros días. EE.UU. podía exhibir un balance de poderío inigualable sobre Europa occidental. Varias de las antiguas potencias coloniales se encontraban en decadencia, y lo más ostensible: un nuevo y belicista Reich alemán había sido derrotado, y el Reino Unido, con los restos de su extenso imperio, estaba en bancarrota tras el esfuerzo bélico. EE.UU. podía retomar la antorcha imperial de Occidente y alertar de su capacidad para incendiar el mundo.
Esa hegemonía de EE.UU. se halla hoy en crisis, al igual que el orden mundial posterior a 1945: han ido apareciendo nuevos protagonistas que cuestionan la hegemonía del imperialismo estadounidense, o más exactamente anglosajón, y que aspiran a crear un nuevo orden mundial, lo que está extremando el riesgo de conflagración a gran escala entre países de distintas áreas del mundo. Pero esta crisis tiene todavía un alcance mayor, ya que es también la de un desarrollo histórico en Occidente que se remonta a siglos atrás. Esbozar un análisis de todo ello es lo que intentaremos en el presente texto.
El belicismo se define habitualmente como: resolver un conflicto por medio de la guerra. Lo consideraremos como: conseguir un objetivo por medio de la guerra. Elegimos este modo de definirlo porque el primero omite la intencionalidad.
El belicismo contemporáneo tiene sus raíces en la llegada de los europeos al continente americano y en el consiguiente dominio de los océanos. Se abría así la posibilidad de alcanzar cualquier territorio del planeta.
Los objetivos eran obtener materias primas, saquear las riquezas, explotar a la población indígena y abrir al comercio todo el planeta; los objetivos de la colonización durante más de 500 años.
Este proceso de acumulación originaria sentó las bases sobre las que se fundó el Modo de Producción Capitalista.
Nada de esto sería posible sin el empleo de la fuerza, especialmente la militar.
Se exterminaron pueblos y culturas. Se saquearon riquezas y tierras. Se extendió la esclavitud y se impusieron los modos de vida y creencias occidentales. En muchos casos, a los pobladores originarios se les consideró seres sin alma o se les criminalizó como ‘salvajes’ de los que había que defenderse. En cualquier caso, excusas para justificar el disponer de su vida libremente.
Un caso singular fueron las trece colonias que darían lugar a EE.UU. Los colonos europeos asentados en ese territorio abrieron las puertas a nuevos colonos para expandirse en todas direcciones y, en menos de un siglo, multiplicaron por 4 el territorio de los asentamientos iniciales. Esa expansión (conquista) costó la vida a 12 millones de indígenas.
Llevamos cinco siglos de expansión universal en los que no solo se ha luchado para oprimir y saquear; también se ha luchado entre los opresores para aumentar sus dominios y para situarse como fuerza hegemónica.
El belicismo alcanzó su punto más álgido en el siglo XX con la Gran Guerra y la II Guerra Mundial. En ellas, aunque se arrastró a una buena parte del mundo, fueron las potencias imperialistas occidentales las que se enfrentaron para conformar un bloque dominante.
Entre el 13 y el 14 de febrero de 1945, cuando la guerra en Europa ya estaba decidida, británicos y norteamericanos bombardearon la ciudad alemana de Dresde, situada en la retaguardia y sin ningún valor militar. El objetivo declarado era “minar la moral del enemigo”. Durante esos dos días, la ciudad, sin apenas capacidad de defensa, fue sometida a un bombardeo en alfombra. El cálculo de la Cruz Roja fue de más de 275.000 víctimas, la inmensa mayoría civiles.
Pocos meses después, estando Japón prácticamente derrotado, tuvo lugar el bombardeo de EE.UU. sobre Hiroshima y Nagasaki. El objetivo tampoco era militar; se trataba de demostrar no solo la posesión del arma nuclear sino la voluntad de usarla, fueran cuales fueran las consecuencias. Según datos de la ONU, las dos bombas atómicas dejaron más de 200.000 muertos debido a la radiación, a los que se sumaron 400.000 en décadas posteriores por problemas de salud relacionados con el bombardeo.
