J. Angel Téllez Villalón •  Opinión •  25/07/2017

Cuba y Venezuela frente al mismo odio

A Cuba y Venezuela, no solo las unen orígenes, tránsitos descolonizadores y resistencias cruciales a la apetencia imperial, también el común enfrentamiento a poderosos odios interconectados. Odios a lo diferente, heredados y reactivos, contra su “plebe insolente”, empeñada en romper históricas dominaciones, dependencias y ordenamientos excluyentes, impuestos en los dos países por las oligarquías locales coligadas a las hispanoamericanas y estadounidenses.

Frente a estos odios, comparten un acervo ético, de raíces cristianas, evidenciado en el comportamiento político de los libertadores Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Antonio Maceo y José Martí. Ratificada en el mensaje de la UNEAC a partir del reciente show del odio miamense: “En la tradición ética y martiana de nuestro pueblo no ha habido ni habrá espacio para el odio”.

Una afiliación ética, que ante las bifurcaciones del camino que dividen a los hombres en dos bandos, toma la empinada de “los que aman y construyen”. Ratificada así por el Titán de Bronce: “No es pues una política de odio la mía, es una política de amor; no es una política exclusiva, es una política fundada en la moral humana”. En armonía con la advertencia de Bolívar, “moral y luces son nuestras primeras necesidades”, y el orgullo de Sucre al despedirse de Bolivia, haber guiado su gobierno por “la clemencia, la tolerancia y la bondad”.

Herederos de esas tradiciones, Fidel y Chávez, con sus respectivas revoluciones, subvirtieron los históricos cuartones socio-clasistas; trajeron inclusiones que impactaron en la exclusiva cotidianidad burguesa. Ver y oler -demasiado cerca- en los habaneros Miramar, Biltmore y Country club o en los venezolanos Prados del Este, Altamira y La Castellana, a los que antes el statu quo lo impedía; devino en aversión hacia los protagonistas o actores de esos cambios, en un deseo incontrolable de limitar o evitar transformaciones como estas.

Para algunos, era una blasfemia encontrar, junto a su crónica y “selecta firma”, la columna de opinión de un guajirito mestizo, nacido en un intrincado lugar que prefería a Eleguá antes que a Jano y a los José Antonio Aponte que a los José Antonio Saco. Reconocer como Poeta Nacional a otro de origen humilde y mestizo que, para colmo, hacía loas a “bembones” y pobres, era como “ir a cortar caña” para ciertos intelectuales cultivados en la pseudorepública. Ver brillar en armonía -que no es en falta de polémicas por puntos de vista diversos- a la vanguardia política e intelectual cubana, fue como un bofetón para ciertos renegados y/o resentidos de la otra orilla.

Ciertos intelectuales y artistas venezolanos, “se quedaron mudos, indignados y sorprendidos” cuando en el 2012, el escritor, crítico y periodista venezolano Luis Alberto Crespo reconoció a Hugo Chávez como el poeta más importante del país.  Muchos de los que lo criticaron entonces, no asumen hoy, ni medianamente, el reciente mensaje del Premio Nacional de Literatura: “La cultura debe tener un objetivo claro de imponer la paz por encima del grito, del insulto, del odio».

Porque no es –cual se ha pretendido instaurar-, el Socialismo la fuente primigenia del odio. Por el contrario, una Revolución – “si es verdadera”-, gestiona hasta su solución definitiva la polarización social y la acumulación capitalista y “capitalística” del individualismo, el “sálvese quien pueda” y del “hombre como lobo del hombre”.

Las élites de hoy heredaron de las anteriores la repulsa e intolerancia a los “fuera de la norma”, a lo “inferiores”, los salvajes, los incivilizados y bárbaros, los subalternos y prescindibles. Esta repulsa oligárquica, justificada desde una representación retrógrada y totalitaria, ha devenido en la incitación al odio, en la movilización a otros para que restauren el régimen político en que reinaban o para que eliminen a los protagonistas y sujetos que luchan por el “reino de la justicia”. 

Sus víctimas, las seleccionan por su afiliación, apoyo o pertenencia -real o supuesta- a un grupo o tendencia que no toleran; en base al origen territorial o étnico, el color de su piel, su origen de clase, su ideología y/o convicción política. Basta incluso, que desarrollen su vida social, pesquen, practiquen deportes o produzcan cultura, en un país con un sistema político diferente o no aceptado por el odiador.

Por complejos mecanismos, e impulsados por las industrias culturales hegemónicas, el anti-amor, se reconduce desde la simple y pasajera vivencia afectiva hasta la pasión o el estado de ánimo enfermizo, patológico, con impacto en lo público. Produciéndose así, un sujeto que se revela a través del discurso de odio, la instigación a la violencia, el delito o el crimen de odio. 

Una pulsión que se acrecienta hasta extremos fascistas, generando prejuicios, calificativos, ideologías, doctrinas, actitudes y actos violentos hacia una persona o agrupación, y denota su plus criminal en la medida en que envía un mensaje de advertencia, amenaza, o declaración de guerra, a otros actores o sujetos semejantes a la víctima.

