Carlos de Urabá •  Opinión •  22/07/2019

El vasallo Pedro Sánchez, ungido chambelán por su majestad el rey Felipe VI

Suenan las fanfarrias y como si se tratara de una sátira bufonesca los ujieres abren las pesadas puertas el palacio del Zarzuela para que ingrese la comitiva cortesanos y plebeyos, los líderes políticos tanto de la derecha y de la izquierda que peregrinan a rendirle pleitesía su majestad el rey Felipe VI. El paseíllo los conduce hasta el Salón de Audiencias adornado con tapices flamencos donde les espera el soberano borbónico que funge de sumo sacerdote del oráculo de Delfos.

Tras justas electorales ya se han formado los grupos de parlamentarios y es el momento de iniciar la ronda de audiencias. Su majestad el rey -cuya palabra es infalible- es el único que tiene la capacidad ungir al candidato que se presentará a la investidura. Según la sacrosanta tradición es preciso que sea un vasallo de reconocido prestigio, muy fiel y muy leal defensor de la España una, grande y libre. Porque se debe respetar al pie de la letra la última voluntad del caudillo Francisco Franco cuando en su lecho de muerte apretándole la mano al príncipe don Juan Carlos de Borbón le exigió que velara por la unidad del reino.

Como ningún partido político PSOE, PP, Ciudadanos, Podemos o Vox  han logrado la mayoría suficiente para formar gobierno es necesario que se establezcan pactos y negociaciones para elegir al “gran chambelán”. Su majestad según la Constitución está dotado de unos valores éticos y morales insuperables que le confieren el papel de moderador y árbitro.

Está en juego la estabilidad del reino, la virtual recuperación económica y el hacer frente amenaza del secesionismo catalán y vasco. Pero, sobre todo, lo más preocupante es la incertidumbre de los inversionistas nacionales y extranjeros que desconfiados se mantienen a la expectativa. El Ibex 35 presiona para que el presidente en funciones recapacite y firme una santa alianza con la “derecha civilizada” Además, el reino de España tiene que volver a ocupar el puesto que le corresponde entre las potencias más importantes del planeta. Es imprescindible reivindicar su glorioso pasado imperial como ejemplo para las futuras generaciones.

Ya han transcurrido un tiempo prudencial tras las elecciones generales y el candidato favorito Pedro Sánchez aún no cuenta con los apoyos suficientes para ser investido “gran chambelán”. Se niegan a rendirse ante las exigencias de sus camaradas de Podemos que pretenden ocupar puestos de relevancia en la formación del nuevo gobierno como ministerios y secretarias de estado. De lo contrario que no cuenten con sus votos. Este es un caso humillante y rastrero para un partido que hasta hace unos meses se jactaba de ser la única fuerza que se oponía a las políticas neoliberales tanto del PP como el PSOE.

El rey ha cumplido de una manera ejemplar su papel de preceptor y guía pero los políticos plebeyos se han comportado de la manera más zafia y necia mancillando su dignidad. Y es que el PSOE como partido ganador de la elecciones pretende forjar alianzas con los “comunistas monárquicos” de Podemos y los separatistas catalanes y vascos que son los únicos capaces de brindarle una mayoría suficiente.  ¡Por Dios, la patria y el rey! Es prioritario negociar con los partidos unionistas PP, Cs una abstención que facilite la formación de un gobierno estable que garantice la legitimidad de la monarquía borbónica.

Estamos en tiempos revueltos, en tiempos de crisis no sólo económica sino también política por culpa de la corrupción, el tráfico de influencias, y el desfalco que se ha apoderado todos los estamentos de la sociedad. El rey por su inteligencia y sabiduría pertenece más al ámbito de lo divino que al humano; es omnipotente y omnipresente y está por encima del bien y del mal. Su majestad por su naturaleza es un ser bueno, jamás puede hacer mal; el rey es inviolable y no está sujeto a responsabilidad alguna. Hasta tal punto que tan solo está obligado a rendirle cuentas a Dios.