En uno y otro caso, se trataba de sembrar el terror de forma indiscriminada y sin ningún objetivo militar. Desde ese momento, se puso en evidencia que existía la capacidad técnico-productiva para acabar de un solo golpe con cualquier pueblo, incluso para arrasar el mundo. El belicismo había alcanzado el punto más álgido en la historia de la humanidad al unir la voluntad para producir un daño indiscriminado (el terror) con la capacidad de hacerlo instantáneamente y de forma masiva.
La II Guerra Mundial dejó más de 60 millones de muertos, la URSS fue el país con más víctimas: 27 millones.
Tras esas demostraciones y el agotamiento del resto de las fuerzas imperialistas, EE.UU. se convirtió en la fuerza hegemónica mundial, con capacidad para extender su dominio sobre todo el planeta. A excepción de la URSS.
A pesar de las declaraciones retóricas de buenas intenciones y de la creación de la ONU, la guerra continuó en diversas formas por todo el planeta: guerras expedicionarias, operaciones encubiertas de las agencias de inteligencia (desestabilización política, golpes de Estado, asesinatos selectivos de dirigentes políticos), manipulación de los medios de comunicación, guerra económica… ; todo ello con un objetivo central: impedir la influencia comunista en distintas áreas del mundo, especialmente en los procesos de descolonización existentes, y destruir la URSS, el único espacio que no se dominaba y que poseía una capacidad militar equivalente a la de EE.UU.
Desde siglos atrás, Rusia había sido un objetivo de las potencias imperiales de Europa occidental en sus diversos intentos de expansión hacia Asia Central, y siempre se les había resistido. El imperialismo de EE.UU. añadió un nuevo objetivo al habitual trabajo de dominación y sometimiento de otros pueblos: la guerra fría, la guerra contra el comunismo allí donde se manifestara o bien usándolo como un pretexto para la guerra. La lucha de clases tomó forma en el escenario internacional.
Para afianzar su hegemonía militar, EE.UU. desarrolló un ambicioso proyecto belicista que contemplaba: presupuesto militar, industria de armamento (producción y desarrollo tecnológico), instrucción militar y reclutamiento, logística y despliegue de bases militares en el extranjero. Su campo de acción ha sido el de las innumerables guerras y conflictos que ininterrumpidamente se han dado hasta hoy; creando todo tipo de organizaciones bélicas, entre las que sobresale la OTAN.
El conglomerado de acciones que sustentan el belicismo está estructurado y ordenado, configurando lo que se ha denominado el Complejo Militar Industrial (CMI) y que, debido a la fuerte relación de los estamentos del Congreso norteamericano (comités, congresistas, lobistas) con todos los actores de la guerra, podría llamarse Complejo Militar Industrial Congresual.
En 1961, en el discurso de despedida de Dwight Eisenhower como presidente de EE.UU., transmitido a la población desde el Despacho Oval de la Casa Blanca, el que fuese comandante supremo aliado en Europa durante la II Guerra Mundial, señaló lo siguiente:
«El progreso hacia estas nobles metas [la paz, fomentar el progreso del desarrollo humano y acrecentar la libertad, la dignidad y la integridad entre los pueblos y entre las naciones] se ve persistentemente amenazado por el conflicto que envuelve ahora al mundo, que acapara toda nuestra atención, que absorbe nuestro propio ser. Estamos enfrentados a una ideología hostil, de alcance mundial, atea, de despiadado propósito e insidioso método… Un elemento vital para mantener la paz es nuestra institución militar. Nuestras armas deben ser poderosas, listas para la acción inmediata, de tal modo que ningún agresor potencial se sienta tentado a arriesgar su propia destrucción… Nos hemos visto obligados a crear una industria armamentista permanente de vastas proporciones. Sumado a esto, tres millones y medio de hombres y mujeres están directamenteempleadosenelsectordeladefensa.Anualmentegastamosenseguridadmilitarporsísolamásquelos ingresos netos de todas las corporaciones delos Estados Unidos.»
