Kintto Lucas •  Opinión •  28/07/2021

Cuba: El arte de seguir construyendo

Cuba: El arte de seguir construyendo

UNO

Construir siempre es difícil y mucho más cuando se está acosado. Construir es una forma de soñar, pero a veces los sueños se chocan con la realidad y hay que adaptarlos a ella o adaptar la realidad a los sueños, lo que puede provocar alguna que otra pesadilla. Algo de eso esta sucediendo en Cuba.

Los cambios que se han producido con la explotación masiva del turismo son una consecuencia de adaptar la realidad a los sueños para seguir soñando, para intentar soñar mejor. Y es en la cotidianidad donde más golpean esos cambios, en las imágenes diarias de La Habana, en las calles de una ciudad donde para muchos habitantes ser latinoamericano o latinoamericana no significa lo mismo que una década atrás cuando era sinónimo de hermandad y existía un mayor interés en el devenir de los otros países de América Latina. Ahora es sinónimo de turista. Entonces, alguien que estuvo en Cuba en la década del 80 por vínculos de solidaridad se choca. No logra entender muy bien esa reacción meramente comercial de un sector importante de ciudadanos cubanos, para los cuales el latinoamericano es un extranjero más, y el extranjero es sinónimo de dólar.

Una periodista chileno-cubana que hace más de veinte años vive, sufre y sueña con la revolución me decía que el mayor golpe que tuvo es cuando en la calle la empezaron a tratar como gringa. «Fue como un cambio repentino que empecé a percibirlo sin estar consciente de su significado», comenta.

Eso produce una reacción inmediata de rechazo y una serie de sensaciones contradictorias que pueden llevar a confusión. No en quienes, como mi amiga, sabemos que el desarrollo del turismo era necesario para seguir viviendo, o sea para seguir soñando.

Para quienes conocemos las conquistas intactas de la revolución en el ámbito de educación, de salud, de seguridad social, de solidaridad con los otros pueblos, de dignidad ante el poder norteamericano, las sensaciones contradictorias no nos impiden seguir viendo el bosque. Y en ese sentido vale la pena hacer un paréntesis en un interesante y actual ejemplo de solidaridad. Desde hace dos años la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas beca a representantes de decenas de comunidades étnicas de distintos países para que puedan estudiar medicina. Son 5.011 jóvenes de cuatro países de Africa y de 20 de América, incluidos 12 de Estados Unidos, que, imposibilitados de asumir el gasto de la carrera con recursos propios, obtuvieron una beca del gobierno cubano. «Acá nos dan todo: uniforme, material de estudio, incluidos los libros que son caros en cualquier país, albergue y alimentación, y hasta dinero para el bolsillo», comenta la guatemalteca Victoria Vázquez, de origen maya-quiché. Otra muestra es la de los cientos de médicos cubanos desparramados por distintos países como Haití o Guatemala, donde aportan a mejorar las condiciones de salud de su población.

DOS

La cotidianidad cubana también depara otras sorpresas. Si bien muchos se asustan con el aumento de la prostitución, no creo que ese sea un tema fundamental, sin dejar de ser preocupante. Es más importante la diferencia social que se está generando entre los que tienen acceso al turismo mediante sus trabajos, por lo tanto acceso al dólar y a la posibilidad de comprar determinados producto que para muchos cubanos son casi inaccesibles, y los que no tienen vinculación a la industria turística. Pero, sobre todo, es más preocupante el resentimiento que se puede estar creando en ese cubano común. No porque pase hambre o viva en la miseria, porque eso no ocurre, pero sí por una falta de posibilidades que él o ella no tienen y el o la otra sí. Eso lleva a que muchos jóvenes que terminan la secundaria piensen en hacer carreras que tienen alguna relación con la industria turística porque «es el sector en el que se puede hacer dinero». Un amigo me decía «lo peor que le puede pasar a la revolución es dejar que el capitalismo nos robe la esperanza de los jóvenes con cosas que supuestamente podrían tener si no estuvieran en un modelo socialista». No creo que eso esté sucediendo pero es una preocupación importante, digna de tener en cuenta por parte de la dirigencia cubana.
La vida cotidiana también demuestra que la economía cubana creció y se estabilizó gracias al turismo. Una especie de «foco» de mercado en medio del socialismo, con relaciones comerciales diferentes, pero sin llegar al capitalismo. Un sistema que no deja de ser muy particular porque el 51 por ciento de las acciones de los hoteles o empresas donde hay inversión extranjera siguen en manos del Estado. Peculiaridad que también se nota en el hecho de que distintas entidades estatales son propietarias de grandes empresas nacionales de taxis que alivian el presupuesto y ayudan en el sentido de tornarse organismos autosuficientes. Entonces una empresa pertenece al Poder Popular, otra a las Fuerzas Armadas, otra a la empresa reconstructora de La Habana Vieja, que dicho sea de paso vale la pena verla, tocarla y caminarla porque es una de las ciudades latinoamericanas más cautivante y hermosas. Pero ese campo de la actividad económica también está abierto a taxis individuales-privados que pagan un impuesto para circular. Los bares, restoranes y comercios siguen siendo estatales, aunque se permiten pequeños restoranes familiares, conocidos como «paladares», que se especializan en comida cubana y también pagan su impuesto.

