Arab Center Washington D.C. •  Christian Zampini •  Internacional •  14/07/2019

Problemas y soledad de Arabia Saudí en Yemen

La retirada de las fuerzas militares de los Emiratos Árabes Unidos, último aliado de Riad en su guerra en Yemen, deja sola a la monarquía wahabbita en un conflicto envenenado. Lo que comenzó como una muestra de la influencia y el poderío militar de Arabia Saudí en la región, arrastrando al Consejo de Cooperación del Golfo y varios países más a una intervención militar que prometía ser solventada en “pocos meses”, parece estar convirtiéndose en uno de los mayores problemas de la monarquía absolutista y teocrática de los Al Saud.

Problemas y soledad de Arabia Saudí en Yemen

Los Emiratos Árabes Unidos se retiran de la guerra de Yemen, la aventura militar iniciada por Arabia Saudí en la única república de la península Arábiga y que Abu Dabi ha sostenido con su apoyo militar desde que comenzó en marzo del año 2015. No se retira de manera oficial, pero realmente se retira.

De forma pública, las fuentes oficiales de Consejo Supremo de la “monarquía federal” emiratí sostienen que continúan manteniendo el mismo compromiso de apoyar a Riad en su objetivo de barrer a los rebeldes Hutíes, apoyados por Teherán y aplastar a la Revolución del 21 de Septiembre para reestablecer en el poder a Abdrabbuh Mansur Hadi, su hombre en la República Yemení. Sin embargo, sus movimientos parecen apuntar en la dirección opuesta.

En los últimos meses, los EAU ya habían puesto de manifiesto su intención de “iniciar una retirada gradual y parcial” de las más de 5000 tropas desplegadas en territorio yemení. Sus intenciones quedaban patentes en su reducción de efectivos de Al Hudaidah. La ciudad portuaria había venido siendo el escenario de los enfrentamientos militares más importantes entre el las tropas de la coalición liderada por Riad y el Consejo Supremo Revolucionario de los Hutíes. El repliegue de las fuerzas emiratíes, principal cuerpo militar involucrado en la batalla, oficialmente respondía únicamente al cumplimiento del acuerdo de Alto el Fuego negociado por Naciones Unidas, dejando en manos de las tropas yemeníes entrenadas el esfuerzo por tomar el control de Al Hudaidah. Sin embargo, sin las armas pesadas y helicópteros de combate de los Emiratos, la iniciativa por conquistar el puerto estratégico quedaba completamente descartada.

En las últimas semanas su retirada se ha acelerado, como muestran los abandonos a manos de Arabia Saudí de las bases de los puertos de Moca, Al-Joja y, sobre todo, el enclave fundamental para el conflicto y la región de Bab al Mandeb, punto estratégico por su control del paso al Mar Rojo. El diario estadounidense The New York Times no dudaba en expresar esta semana que la cesión del control de estos puertos suponía “la retirada y un reconocimiento tácito de que la guerra no se puede ganar”.

La reacción de la propia Arabia Saudí a la decisión emiratí ha mantenido la misma patina de diplomacia que muestran desde Abu Dabi. Las fuentes oficiales de Riad transmiten mensajes de aparente normalidad e indiferencia, afirmando que se trata de un replanteamiento estratégico normal en una operación militar de larga duración. Sin embargo, la monarquía wahabbita tiene motivos para el enfado y la preocupación.

¿Cambio de bando de los EAU?

La retirada de su despliegue militar de los Emiratos Árabes Unidos complica enormemente la situación de los Al Saud en un conflicto bélico que parece enquistarse terriblemente y en cual las fuerzas yemeníes comienzan a mostrar una creciente capacidad de extender las hostilidades al propio territorio saudí. En realidad, las fuerzas militares emiratíes y su multimillonaria financiación de la campaña bélica habían supuesto los apoyos más fundamentales de los saudíes. Pero su repliegue puede suponer incluso algo más preocupante para el absolutismo wahabbita que el hecho de quedarse solos en un escenario bélico que sus aliados asumen como imposible de ganar.