El discurso de despedida de Eisenhower finaliza con las siguientes palabras a modo de advertencia:
«En los consejos de gobierno, debemos protegernos de la adquisición de influencia injustificada, deseada o no, por parte del complejo militar-industrial. El potencial de un desastroso incremento de poder fuera de lugar existe y persistirá. No debemos dejar que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades o procesos democráticos. No debemos tomar nada por sentado. Sólo una ciudadanía alerta y bien informada puede compeler la combinación adecuada de la gigantesca maquinaria de defensa industrial y militar con nuestros métodos y objetivos pacíficos, de modo tal que seguridad y libertad puedan prosperar juntas… Ese desarme, con honor y confianza mutuos, es un imperativo constante. Juntos tenemos que aprender a solucionar las diferencias, no con las armas, sino con inteligencia y propósito decente. Debido a que esta necesidad es tan aguda y evidente, debo confesar en este aspecto que abandono mis responsabilidades oficiales con un neto sentimiento de decepción. En tanto que alguien que ha sido testigo del horror y la tristeza persistente de la guerra, como alguien que sabe que otra guerra podría destruir totalmente esta civilización, lenta y dolorosamente construida durante miles de años, anhelaría poder decir esta noche que una paz duradera está a la vista.»
(https://www.memoriapoliticademexico.org/Textos/6Revolucion/1961-DD-IKE.html)
El CMI ha desarrollado sus propios intereses, siendo un factor determinante del belicismo: vive de la guerra y para la guerra, la promueve, la alimenta y se nutre de ella. Cuando surge la pregunta de a quién le interesa esta guerra, el CMI es el factor constante.
Su origen se remonta a la II Guerra Mundial, con anterioridad a la participación directa de EE.UU. en el conflicto, alcanzando proporciones gigantescas a lo largo de este y en la posterior Guerra Fría. En la década de los 50, es cuando tuvo lugar la infiltración de miembros del Congreso en el entramado militar, por lo que estaría justificada la denominación de Complejo Militar Industrial Congresual a partir de entonces.
Ray McGovern, exanalista de la CIA, lo denomina complejo Militar-Industrial-Congresual-de Inteligencia-Medios de Comunicación-Mundo Académico-Think Thanks, MICIMATT en inglés (Military-Industrial-Congressional-Intelligence-Media-Academia-Think-Tank), yendo más allá en el señalamiento de la influencia de este potente conglomerado militar.
Entre 1945 y 1990 se crearon todas las instituciones y normas del orden internacional bajo el dominio de los EE.UU.
Este periodo tiene un punto de inflexión determinante en la década de los 70. Son varios los factores que intervinieron en ello:
- Fin del patrón oro diseñado en Bretton Woods (convertibilidad del oro contra el dólar), lo que tuvo consecuencias para el expansionismo militar de EE.UU. y para el creciente endeudamiento de la economía de este país. En palabras del economista Michael Hudson:
«El oro es un metal pacífico, porque si se hubieran realizado pagos en oro después de 1971, cuando el presidente Nixon sacó a Estados Unidos del oro, cada año de lucha en el Sudeste Asiático, cada año de gasto militar en el extranjero, hubiera supuesto la pérdida de la cobertura del dólar por el oro. Estados Unidos hubiera perdido el oro, el gasto militar hubiera agotado el oro del país, y no le hubiera quedado nada en absoluto. Creo que hubiera sido una maravillosa alternativa. Habría preferido que se mantuviera el patrón de cambio oro precisamente porque habría limitado la capacidad de Estados Unidos para aumentar la deuda relativa al patrón de las Letras del Tesoro.»
