Simón Itunberri •  Opinión •  26/11/2016

Snowden

En 2013 el informático que trabajaba para la CIA Edward Snowden filtró a un periodista de The Guardian y a la directora de documentales Laura Poitras amplia información sobre los métodos ilegales de espionaje masivo practicados por los servicios secretos estadounidenses. En 2014 Poitras presentó el documental Citizenfour, que consiste básicamente en las grabaciones que realizó en la habitación del hotel de Hong Kong donde Snowden reveló esos datos. Pero Citizenfour es una película muy árida, poco atractiva para el público en general, por lo que ha sido una buena idea de Oliver Stone realizar esta dramatización de la historia del ex espía; de este modo muchas más personas podrán familiarizarse con este personaje tan importante de nuestros días.

Stone vuelve a demostrar que, a pesar de algunas películas fallidas, sigue siendo un maestro del cine político. La historia, narrada con pulso y emoción, es suficientemente didáctica como para que el público no experto en cuestiones informáticas pueda seguir la trama, y comprender la gravedad de lo que Snowden va descubriendo: los servicios secretos de Estados Unidos rastrean y registran indiscriminadamente, de forma ilegal, las comunicaciones electrónicas de la totalidad de la población de su país y de inmensas cantidades de habitantes del planeta. Como dice Snowden, “el terrorismo es la excusa” para la construcción del Gran Hermano orwelliano, y lo cierto es que “lo único que Estados Unidos está protegiendo es la supremacía de su gobierno”, no la seguridad nacional, como nos venden. Para el gobierno de ese país, todos somos presuntos culpables, y nadie tiene derecho a la intimidad.

En la película vemos cómo además este sistema de vigilancia global sirve de base a las operaciones de drones, mediante los que el gobierno de Estados Unidos asesina incluso a niños (a sabiendas, considerándolos “daños colaterales”) o bombardea funerales de supuestos terroristas (previamente eliminados mediante el mismo método), masacrando a toda la familia y amigos asistentes. Muy acertadamente, Snowden explica a un compañero de los servicios secretos que la responsabilidad moral y legal de estos crímenes no se limita a los gobiernos que los ordenan, sino que se extiende a los subalternos que los ejecutan, como quedó claro en Núremberg. Estos juicios sentaron unos principios de derecho internacional que Estados Unidos se salta impunemente (de hecho, ya se los saltó tras la Segunda Guerra Mundial, cuando solo el bando perdedor fue juzgado por sus crímenes de guerra).

El desarrollo de la historia sentimental de Snowden también resulta interesante, pues permite apreciar en qué medida el trabajo sucio de los agentes secretos puede destrozar su propia vida y la de quienes los rodean (algo que se mostraba mucho más crudamente en la magnífica El buen pastor de De Niro). Afortunadamente, Snowden tiene una novia decidida y fiel que, a pesar de todas las dificultades, lo ha apoyado en los momentos decisivos y que finalmente ha ido a vivir con él a Moscú. Por cierto, tampoco hacía falta que Stone nos los mostrara teniendo relaciones íntimas para que sepamos que se quieren, pero ya sabemos que el desnudo es un peaje machista que la industria del cine hace pagar a las actrices (no a los actores).

El caso Snowden muestra con crudeza que cuando un ciudadano se salta la ley con el objetivo de proteger los principios constitucionales del país, será perseguido por el gobierno; un gobierno que además quedará impune de haberse saltado esos principios fundamentales. El propio Snowden es consciente de que la CIA podría secuestrarlo y torturarlo, prácticas que la administración Obama ha seguido realizando durante su mandato, a pesar de que los medios apenas han hablado sobre ellas como se hizo en la era Bush.

La película se centra en el espionaje de Estados Unidos que, como Imperio hegemónico que es, constituye el más extendido del globo; pero es obvio que no es la única potencia que lleva a cabo acciones ocultas de seguimiento y sabotaje informáticos. Este despliegue de recogida de datos y metadatos forma una red ya imposible de detener y controlar, que con el tiempo se irá haciendo más tupida, y que determina que las bases de nuestra aldea global sean cada vez más frágiles.

Snowden muestra uno de los rostros más siniestros de Obama, ese político de diseño que engatusó a su pueblo y al mundo con promesas de desmilitarización y defensa de las libertades que nunca cumplió, que ha dejado totalmente impunes los crímenes de gobiernos pasados, que no solo no ha cerrado las guerras abiertas por su predecesor sino que las ha multiplicado, y que además ha desplegado legislación y políticas liberticidas sin precedentes, como bien explica el propio Stone en su libro escrito con el historiador Kuznick.

Pero al igual que en la conclusión de ese libro, el final de la película resulta excesivamente optimista. Snowden y Stone son auténticos patriotas estadounidenses, preocupados por la deriva cada vez más violenta y totalitaria del Imperio norteamericano, y como tales se sienten impelidos a denunciarla. A la vez, creen profundamente en los valores que forjaron su nación, entre los que se cuenta el control por parte del pueblo de cualquier exceso del gobierno, y están convencidos de que la exposición de los males del sistema movilizará a la gente hasta el punto de que el gobierno se verá obligado a rectificar su deriva. El idealismo del ex espía y del director es loable, y quizá gracias a él decidieron embarcarse en sus proyectos llenos de peligros (en especial para Snowden, cuya vida ha quedado totalmente condicionada por su valiente decisión de filtrar las pruebas de los crímenes de Estado).

Ahora bien, ese idealismo no nos debería llevar a engaño: los gobiernos están al servicio de los intereses y presiones de la Élite Global, con la que además están conchabados en un sistema de puertas giratorias, presiones e intereses bastardos. La propia película muestra que el modelo de espionaje global diseñado en la era Bush se estableció al margen de la ley. En el film salen las noticias según las cuales Obama se comprometió a detener los programas de espionaje masivo, pero ¿se puede confiar en esas promesas? Pues, independientemente de quién esté en el gobierno, y a pesar de todos los compromisos que se puedan formular, las cloacas del Imperio siguen y seguirán actuando totalmente al margen de la legalidad. Y me temo que la “película” de verdad solo acaba de empezar…

*Simón Itunberri es periodista del sitio Libertad de Conciencia de Periodista Digital.

Fuente: Libertad de Conciencia


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