Para algunos analistas, la retirada de Abu Dabi de Yemen se entiende en un momento en el que los emires aspiran a desvincularse del apoyo monolítico a Riad en su guerra fría con Teherán restableciendo relaciones diplomáticas con la República Islámica. El pasado mes de mayo una misión diplomática de los Emiratos acudió a Irán para tratar de limar asperezas, ofreciendo tres medidas de compromiso entre las que destacaba la retirada de sus tropas de la guerra. Las otras dos ofertas consistían en la reapertura de los mutuos servicios consulares así como un apoyo bilateral a los pasos marítimos para asegurar la navegación de los petroleros provenientes de todos los países del Golfo Pérsico. Arabia Saudí no tardó en responder pidiendo ayuda urgente a Washington que, de forma más o menos casual, coincidió con la controversia de los petroleros atacados en el golfo de Omán.

El temor a que los Emiratos Árabes Unidos siga el mismo camino que tomó Qatar en el año 2017 y abandone el apoyo a sus pares monárquicos para apoyarse en los iraníes parece lógico. Pero, más allá de eso, la mera intencionalidad de los EAU de restablecer relaciones diplomáticas con Irán supone per se un síntoma de otros elementos muy preocupantes para la casa Al Saud.

A pesar de poner la oferta sobre la mesa en mayo, Abu Dabi ha parecido esperar a ver como se desarrollaba la escalada de tensión entre Estados Unidos e Irán antes de poner en marcha su retirada de Yemen. Su extracción de tropas efectiva pone de manifiesto que desde los Emiratos se valora como muy escasa la posibilidad de que Washington inicie una gran intervención militar contra Irán, una precipitación de acontecimientos anhelada por Riad como si de un Deus ex machina que solucionase todos sus problemas acumulados se tratase.

Acumulación de problemas para Arabia Saudí

Y no son pocos problemas. La monarquía saudí, completamente dependiente de su posición mundial al frente del mercado petrolífero, ha fracasado reiteradamente en su intención de abrir la compañía petrolífera nacional ARAMCO a la inversión de capital internacional mediante su salida a bolsa. La imposibilidad de poner en orden las altamente opacas cuentas de esta empresa familiar ha retrasado en dos ocasiones la intención manifestada por el príncipe Mohammed bin Salman hace tres años de situar en el mercado internacional el 5% de la mayor productora petrolífera del mundo.

A esto se suma el daño a la imagen internacional del país por la sucesión de escándalos provocados por la agresiva campaña de represión y supresión de la disidencia. Las noticias de los excesos cometidos por el príncipe heredero han llegado a trascender a un Occidente acostumbrado a jugar el papel de ciego involuntario ante las sistemáticas violaciones a los derechos humanos de una monarquía absolutista apoyada en la teocracia rigorista del Wahabbismo. Sobre todo, tras el escándalo internacional causado por el secuestro, tortura y asesinato del periodista Jamal Khashoggi, que ni siquiera resultaba ser un opositor en exceso, en la embajada saudí en Estambul.

A la ristra de asuntos por resolver para los Al Saud se viene a sumar ahora la soledad de una guerra que cada vez más difícil. Cuando Riad inició su intervención militar en el país vecino en marzo de 2015, calculaba una operación de escasa duración, destinada a durar “unos escasos meses” y que permitiría a la monarquía wahabbita cumplir sus objetivos con facilidad. Arrastrando a los países integrantes del Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo excepto Omán, junto a otros países como Jordania, Senegal, Egipto, Sudán o Marruecos, ponía de relieve el liderazgo saudí en la región. Con su victoria suprimiría un foco de apoyo a sus archienemigos iraníes en su frontera, al tiempo que daba una lección de mando encabezando una alianza sólida.

Han pasado más de cuatro años y Riad se encuentra sola, abandonada de forma paulatina por todos sus aliados de peso en la aventura yemení. Mientras los objetivos saudíes de suprimir a las fuerzas Hutíes continúan tan lejos o incluso más que al inicio de las hostilidades a pesar del apoyo de potencias occidentales, la contraofensiva yemení comienza a resultar problemática en el propio territorio saudí. Ahora, sin el último de sus grandes aliados militares regionales dispuestos a desplegar tropas en la propia Yemen, el futuro de Arabia Saudí en la guerra no se antoja excesivamente halagüeño.


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