- Creciente inflación y fin de los niveles de crecimiento alcanzados en las economías del Occidente europeo y en EE.UU. durante la década anterior.
- Inicio de una crisis del sistema que obligará a profundos cambios en el modelo de acumulación, alterando normas y preceptos, sentando nuevas bases de funcionamiento en la década siguiente: progresivo desmantelamiento del sector público, desregulación financiera y creciente protagonismo del sector financiero respecto al sector industrial en las economías occidentales, en resumen, lo que se ha denominado neoliberalismo.
Desaparecida la URSS en 1991, su único enemigo equivalente, EE.UU. se lanzó a la conquista de Rusia. El país más grande del mundo, con reservas naturales excepcionales, hidrocarburos, materias primas tecnológicas y una extensión geográfica de 11 husos horarios, que conecta Europa con Asia, y que había sido invulnerable hasta la autodestrucción de la URSS.
Ante los fracasos históricos precedentes y el mantenimiento de un arsenal nuclear, se renunció a una invasión directa y se optó por un cerco progresivo que condujera a una entrega “voluntaria” (Gene Sharp), al tiempo que se cooptaba a los países del Este (revoluciones de colores).
En paralelo, se intensificaron los conflictos en todas las áreas de interés de EE.UU. como fue el caso de las llamadas ‘Primaveras Árabes’.
La impunidad conseguida con una hegemonía sin contrapeso permitió que se abordaran objetivos impensables: guerras en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Líbano, antigua Yugoslavia… Se cambiaron los paradigmas. De la guerra contra el comunismo se pasó a la guerra contra el terrorismo (Torres Gemelas), se intensificó la guerra económica (sanciones), se extendió el dominio ideológico cultural (desarrollo de las comunicaciones, guerra cognitiva…).
En cuanto a los focos de resistencia antifascista y comunista desde el periodo de posguerra en los países del Occidente europeo, y que habían sido víctimas de operaciones encubiertas con objeto de favorecer la consolidación de la hegemonía de EE.UU. en dichos países, la caída del bloque socialista en Europa del Este atomizó la existencia de partidos y organizaciones que arrastraban ya una deriva autodestructiva por su creciente pérdida de identidad e influencia social.
Infinidad de movimientos genuinos de base se desmovilizan o son absorbidos por la postmodernidad que impregna el conjunto de la sociedad. La radicalidad pasa de ser una identidad de resistencia y lucha, de capacidad de transformar, a ser un símbolo banal, individualista y hedonista incapaz de transformar nada, aunque muy funcional para el sistema. Movimientos que antes se reconocían de izquierdas, los verdes, el feminismo, en parte han sido cooptados por la socialdemocracia de la tercera vía e incluso por grupos conservadores.
Su compromiso de clase se opaca e incluso adquiere un carácter utilitarista. Eso ha supuesto su propia debilidad, su fragmentación y ha reducido el apoyo a los bloques de resistencia antiimperialistas. Con el tiempo, su principal producto de márquetin, ‘la buena gestión’, ha sido un auténtico fracaso.
Es en este contexto en el que se desarrollan las guerras de Ucrania y Gaza. La primera comenzada en 2014 y la segunda en 1948.
La guerra de Ucrania es la apuesta de Occidente por conquistar Rusia cercándola con la OTAN y situando sus ejércitos, incluidas armas nucleares, a 850 Kilómetros de Moscú, y desvinculando a Europa de Eurasia.
La guerra de Gaza y de los territorios palestinos ocupados es la guerra para el exterminio de un pueblo en un proceso de colonización clásico: exterminar a la población y ocupar su territorio. En este caso, dirigido por Israel, respaldado por el Reino Unido y por EE.UU. especialmente, y con la complicidad de la ‘comunidad internacional’.
En este escenario, dos fenómenos se desarrollan en paralelo: la crisis económica y funcional del bloque occidental y la decadencia de la hegemonía de los EE.UU.
