José Haro Hernández •  Opinión •  15/03/2022

¿Armas españolas en Ucrania?

Menos de 48 horas bastaron a Sánchez para cambiar de opinión e inclinarse por el envío de armas a Ucrania. De seguro que no se dejó aconsejar por esos altos cuadros militares en la reserva que han afirmado que, dada la correlación de fuerzas sobre el terreno, la decisión del gobierno no va a decantar la balanza en favor del país invadido. Más bien al contrario, puede contribuir a alimentar la escalada bélica. Quizá los ‘consejos’ le vinieron al Presidente de determinadas instancias atlánticas y grupos de comunicación que han levantado hasta lo más alto la bandera del ardor guerrero.

Militarismo que, acompañado de una histeria rusófoba que llega al paroxismo, ha anulado por completo una visión en perspectiva del conflicto sangriento que azota Europa. Al respecto, vamos a partir de una evidencia objetiva: un país soberano, miembro de la ONU, ha sido invadido por otro más potente militarmente. Se ha hecho trizas el Derecho Internacional y el comportamiento ruso no tiene justificación alguna. Pero a partir de ahí, todo es mentira. Porque no es verdad que Ucrania sea una democracia pacífica que ha sido la primera víctima de un imperio en expansión que no se va a detener en Kiev. Y no lo es, en primer lugar, porque el gobierno de Zelenski mantiene en la ilegalidad a los comunistas ucranios, lo cual es como si aquí estuvieran prohibidas todas las fuerzas políticas a la izquierda del PSOE: el sueño húmedo de Abascal. El líder de la oposición parlamentaria está bajo arresto domiciliario. Aún más: batallones paramilitares de extrema derecha, como el Azov(receptor de armas españolas, según Tele5, y acusado en 2015 por el Congreso de EEUU de ideología neonazi), se encuentran bajo la jurisdicción del Ministerio de Interior. Por último, desde 2014 el ejército y esas milicias ultras castigan de manera inmisericorde la zona oriental del país, el Donbas, donde habita una población mayoritariamente rusa que se opone al ejecutivo central. Este conflicto ha causado, antes de que el pasado 24 de Febrero los tanques rusos se pusieran en marcha, unas 14.000 víctimas, tras la ruptura de los acuerdos de Minsk que establecían un alto el fuego en las repúblicas rebeldes. De esa época data el enfrentamiento real entre Ucrania y Rusia, por lo que la guerra en curso no es otra cosa que una versión corregida y aumentada de la que arrancó hace ocho años tras la revuelta del Euromaidán.

Por otra parte, Rusia no es una potencia imperial que pretenda comerse gran parte de Europa. Y no porque no le gustaría a Putin, sino porque un país con un PIB como el español y con más del triple de población, circunscrito a la condición de exportador de materias primas, no puede jugar a los imperios. Éstos necesitan dinero. Y mucho. La cosa es más simple. Rusia, para garantizar la seguridad de los habitantes del Donbas y la suya propia como nación, se ha fugado hacia adelante llevando el enfrentamiento armado desde el este al conjunto de Ucrania. Y ahí radica el repudio moral: no se puede infligir a toda una población el cruel castigo que supone una guerra por los desmanes represivos y xenófobos que su gobierno practica en una parte del territorio.

Porque Rusia tiene motivos, ciertamente, para ver amenazada su seguridad: la OTAN, vulnerando los acuerdos de los años 90, se ha expandido hasta sus fronteras. Para completar el cerco, sólo faltaba Ucrania, que en este cometido ha hecho méritos ante EEUU desencadenando las hostilidades contra sus territorios orientales.

La geopolítica, por tanto, está detrás de la actual tragedia. Y es muy de lamentar el papel de Europa en el curso de los acontecimientos. Se ha dejado avasallar por el directorio anglosajón que domina la OTAN, permitiendo que éste configurara en el continente un espacio de seguridad agresivo que ha neutralizado ese otro espacio basado en los intercambios comerciales, energéticos y culturales que se ha ido tejiendo en las últimas décadas desde el Atlántico hasta Los Urales. La forma en que la OTAN intenta compensar su declive(acelerado tras lo de Afganistán) y mantener su sentido es crear follón con Rusia, de modo que las respuestas hostiles de este país empujen a los europeos a buscar refugio en la Alianza Atlántica, rompiendo los lazos económicos con Moscú y rearmándose. 

Alemania es un paradigma de esto. Va a sustituir el gasoducto Nord Stream 2, que desde Rusia iba a proporcionarle anualmente 55 mil millones de metros cúbicos de gas, por un incremento del gasto militar de 100.000 millones. Cambia gas barato y abundante que impulsaría su economía(y la europea) por el endeudamiento para atiborrarse de armas. Pierde Europa y gana EEUU, que venderá a la UE tanto su gas sobrante, más caro que el ruso, como la producción de su potente complejo industrial militar, principal beneficiario de este estado de cosas(se ha revalorizado en bolsa 75 mil millones en los últimos días)

Llegados a este punto, hay dos vías de salida: la militar, que por miedo al desastre nuclear ha de limitarse al envío de armas; o la de la negociación para alcanzar un acuerdo. La primera es una vía muerta que, como arriba hemos visto, sólo lleva a que la guerra sea más duradera y letal. La segunda es la que, en el fondo, buscan los dos contendientes, habida cuenta de que a ambos les es imposible abordar un horizonte indefinido de ocupación y destrucción. Contribuyamos a esta última opción. Como desde luego no lo vamos a hacer es inflamando la confrontación metiendo más armas donde ya hay de sobra. Aunque actuando así creamos estar en el lado correcto de la historia.

                       joseharohernandez@gmail.com


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