Ese fue el objetivo de las bandas contrarrevolucionarias que azotaron los campos cubanos, cuando la Revolución, con el protagonismo de los “pinos nuevos”, se enfrascaba en tareas tan humanas como La Alfabetización. Desaparecer cualquier reducto de la Revolución pacífica de Allende, fue el propósito de la dictadura de Pinochet con los miles de asesinados y desaparecidos.  Fue el mismo propósito del Plan Cóndor.    

Otro uso instrumental de los crímenes de odio y el terror, ha sido la manipulación del Caos, de imágenes que lo representan, en función de despertar el deseo subconsciente en ciertos actores de que se produzca “al fin”, el anhelo de la tierra arrasada, incentivando con ello el instinto de destruir. Fue así como la propaganda nazi atrapó a las masas de alemanes y es lo que se pretende con los “libertarios” en Venezuela, con las guarimbas y las imágenes de la “Venezuela incendiada”, en “caos total”, que reproducen los oligarcas a través de su mass medias y de las redes sociales. 

Un plan desestabilizador que con más de tres meses tiene un saldo de más de una víctima por día. De los cuáles – y en contra de la matriz que se instaura por los medios oligárquicos-, menos del 10 % han sido víctimas del enfrentamiento de las fuerzas del orden, es decir en su mayoría han sido víctimas del odio; aunque pocos casos han sido denunciados como tal.

Una parte de los muertos son los propios encapuchados dominados por la obsesión de aniquilar al Chavismo y a los “chavistas”; en muchos casos víctimas de sus propios artefactos de matar.  La gran mayoría, han sido aniquilados por las bandas violentas bajo las ordenes de los líderes de la MUD; efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana, chavistas activos y quienes simplemente pasaban o parecían chavistas. Sí, porque los apuñalan, le arrancan el pecho, los golpean hasta dejarlo sin vida, queman vivo o agreden, por «parecer chavistas». Si alguien grita “este es chavista”   o «infiltrado», si resulta sospechoso por sus “marcas” de humilde y  el color de su piel,  por tener un carnet que lo habilita a conducir vehículos militares o por parecerse a la esposa de un chavista .

Otra salida de esa “arrechera” criminal ha confluido en el sicariato político contra dirigentes chavistas como el sindicalista Esmin Ramírez, la dirigente comunal Jaqueline Ortega Delgado, el dirigente de base y presidente de la Cámara Municipal municipio Libertador Eliécer Otaiza y el diputado Robert Serra en 2014.

Un odio descontrolado, que violenta todo, que quema un hospital materno, instituciones escolares, o una guardería con niños dentro.

Esta obsesión anti-socialista desemboca en la quema de banderas cubanas o en atentados al monumento de José Martí en Caracas. Y es que Cuba y sus líderes son parte de la construcción de la “otredad negativa” desde el que se enarbola el correlato de odio de la contrarrevolución venezolana, así como Venezuela lo es del odio de la contrarrevolución cubana.

Odios, alentados y financiados desde Miami, en resonancia con el odio cubano-americano en el Congreso estadounidense, protagonizado por Ileana Ros-Lehtinen, Marco Rubio, Robert Menéndez y Mario Díaz-Balart .

Un eje de odio, que hace suya las históricas prácticas del fascismo y el oscurantismo oligárquico anticomunista de las dictaduras en la región; de calificar y etiquetar para satanizar y deshumanizar al “enemigo”. Actualizándolas, con los nuevos manuales de la Guerra de Cuarta Generación, el uso de las palabras y de la inducción mediática como arma de guerra y las mentes humanas como blancos; para escalar desde los prejuicios, informativos, cognitivos y receptivos, hasta la acción violenta y el genocidio. Es “las cucarachas deben morir” en la Ruanda de abril de 1994; el “se van a tener que comer los cables, las alfombras, las sillas, porque no les vamos a dar comida, ni agua…”, del asedio a la embajada de Cuba en Caracas, durante el golpe de abril del 2002, y el “Ratas rojas las vamos a matar” de estos días en Venezuela.

Pero hay más crímenes de odio ejecutados con las palabras. Ciertos personajillos, evacúan su odio, como les resulta más fácil, mediante un lenguaje viperino, un auténtico acoso o sicariato verbal, “deliberado” y “banal”, para decirlo como Hanna Arendt.

Por la fidelidad a su pueblo y a la Revolución Bolivariana, el destacado intelectual Luis Britto García ha sido calificado como “ingenuo” y “fanático”. Por “defender lo indefendible”, le disparan el más banal de los insultos: “A Britto García, este escritor nadie lo leerá, porque es tan mentiroso que ni con la ficción literaria será posible indilgarle (sic) una buena obra, increíble la falta de coherencia y realismo de este señor que cree ser un intelectual, pero al servicio de la dictadura, como muchos lo hicieron en los años 70, dictaduras de derecha y la de cuba (sic) también los tuvo”.