No hay una privatización masiva de bienes y servicios como propugna el neoliberalismo. No hay playas privadas para los hoteles como en República Dominicana, aunque la oferta hotelera tiende a ser mayor que en ese país caribeño. Pero además, y lo que es más importante, es que con esos ingresos que tiene el Estado se pueden mantener los beneficios de educación, salud y seguridad social para todos.

En los últimos años, con el turismo hubo una inyección de dinero proveniente del capitalismo que fortaleció la economía y modificó la vida cotidiana. La crisis posterior al quiebre del socialismo en Europa comenzó a quedar atrás. Las modificaciones en la cotidianidad se siguen procesando. Hay más circulante y un aumento del comercio producido por un consumo mayor. Aunque el bloqueo sigue perjudicando porque no permite adquirir en el exterior muchos productos necesarios, ya no se siente como antes. Fastidia pero no mata. Conversando con personas que por estar vinculadas al turismo obtienen réditos de éste en taxis, tiendas, hoteles o restoranes surge otra paradoja: muchas creen fundamental que los gobiernos de Estados Unidos y Cuba «cedan y hagan las pases porque sería beneficioso para que llegue más turismo» a la Isla.

Sin embargo hay una postura enfrentada. Quejándose de que en un terreno baldío de su barrio no habían permitido hacer una cancha deportiva, un joven decía: «De repente vienen mañana y te instalan un negocio para turistas. Están convirtiendo al país en una tienda». Hablaba de un casi-imposible porque estaba en un barrio alejado del movimiento turístico, pero a la vez pintaba el sentir de otros cubanos.

Esa prohibición saca a relucir otro problema, el de cierta burocracia de cuadros medios que todavía no fue extirpada totalmente, a pesar de los esfuerzos. Pero el cubano común no la entiende y cree que medidas como esa vienen de arriba.

TRES

A pesar de todas las pesadillas que produce adaptar la realidad al sueño para seguir soñando, Fidel no pierde su capacidad de convocatoria. Y no la pierde porque mantiene ese respeto que dan cuarenta y dos años sin claudicar al frente de un proyecto que pone énfasis en el ser humano. Eso se percibe en el diálogo con el más crítico, pero también cuando se concurre entre la gente a cualquier acto donde habla. En abril el acto por el aniversario de Playa Girón me colocó de lleno en esa realidad que se volvió repetir el 1 de Mayo. Hay una identificación de la mayoría de los cubanos con su líder, y eso creo que ni Estados Unidos lo pone en duda. Pero a la vez «El Comandante» se ha transformado en una especie de reserva moral para la revolución que de alguna manera también pone en duda un posible futuro sin él.