Justo cuando las condiciones para un dominio universal de Occidente parecían dadas, es cuando se han ido desvaneciendo para mostrar una debilidad profunda y difícilmente reversible. Desde 1995 hasta hoy se han sucedido crisis cada vez más intensas, que ellos mismos han definido como “estructurales, profundas y a largo plazo”, planteando que “sería necesario refundar el capitalismo”. Pero las anunciadas transformaciones o bien no se han realizado, o bien no han dado ningún resultado significativo. En cualquier caso, una situación muy diferente a la respuesta dada a la crisis de los años 70.
Varios aspectos indican que se trata de una decadencia en la que intervienen factores de ámbitos decisivos en la economía capitalista, como es el caso de la deuda y el déficit, que aumentan sin control al tiempo que lo hace la inflación. Una situación difícil de mantener en el tiempo.
El PIB de EE.UU. tiene un crecimiento mucho más lento que el de China. Del mismo modo ocurre con la innovación tecnológica, que es mucho menor que la del país asiático. En el plazo de unos pocos años, EE.UU. ya no podrá recuperar el terreno perdido.
Pero hay más factores. El dólar como moneda de referencia parece tener los días contados. En este momento, grandes economías comercian ya en sus propias monedas al margen del dólar. La pérdida de dominio del dólar afecta a las instituciones creadas para garantizar su funcionamiento y su dominio universal: Reserva Federal, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, e indirectamente el Banco Central Europeo.
Otro factor a tener en cuenta es la negación de la realidad, la presencia de una disfuncionalidad generalizada, una alteración del orden racional en la toma de decisiones y en las prioridades en las evaluaciones por parte de los líderes occidentales.
Entonces, ¿dónde se centran los esfuerzos? En su mayor medida en el campo militar. Ahí es donde se concentra el desarrollo tecnológico, las inversiones públicas.
En resumen, sin un plan y un proyecto de futuro, el único objetivo que parece existir es el de la detención de los procesos transformadores, el incendio de aquellos países que ponen en riesgo la hegemonía de los EE.UU., produciendo más, mejor y a menor precio, y estableciendo relaciones más igualitarias. El denominado Orden Multipolar.
Aunque no nos engañemos: el proceso hacia este nuevo orden no es de entrada una alternativa revolucionaria, no propone la emancipación de la clase obrera, como tampoco el cese del crecimiento ilimitado ni otros temas indispensables para un auténtico bienestar y progreso humanos.
Pero introduce un elemento diferenciador respecto a las dos grandes guerras del siglo XX, que han sido guerras por la hegemonía entre bloques imperialistas equivalentes, aunque también necesarias para afrontar las crisis del sistema: la guerra en la que ya estamos, o a la que nos acercamos, será una guerra del centro contra la periferia.
Las guerras en Ucrania y en la Palestina ocupada han cambiado el mundo desde el 2022. Lo que Fidel Castro anunciaba en 1992, “la próxima guerra en Europa será entre Rusia y el fascismo sólo que al fascismo se le llamará democracia”, se ha hecho realidad en el conflicto ucraniano. Y en la Palestina ocupada, el estado verdugo de Israel se cobra su ración diaria de víctimas ante los ojos del mundo mientras los países ‘democráticos’ de Occidente no dudan en suministrarle las armas que le permiten seguir con su labor genocida para no poner en riesgo su supervivencia como una pieza fundamental del orden mundial posterior a 1945.
En este proceso de crisis de hegemonía y valores de Occidente, las voces belicistas aumentan y el futuro se tiñe de preparativos para la guerra en Europa, en el Próximo Oriente y en el Mar de China.
Occidente no va a capitular. Ya está creando las condiciones para sobrevivir el mayor tiempo posible y explotará hasta el extremo lo que tiene probado que le funciona: el poder sin escrúpulos y la colonización de las mentes; las estructuras disciplinarias de todo tipo: físicas y mentales.