Del mismo lodazal, son las opiniones que en ciertos medios mercenarios desata determinados acontecimientos vinculado con una personalidad de la cultura, que viva en Cuba y manifieste con su obra y conducta, el más legitimo apego a su Patria, al Socialismo y a las más nobles causas de América Latina.  Sirvan como ejemplos, el Diario De Cuba y la cola de comentarios que generaron sus “obituarios” a tres personalidades de la vanguardia intelectual cubana, fallecidos recientemente. Tres hacedores y pensadores de la nación, al decir de la destacada intelectual Graziella Pogolotti .

“Pinocho Alma Mater”, “genízaro”, “miembro de la pandilla castrofascista” , estuvieron entre las descalificaciones del odio para el destacado historiador Jorge Ibarra Cuesta. Aunque la mayoría confiesa no haber conocido al autor de “Ideología mambisa”, “Nación y cultura nacional” y “Máximo Gómez frente al imperialismo”, entre otros importantes textos.  En contraposición al criterio de la Pogolotti, que reconoce a Ibarra su “modestia proverbial” y su “hurgar entre papeles e ir escribiendo en la marcha acelerada que reclamaban los tiempos”. Por lo cual, reclama, como “justo y útil homenaje”, la “valoración de su obra” más allá del “ámbito reducido de los especialistas”. 

Para el talentoso poeta, escritor, ensayista, profesor y cultor de la canción tradicional cubana Guillermo Rodríguez Rivera, porque “sirvió a la corte de los Castro” y por no ser capaz “siquiera de escribir algo en contra de la situación imperante en la isla”; profirieron términos como “necio”, “mediocre como poeta, mediocre como tratadista literario, mediocre como ensayista”.

Lo que provocó la respuesta de otro de los lectores: “Los que insultan aquí, probablemente no sepan siquiera quién fue Guillermo Rodríguez y mucho menos hayan leído una sola línea de las muchas que escribió. Claro, las bestias no leen”. Obviamente, no conocen del valiente y crítico fundador de la revista literaria Caimán Barbudo. Al autor de “Por el camino del mar”, esa joya de la cubanidad rebautizada como “Nosotros los cubanos” por su prologuista, el también martiano, poeta y estudioso de nuestra identidad, Cintio Vitier.

En correspondencia a la estatura del también “oficialista” Fernando Martínez Heredia, así emergieron los sulfurosos comentarios en su contra, desde el charco pantanoso de DDC. Calificativos -entre otros irrepetibles-, como “camaleón”, “chupatinta común (sic) y corriente”, “vendedor de ideas ya fracasadas”, “ciberchivato” (sic). Todo por dedicar su tiempo a lo que hacía y sabía útil, y sacrificarse por el mundo y “la sociedad que lo formó”.

DDC y sus acólitos seguidores, no le perdonaron al autor de “El corrimiento hacia el rojo”, su profundo pensamiento y su postura militante. Ni su admiración, estudio y promoción de los comportamientos paradigmáticos y los pensamientos políticos de Mella, Guiteras, el Che y Fidel. Tampoco su hidalguía como parte de la delegación cubana a VII Cumbre de las Américas en Panamá.  

El director de DDC no heredó el talento de su padre, pero si sus resentimientos y frustraciones personales; asumiendo como suya las estocadas de odio, que se propuso asestar el renegado “hombre de la cultura militante” contra la legítima intelectualidad revolucionaria, a través de las también mercenarios Encuentro de la cultura cubana y Encuentro en la red. También el modo de vivir del odio a través de las agencias gubernamentales y las ONG estadounidenses, confabuladas en subvertir las revoluciones martianas y bolivarianas, bajo la sombrilla de la “promoción de la democracia”.

Recuérdese que Diario de Cuba ha encabezado durante los últimos años, la lista de los medios contrarrevolucionarios con las partidas más jugosas de la National Endowment for Democracy (NED).  La misma NED que financió durante el 2016 con más de un millón 600 mil dólares, las acciones desestabilizadoras en Venezuela.

Contagiados con la “necropolítica” y la «Schadenfreude” de la enfermiza contrarrevolución venezolana, la agenda de DDC no se dirige solo a la “yugular del castrismo”, sino a la de los “oficialistas”. Por eso sus lectores, parecen disfrutar el desearles la muerte a otros: “¡Que siga la conga!”, “Bien muerto está”, “Fidel se los está llevando a todos”, “Ahora faltan Retamar y Barnet”, “ahorita le toca a eusebio (sic)”. Evidencias de cuánto condiciona o impacta el odio en el pensamiento y el juicio de ciertos revolcados en la impotencia y rencor.

El mimo odio que destilan los plattistas y mercenarios que coprotagonizaron el grotesco show de Trump en el Teatro Manuel Artime de Miami y concita en Venezuela a no participar en la propuesta de Paz que es La Constituyente.

Fuente: Alainet


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