Los protagonistas de esta sátira medieval son el monarca, la reina, los príncipes, las infantas, los grandes de España, nobles de sangre azul; condes, marqueses o duques, mientras que los papeles secundarios se le reserva a la chusma de pajes, alguacilillos, ujieres, camareros, palafreneros, mayordomos, mozos del bacín, bufones palaciegos, siervos y lacayos.

Y es que no por casualidad don Juan Carlos I y doña Sofía de Grecia unieron sus sangres reales en un sinigual apareamiento en el que los óvulos y espermatozoides se confabularon para engendrar a este príncipe virtuoso; un ser etéreo y celestial que cumple con todos los requisitos necesarios para engrandecer la gloria de España. Un auténtico paladín heredero de don Pelayo y el Cid Campeador dueño de un porte magnánimo y una elegancia exquisita que impone sumisión y respeto. Sus vasallos entran en éxtasis cada vez que sale al balcón de palacio real y soberbio y arrogante les dedica un saludo de cumplido ¡Viva España, viva el rey!

Los cortesanos y plebeyos se descubren y hacen reverencias ante su majestad que arropado en la bandera rojigualda se levanta cual mítico cíclope de 1.97 metros de estatura. “Toda mi vida ha estado dirigida al cuidado de mi reino”

El dogma Constitucional afirma que la sucesión es eterna, es decir, que el heredero a la corona nunca muere. La legalidad de la dinastía borbónica no admite discusión alguna y por ende es inviolable e incorruptible.

A pesar de que el monarca jamás se ha presentado en unas elecciones su voluntad está por encima a la soberanía de 46.000.000 de súbditos. En todo caso ya se realizó un referéndum constitucional en el año 1978 en el que la corona obtuvo el 88,54% de los votos -aducen los españolistas más reaccionarios.

La monarquía ejerce una tutela desinteresada y bondadosa que le cuesta al fisco un millonario presupuesto que retribuyen con abnegación sus súbditos. Es imprescindible complacer todas sus veleidades y caprichos de sus majestades como recompensa a su heroica misión. En torno al rey se organiza el poder político, el clero, la judicatura, el estamento militar, los banqueros y todos los grandes adalides del capitalismo nacional-católico. El rey y la reina son los mejores embajadores de la famosa “marca España”. Gracias a su gran prestigio e influencias a nivel internacional son una garantía de éxito en el ámbito económico, cultural, social, científico o tecnológico.   

Hablar de soberanía, derecho a decidir, emancipación o democracia real son conceptos subversivos propios del “populismo republicano”. El protocolo, la etiqueta o la tauromaquia son más importantes que la libertad, igualdad y fraternidad.

El rey Felipe VI, por la gracia de Dios, es el Capitán General de los ejércitos, un guerrero invencible cuya casaca azul de gala está plagada de medallas y condecoraciones. Su lema: “Orgullo y satisfacción” (evidentemente por el deber cumplido)

El dogma monárquico es intocable y no admite críticas, ni discusiones. Por lo tanto el retrato de su majestad el rey debe presidir todas las instituciones, los edificios públicos o las dependencias oficiales. Felipe VI como si fuera un dios del Olimpo nos vigila, nos protege y nos regala sus bendiciones. Por decreto se ha impuesto el culto a la personalidad para aplacar la nostalgia de esa época cuando en el imperio español jamás se ocultaba el sol.  

El reino de España precisa imperiosamente de un pacto que garantice la gobernabilidad. Es por ello que los partidos unionistas o constitucionalistas -según los deseos ocultos del monarca- deben dejar atrás sus viejas rencillas y pactar de una vez por todas una gran coalición de derechas PSOE-PP-Cs. Porque un gran peligro se ciñe sobre la corona con la irrupción de fuerzas separatistas, antimonárquicas y antisistema que envalentonados pretenden derrumbar el orden constitucional y el estado de derecho.

Carlos de Urabá 2019


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