Kepa Arbizu •  Cultura •  11/01/2022

“Hierve”, Philip Barantini. Explotación de alto standing

Stephen Graham lidera el reparto coral de una película que nos sumerge de lleno, a ritmo frenético, en la asfixiante y deshumanizada tarea que se desarrolla en las cocinas de un restaurante de lujo.

“Hierve”, Philip Barantini. Explotación de alto standing

Fue Jean-Luc Godard quien trasladó al ámbito cinematográfico aquella rotunda sentencia donde se consideraba que el medio es el mensaje al afirmar que el travelling se trataba de una cuestión moral. Puestos a tomarnos la licencia de extrapolar dicha reflexión a otra técnica, podríamos añadir que el plano secuencia, cuando deja de ser un recurso concreto para alzarse como elemento protagonista de una narración, puede ser considerado como una declaración de intenciones en sí mismo. A pesar de los escasos ejemplos existentes en los que dicha manera de rodar -consistente en utilizar una única toma sin aplicarle cortes- se convierte en hegemónica, contamos con uno de ellos en la nueva cinta de Philip Barantini, “Hierve”, estrenada en la plataforma Filmin, donde más allá de suponer una arriesgada y llamativa decisión, en esta ocasión contiene la función de amplificar las sensaciones que contiene la historia contada.

Lo que hace unos años vio la luz materializado en un cortometraje, se ha consolidado ahora en una película de larga duración que nos sitúa en un restaurante de lujo durante el servicio ofrecido a lo largo de una noche de Navidad. Una de esas veladas con las mesas más repletas que nunca y donde los comensales acuden predispuestos a pasar una de esas experiencias que conservar en la mente. El objetivo de la cámara, bajo un paso conscientemente atropellado, nos conducirá, ya desde los minutos previos a la apertura, a través de todo el proceso que se fraguará en las entrañas del local: una cocina convertida en un avispero donde la plantilla deberá acometer la estresante tarea de satisfacer a su emocionada audiencia. Apostando siempre por generar una mirada coral que refleje ese espíritu colectivo, pronto iremos descubriendo, desgranado en pequeñas dosis, los diversos dilemas o traumas individuales con los que cargan los trabajadores. Una inestabilidad de la que no se salvará, por supuesto, el “líder” del equipo, interpretado como siempre de manera sobresaliente por Stephen Graham, quien encarna a la perfección el papel de reputado chef, pero de disoluta vida personal, obligado a llevar el timón durante una jornada que no parará de regalarle contratiempos.

Más allá de los diferentes inconvenientes con los que tendrá que lidiar el personal a lo largo del metraje, el implacable sometimiento al que les inflige una cámara omnipresente, destapará lo que a la larga no deja de ser, con sus elementos distintivos, otro de los muchos febriles procesos de producción que se estilan en cualquier fábrica o empresa, donde por encima de todo prima obtener el mayor saldo de beneficios, ya sean materiales o cuantificables en prestigio, a costa del sometimiento del trabajador. Como si de una cadena de montaje más se tratase, y tal y como caricaturizó con genialidad Charles Chaplin en “Tiempos Modernos”, los individuos participan de un engranaje en el que su factor humano queda desdibujado en detrimento de su papel de mera pieza únicamente servible para conquistar los objetivos empresariales. Por lo que bastaría con intercambiar los componentes propios de una maquinaria industrial por aquellos relacionados con el ámbito gastronómico para obtener fotografías que poco distarían en su contenido esencial.

Más allá de ese frenético y asfixiante ritmo de trabajo, que el espectador vive, y lo sufre, casi en primera persona gracias a la técnica antes mencionada del plano secuencia, la película también contendrá un buen aliciente a la hora de expandir su visión a lo largo y ancho de todo el local. En él, nuevamente a base de retazos, nos encontraremos con un atinado espejo de los muchos tipos de actitudes y personalidades que se dan en la sociedad actual. Así, saltaremos de mesa en mesa descubriendo flirteos amorosos, confesiones de las estrellas de la televisión, el clasista esnobismo que domina las redes sociales e incluso comportamientos de tintes racistas. Todo un microclima que no es sino el reflejo de lo que sucede de puertas para afuera diariamente. Un cóctel de situaciones que irán paulatinamente bullendo hasta su explosivo desenlace.

Puede que paradójicamente una de las virtudes que esgrime el film, la de ofrecernos ese muestrario de identidades y caracteres pero de una manera fugaz y por lo general poco pormenorizada, contenga al mismo tiempo el handicap de no acercar más el zoom a determinadas historias para sumergirnos más hondamente en tramas que pudieran aportar mayor profundidad al conjunto. A pesar de tal detalle, tiene más relevancia resaltar el éxito logrado por una radiografía que desmitifica a diversos niveles una actividad, como la de la alta cocina, convertida cada vez más en un objeto de admiración y de status por parte de la cultura popular actual. Frente a ese mundo idílico de lujos gastronómicos y aspiraciones de éxito, “Hierve” no esquiva la oportunidad de mostrarnos una realidad incapaz de zafarse de las draconianas leyes del mercado. Poco importa que hablemos de buzos repletos de grasa o de blancas y brillantes chaquetillas, ambos son uniformes salpicados por la precariedad y la explotación.