Pensando en ese futuro posible, que para muchos ojalá no sea nunca, y para contrarrestar los efectos negativos de esos «focos» de mercado que trajo el turismo, es necesario apostar a una mayor vinculación de la dirigencia con las bases, o sea con la población, para que ésta en el ámbito subjetivo perciba una relación de ida y vuelta. Eso se tuvo en cuenta en el último año al implementar las Tribunas Abiertas, una especie de cabildos que se están realizando en todo y cada municipio con importante participación ciudadana, donde Fidel y la dirigencia brindan una especie de rendición de cuentas sobre lo económico, político y social. Es parte de una apertura a la participación popular, de reconvocar a la gente para seguir construyendo una sociedad distinta entre todos y todas, y una forma de dar la lucha ideológica en rincones más cercanos a la gente, porque muchos de los cuadros medios del partido en esos rincones no lo logran.

Durante algunos años la vinculación de Fidel con la gente común pasó a construirse mediante los mítines puntuales en recordación de fechas históricas, y se instaló así una especie de distancia que sólo se eliminó con la irrupción de la sociedad cubana para reclamar contra el secuestro del niño Elián González. Las Tribunas Abiertas, son un medio para que esa distancia no vuelva a aumentar. Es importante apostar a ellas porque representan simbólicamente una forma de bajarse de la superestructura y volver a la calle, o sea a las masas. Pero habría que sumar a eso la necesidad de profundizar en la participación activa desde lo micro, en la capacidad de decisión de los municipios, de los poderes locales. Una participación que debería ser entendida más allá de los delegados al Poder Popular y la periódica rendición de cuentas que brindan. Hoy más que nunca es necesario revitalizar lo micro, lo municipal, lo barrial, y generar así un movimiento social constructivo que aporte en la solución al problema de vivienda o de transporte, que discuta el sentido político de su actuación y no espere todo de la dirigencia. Un movimiento social mucho más vivo que la estructura de los Comité de Defensa de la Revolución o la Central de Trabajadores Cubanos, sin que eso signifique desconocer el papel que estos juegan. Eso permitiría fortalecer la base social y, sobre todo, reforzar el espíritu colectivo que en algunos casos se ha visto resquebrajado con brotes de individualismo y despreocupación del individuo por el conjunto, como ocurre en muchos condominios donde sus habitantes ya no se preocupan de la mínima tarea común de mantener los parques limpios y en condiciones decorosas. Hay una especie de «quemeimportismo», de burocratización de ciertos sectores de la sociedad que dicen: «eso debe hacerlo el Estado». O se dan casos como el de una señora, ferviente defensora de la revolución y con cierta conciencia política, que dice: «pensamos que nuestros hijos o nietos disfrutarían de otra sociedad, pero eso se sigue postergando y a veces entra el agotamiento».

Cuarenta y dos años de resistencia ante el acoso permanente de Estados Unidos es, sin duda, mucho tiempo para un pueblo, y sin embargo no es nada en la construcción histórica de un país. Pero eso es muy fácil decirlo para alguien que llega de afuera. En todo caso, para aquel visitante que estuvo otras veces en Cuba, los golpes de la nueva cotidianidad pueden en principio ser duros, pero si uno se queda en esa reacción primaria, que es la que tiene alguna gente, puede caer en equivocaciones, puede desilusionarse rápidamente y dejar de ver la obra construida que permanece, la dignidad viva de un pueblo sin niños en la calle, con el mayor índice de salud en América, que mantiene latente la rebeldía como se nota ahora en la clara posición de rechazo a la denominada Alianza de Libre Comercio de las Américas (ALCA) por la intención anexionista de Estados Unidos hacia el resto de la América Latina.

Siempre que se transita por un largo camino hay avances y retrocesos, solo la justicia de la construcción puede mantener la voluntad de continuar. Lo que uno se sigue admirando de Cuba es esa capacidad casi artística de construir una sociedad mejor.

Migaié Batin definió el carnaval como «una forma concreta de la vida misma, que no se representa sobre un escenario sino que se vive en la duración de la fiesta». Aplicando esa frase a la Revolución Cubana se podría decir que es una forma concreta de la vida misma que se vive mientras se construye. Algo así como una frontera entre el arte y la vida. Ojalá exista la capacidad de comunicación a nivel de dirigencia para que todos y todas los/as cubanos/as sigan comprendiendo que es necesario mantener el arte de seguir construyendo sueños.

* Este texto es parte del libro Miramientos desde el Sur.


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