José Haro Hernández •  Opinión •  26/08/2021

Odio

Hace unos meses, tuve la oportunidad de ver un vídeo de uno de esos charlatanes ultraderechistas devenido youtuber en el que se calificaba al gobierno español, entre otras lindezas, de ‘narcoterrorista’. Monitoricemos, como se dice ahora. Un tipo acusa públicamente al ejecutivo de Sánchez de perpetrar gravísimos delitos penados con mucha, muchísima cárcel. Por supuesto, sin aportar prueba alguna, ni siquiera un leve indicio policial. Igualmente, sin acudir a la comisaría o cuartelillo más próximo a fin de que la Justicia se haga cargo de tamaños malhechores. Pienso en cuáles serían las consecuencias de que yo, en un arrebato de ira hacia un vecino al que no soporto, colocara  un cartel con el rostro de éste, por todo el edificio, con la leyenda impresa de narcotraficante o terrorista. Me caería la del pulpo. Al menos, delito de injurias y calumnias, así como contra el honor y a la propia imagen. La pregunta subsiguiente es por qué existe tanta tolerancia hacia la difusión de bulos injuriosos por parte del trumpismo hispano.

Por qué, en definitiva, se permite la expansión de un odio que ha prendido con tanta fuerza en tanta gente. Sólo alguien cargado de un odio infinito puede desplazarse, durante meses, a la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero para acosar a sus hijos menores día y noche. O llamar a Sánchez ‘rata asesina’ en Salamanca hace unas semanas. O desplazarse a Ceuta para insultar a más de la mitad de la población que es de origen musulmán. O apuñalar a alguien al grito de ‘los inmigrantes me quitan la comida’ porque la agresora se ha tragado que las personas que carecen de papeles se quedan con las ayudas, pagas y viviendas que corresponden a los españoles. O entrar en el Capitolio americano dispuesto a arrasar con todo y colgar a los políticos demócratas(según los espeluznantes testimonios de los policías que defendieron el edificio) porque los asaltantes se han creído la burda mentira de que la victoria de Biden ha sido un fraude.

Los discursos fascistas, racistas, machistas y homófobos prenden en personas con una capacidad de raciocinio limitada y/o afectadas por un fanatismo resultado de compensar sus frustraciones por la vía de sentirse por encima de quienes están los últimos en la escala social, de manera que no soportan ni a éstos ni a los ‘progres’ que los amparan. Es un fenómeno que se ha extendido por todo el mundo, pero que ha arraigado con especial fuerza en nuestro país(particularmente en esta región), donde una parte de la derecha convencional ha sucumbido a los cantos de sirena de la extrema derecha y ha conformado un todo indivisible con ésta.

La respuesta de los y las demócratas tiene que ir en un doble sentido. Por un lado, intensificando la agenda social, trascendiendo la tibieza actual. Por otro, echando mano del Código Penal, donde se explicita claramente que el delito de odio no se circunscribe al fomento, promoción o incitación a la violencia, sino que basta con que se promueva la hostilidad y discriminación por razones de pertenencia a grupo social, raza o ideología. A este respecto, Merkel ha afirmado en varias ocasiones que los mensajes de odio no están amparados por la libertad de expresión. Por la simple razón de que siempre llevan a la violencia y a la conculcación de derechos. Como la que se produce actualmente en Hungría y Polonia, afortunadamente con una respuesta contundente por parte de la Comisión Europea, que ya ha iniciado los trámites para expulsar de los fondos europeos a estos dos países, cuya deriva autoritaria y homófoba es el espejo en el que se miran nuestros reaccionarios. Por desgracia, en España no se da, a día de hoy, una actitud similar a la europea en este aspecto. Aquí pesan demasiado las ideas extremistas en los aparatos de Estado, sobre el todo en el judicial, que es capaz de avalar un cartel de contenido neonazi contra los menores no acompañados. 

No, no puede salir gratis calificar al gobierno legítimo de tu país de narcoterrorista. Tampoco criminalizar a los más vulnerables, a quienes piensan distinto o al colectivo LGTBI. La democracia se defiende poniendo en su sitio a las personas, organizaciones e ideas que quieren destruir la convivencia y acabar con los derechos: fuera de las instituciones, fuera de los medios de comunicación. Así lo entendió Europa en 1945 y parece estar asumiéndolo en estos momentos. Porque en la memoria de los europeos permanece inalterable la identidad de quien, hace más de 80 años, arrastró al continente al apocalipsis de la tiranía, la guerra y la miseria. El mal no puede volver.

                         joseharohernandez@gmail.com


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