Antonio Santacruz Belmonte •  Opinión •  01/12/2020

Pero, ¿Por qué hablamos tanto de Pablo Iglesias?

Es la hora del café, como todos los días laborables acudo con algún compañero al bar. El tema recurrente suele ser la política o, al menos, algo que pasa por ello. Hoy se habla de los Presupuestos Generales del Estado, de su trámite parlamentario. Y sale, lo que casi siempre sale; el ataque furibundo a la persona de Pablo Iglesias. Mis compañeros no pueden ser considerados (en el juicio convencional de las posiciones ideológicas) como personas de derechas. Sin embargo, el ataque a Iglesias es encarnizado. En esta ocasión el detonante es la decisión de Unidas Podemos de presentar una enmienda a los P.G.E. con Esquerra Republicana de Catalunya y Bildu para paralizar los desahucios sin alternativa habitacional al menos mientras que dure la pandemia. Se acusa a U.P. de deslealtad; que si se está en el Gobierno no se puede presentar una enmienda a un proyecto de ley del Gobierno, y, que si se hace pues uno se debe salir para ser coherente. Son justo los argumentos que se han agitado en los medios de comunicación más poderosos. Pero todo se personaliza en Pablo. Habría que analizar qué tiene este chico para provocar reacciones tan viscerales incluso en personas que, ideológicamente, no están tan lejos de él. Pero no es ese el objetivo de este artículo. Sólo diré, que todo el mundo que he preguntado por el motivo de su animadversión sólo ha salido en claro el tema del chalet, monstruoso pecado que comparte con un gran porcentaje de la población, a lo que contestan que él criticó estas cosas en sus oponentes políticos con dureza. Vale; ¿y a cuántos políticos no se les puede criticar haber caído en contradicciones?, ¿y a cuántos no políticos? De nada sirve que digas que lo importante es la política que defiende una organización, que es eso a lo que hay que atender. Esto te convierte, automáticamente, en un seguidor de Pablo Iglesias. Cuando este nació, en 1978, yo llevaba ya tres años en el campo político en el que ahora, aproximadamente, está él, y no es un referente político para mí, aunque le reconozco los que, yo creo, sus méritos y le critico los que, yo creo, sus defectos.

   Curiosamente, la actitud de mis compañeros también parece dirigida por un tratamiento discriminatorio, por parte de los antedichos medios de comunicación, a las posiciones políticas de U.P. y centradas en especial en la persona que nos ocupa, llegando, a veces, a auténticas campañas de difamación, basadas en «noticias intoxicadas», como, en su día, hizo el grupo PRISA con Julio Anguita. En el caso de Iglesias se produce incluso un ambiente de «linchamiento social» concretado en las campañas de acoso que sufre él y su familia.

   Pero no caigamos en la misma trampa que trato de denunciar; porque a lo que voy es a que me parece una enorme manipulación el hablar de la deslealtad de U.P. y obviar la tragedia humana que producen los desahucios que esa «deslealtad» pretende limitar. Diré, de paso, a propósito de esto, que en el acuerdo de gobierno que firmaron PSOE y UP, en su punto 2.9 dedicado a la vivienda, se expresa la inquietud y se enuncian medidas encaminadas a proteger a las personas hipotecadas y se apuntan límites para la subida de alquileres y actuaciones de grandes tenedores de viviendas. En el 2.9.10, se habla, concretamente, de la protección a las personas hipotecadas. Durante el confinamiento se legisló para que la ejecución de los desalojos se paralizara durante el mismo, aunque sólo afectó a un número reducido de familias porque había que demostrar la relación del desahucio con la covid 19.

   Según esto, ¿quién es el desleal? A UP se le acusa de ser desleal con sus compañeros de Gobierno, de ser desleales con sus colegas en el Poder. Pero ¿quién es más desleal con sus votantes?, ¿con los débiles?, ¿con los que se quedan sin nada junto a sus familias? A los que se les vacía la vida sin el más mínimo sentimiento de humanidad por acumular más y más riqueza de forma obscena.

   Se está produciendo una auténtica tragedia social. Hombres, mujeres y niños están viendo sus vidas truncadas, arrasadas, con el único propósito de engordar sin límites los beneficios de bancos, fondos buitres y otras especies carroñeras de la misma familia. Esta es la sociedad en la que vivimos y la naturaleza del capitalismo que nos aplasta. Por cierto, los mencionados medios de comunicación tampoco informan de esta realidad, en correlación a su importancia. Luego volveré sobre la razón de ello. Como el 15-M cuando gritaba el «no nos representan» refiriéndose a los políticos, yo añado el «no nos informan» referido a nuestros informadores.

Pues bien; todo se enfoca desde la óptica de una lucha de egos en las alturas de la política. Hablan, y nos hacen hablar de eso, pero se habla mucho menos de la tragedia que está en la base de ese enfrentamiento. Se trata un problema social como se tratan los asuntos en un programa del corazón. Sólo propongo que, por un momento, nos imaginemos siendo desalojados de nuestras viviendas, con nuestras familias, sin tener un sitio donde ir… Porque la Ley lo permite, lo provoca, lo protege.

