Abel Ros •  Opinión •  27/07/2016

Elogio a la calma

Esta mañana, he comprado El País. Necesitaba papel de calidad para limpiar las lunas del coche y, la verdad sea dicha, no hay nada mejor como el papel del periódico. Tras lavar el auto he conducido rumbo a ninguna parte. Me gusta disfrutar de las carreteras secundarias; escuchar a Loquillo, y disfrutar con Jiménez Losantos mientras pone a parir a Rajoy y los suyos. Dice Federico que Podemos fue un invento de la derecha para dividir al PSOE e impedir que éste ascendiera a La Moncloa. Jiménez se basa en que la Sexta – la televisión que lanzó a la fama a Pablo Iglesias – es un medio de Lara y, por tanto, no tendría sentido que se tirara piedras contra su propio tejado. Por ello, La Sexta – según Losantos – está detrás de la estrategia pepera.

Mientras conducía, una prostituta me ha lanzado besos desde una rotonda. Besos y gestos obscenos para llamar mi atención como hombre, y caer así en la tentación del pecado. Tras verla, con más de cuarenta grados a la sombra, no he visto a una «puta de rotonda» sino a la mujer que se humilla para ganarse la vida. Una mujer con pelo engominado; con más inviernos que primaveras, de rasgos orientales y en paños menores. Una mujer sola, en espera de que alguien pague por su tesoro. Me repugna que todavía exista demanda para que se mantenga el oficio más viejo del mundo. A pocos metros de ella, había un señor de unos sesenta; camisa desabrochada, y un ciclomotor medio parado. Un ciclomotor rojo como el que conducía Fulgencio cuando se iba de putas los miércoles de madrugada.

Durante la soledad del volante he escuchado un estribillo de Loquillo: «…Cualquier noche los gatos de tu callejón, aullarán a gritos esta canción…, porque yoooo tengo una bandaaa de rock and roll, ohhhuuuuooohhh…».  Esa canción me fascina porque a través de ella, veo al adolescente que la cantaba en las fiestas de su pueblo. Un chaval con ganas de fiesta; sin piedras en la mochila y sin las cicatrices de la vida. Hoy, el estribillo ya no lo siento con la misma intensidad que hace veinte años. No lo siento, maldita sea, porque en mi cuerpo ya no habitan las locuras que lo mantenían encendido. El paso de los años, ha calmado las ansias que tenía por vivir tan deprisa. Ahora vivo el presente con sosiego, con calma interior y sin soltar las riendas del caballo. Ahora, queridísimos amigos, espero el invierno con el abrigo y la tormenta con el paraguas.

Elogio a la calma


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