Emilio Silva •  Memoria Histórica •  09/03/2020

Memoria Histórica: dos décadas de preguntas y respuestas

El anciano se detuvo en la intersección de las dos carreteras, estiró un brazo, señaló el triángulo de tierra y dijo: “Debajo de esa nogal recrecida”. Su memoria fue la respuesta a la pregunta de ese nieto que buscaba una fosa común en la que podían encontrarse los restos de su abuelo paterno y de otros doce o trece hombres.

Memoria Histórica: dos décadas de preguntas y respuestas

Ocurrió en Priaranza del Bierzo, un 5 de marzo como hoy, hace veinte años; preguntas y respuestas de una persona mayor se cruzaron junto a ese lugar al que los niños del pueblo llamaban “el Paseo del Corro”, porque sabían que por allí había unos muertos y el miedo les hacía pasar corriendo junto ese tramo de la carretera.

El nieto de Emilio Silva Faba dejó su trabajo en el verano de 1999 para escribir una novela; la historia de dos hombres exiliados en Argentina que regresaban a su pueblo, Pereje, con la idea de cumplir un viaje promesa, volar el Valle de los Caídos. La historia partía de un relato escrito años atrás: “El recuerdo y la piedra”. Para ambientarla viajó varias veces al Bierzo y conversó con personas mayores. Su abuelo era un personaje en la historia, pero no era el centro de la trama.

En el ecuador de la campaña de unas elecciones generales, ese nieto viajó a Ponferrada. Se había citado con Arsenio Marcos, viejo amigo de la familia, militante comunista, encarcelado por haber organizado una célula del partido en su empresa. Por la tarde tenían otra cita, pero mientras comían el paisano al que iban a visitar telefoneó para decir que por un problema familiar no podía verles. Sin esa casualidad, sin las horas en las que la conversación continuó en casa de Arsenio, el nieto de ese militante de Izquierda Republicana, que regentaba un almacén de coloniales en Villafranca del Bierzo, llamado La Preferida, no estaría escribiendo estas líneas.

Aquella casualidad estaba esperando a ocurrir desde 1936. En el debate sobre la memoria histórica que se ha producido en estos últimos años, ha sido acusada de tenebrosa operación política, diseñada para dividir a la sociedad y reabrir heridas. La realidad fue muy simple; una persona que se hace preguntas sobre su abuelo se cruza con otra que le da respuestas.

Cuando el nieto pisó la tierra en la que podía estar enterrado aquel abuelo comprometido con la enseñanza pública y la igualdad, llamó a su padre para contárselo. Entonces, formando parte de una generación nacida en la dictadura y crecida en democracia, no utilizó la palabra paseado; lo calificó de desaparecido. Así le asignó una categoría jurídica y política a esa fosa de civiles que habían sido detenidos por pistoleros de Falange ilegalmente, torturados, asesinados y sus cadáveres ocultos, para multiplicar el dolor de sus familias y el terror de sus compañeros de identidad política.

El encuentro hizo encajar algunas piezas: el impenetrable silencio de la abuela Modesta Santín, a la que jamás oyó referirse a su marido; los papeles que había en el desván de la casa como participaciones de lotería, sobres con membrete y algunas listas de gastos con el sello de la tienda; la fotografía de ese niño que, en la campaña electoral de febrero de 1936, sostenía una pancarta en la que podía leerse ¡Queremos el grupo escolar! ¡Viva Azaña!; o los baúles con ropa que enviaba desde Nueva York la hermana del abuelo asesinado. Los silencios a veces cuentan muchas cosas, las subrayan y anuncian lo que no se puede enunciar.

Unos meses después, el operario de una excavadora anunció que había encontrado algo, porque notó que el cazo de la máquina entraba con más facilidad en la tierra. Al sacarlo de las entrañas de aquella cuneta portaba una bota que llevaba 64 años detenida, sin pisar, sin caminar, sin estampar su suela en un sendero, pero convertida en una intensa y emocionante huella.

La exhumación de trece cuerpos en Priaranza del Bierzo, la primera identificación genética de un republicano desaparecido por la represión franquista, la de Silva Faba, y el cruce de varias historias familiares convirtieron el silencio en montones de preguntas.. ¿Por qué tras veinticinco años de democracia los restos de esas personas seguían en una cuneta? ¿Tenían derecho sus familias a ser reparadas por la justicia? ¿Cuántas personas seguían desaparecidas? ¿Por qué ningún gobierno las había buscado? ¿Quién decidió que las historias de estas personas no estuvieran en los libros de texto? ¿Por qué en los años setenta se llevaron a cabo desenterramientos hechos por familiares y se detuvieron?

El surgimiento de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, a partir de esa primera exhumación, inició un largo viaje para responder a tantas preguntas y hacer algunas nuevas. Hay cosas pequeñas en tamaño e inmensas en su significado, capaces de desencadenar procesos sociales y políticos trascendentales.

La memoria estaba ahí, esperando a ser preguntada, a ser un lapsus, a que alguien la liberase de su celda de miedo, de su precaución porque el poder lo han seguido ejerciendo los franquistas en democracia. Despertó, abrió bien los ojos, y ya no duerme, porque tardará mucho tiempo en compensar todos esos años de silencio y en representar a tantos hombres y mujeres que han muerto ignorados por el Estado, por todos sus gobiernos. Los avances que construyeron pacíficamente durante la Segunda República y el sufrimiento de sus familias no podían quedar enterrados en el pasado y tenían que hacerse presente.

* Presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.

Fuente: https://memoriahistorica.org.es/veinte-anos-de-los-13-de-priaranza/


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