   Esto enlaza con el otro punto que quería tocar. ¿Para beneficio de quién está hecha la Ley?, ¿a quién protege?, ¿para quién gobiernan los Estados? Recientemente he seguido un acto virtual de la asociación Oxfam Intermón, titulado «¿Quién está manejando los hilos de la Democracia?» En él un ponente, Jordi Vaquer, se preguntaba; ¿para quién trabajan los Estados? Durante la pandemia la respuesta a esta pregunta ha sido más clara que nunca. El Estado ha ordenado a personas con difícil acceso al agua corriente que se laven las manos con frecuencia, a personas detenidas y encerradas que mantengan la distancia social, a las personas sintecho que permanezcan en casa, a niños sin electricidad u ordenador en su domicilio que aprendan virtualmente, etc. Y poco se ha preocupado de paliar las carencias que hacían a todas estas personas más vulnerables a la pandemia. No parece que el Estado (no sólo el Gobierno) se preocupe mucho de estos colectivos, es más defiende (y no únicamente el Gobierno) a los que dejan, sin agua corriente, sin techo y sin luz y calefacción a cada vez más personas; sólo porque la búsqueda de beneficio económico, en este sistema, está por encima de la vida humana y de la Vida en general.

   Pero, volviendo a lo que apuntaba antes. ¿Por qué hablamos como hablamos y de lo que hablamos?, ¿por qué las televisiones, periódicos y radios no nos cuentan mucho de estas cosas y hablan más de peleas de gallos entre políticos, de egos henchidos?

   Decía Marx; «la libertad de expresión es la libertad de expresión del dueño del periódico». ¿Y quiénes son los dueños de los periódicos? Pues, por ejemplo, «la Sexta» pertenece al grupo Planeta que también posee «La Razón». Los que leen la Razón y llaman la secta a la Sexta, no suelen saber o darse cuenta de que pertenecen a los mismos dueños que hacen dos productos informativos de consumo para izquierdas y derechas, pero que nunca morderán la mano de su mismo dueño. Todo es mentira, pero hay verdades escritas en relieve; LO IMPORTANTE ES EL NEGOCIO. La Cuatro y la 5 pertenecen a Berlusconi, de El País son dueños varios bancos, entre ellos el Santander, El Heraldo es propiedad de Ibercaja. El Mundo tiene entre sus accionistas a la FIAT, la COPE a la Conferencia Episcopal, Onda Cero también al grupo Planeta. La cadena Ser a un grupo de bancos, entre ellos el Santander, Goldman Sachs y el HSBC. Los medios de comunicación están controlados por gente muy rica y muy poderosa. En sus consejos de administración, abundan los multimillonarios, los bancos, los fondos buitres, las empresas energéticas… ¿qué intereses creéis que van a defender? Los suyos, que, mira tú por dónde, son los opuestos a los de la inmensa mayoría. Muchos son los mismos que están haciendo negocios arrebatando sus viviendas y sus vidas a miles y miles de personas. Tienen mucho interés en controlar los medios de comunicación, aunque, en principio, no les resulte rentable. ¿Por qué? Por ocultar o disimular su conducta criminal, porque hablemos de Pablo Iglesias, de egos, de peleas de gallos y para que no hablemos de lo que trata de hablar este artículo. Son, cómo dijo el poeta; «mala gente que camina y va apestando la Tierra».

   Pero ¡no nos equivoquemos! no son ellos los únicos responsables. No se trata de quitar a la gente malvada del Poder y poner a gente bondadosa. No funcionaría. Muchos de nosotros podríamos hacer lo mismo que ellos si ocupáramos sus puestos. Ese tipo de poder cría gente malvada. Se trata de que lo que ellos hacen no lo puedan hacer ni ellos ni nadie. Se trata de cambiar el sistema. Se trata de expulsar del centro de nuestras vidas el sacrosanto derecho al beneficio económico por encima de las personas y poner en su lugar la defensa de la Vida, así con mayúscula. Se trata de no justificar fabricar armas que matan por mantener puestos de trabajo, de proteger la vida de los inmigrantes que vienen en patera, porque el bien supremo es la vida, (como también y tan bien ha demostrado esta pandemia).

   Utópico. Claro, la utopía es lo que nos hace movernos, lo que mejora el mundo. Me dan mucha lástima las personas que justifican esta aberración de sociedad humana en la que vivimos diciendo que no hay otra posible.

   Que sepan que, cada vez más, se acerca la punta de la espada a nuestro pecho y ya no hay espacio entre nuestra espalda y la pared. Cada vez más o cambiamos esto o pasamos a la gran historia de la Evolución. O conseguimos una sociedad más amable con el Ser Humano y la Naturaleza, o el sistema capitalista será el último sistema que conocerá nuestra especie. El estar ciego, loco o enajenado es no verlo.

   Y nosotros hablando de Pablo Iglesias…

*Antonio Santacruz Belmonte. Trabajador social.


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