Kepa Tamames •  Opinión •  25/05/2021

Breve ejercicio de ucronía

A riesgo de parecer algo marisabidillo, me quedo más tranquilo si explico rápido que una ucronía viene a ser la conjetura del «qué hubiera pasado si en lugar de…». Se aplica con frecuencia a hechos históricos, como es lógico. ¿Qué panorama nos hubiera reservado una victoria del Frente Popular en la Guerra Civil española? ¿Cómo sería hoy el mundo de haber fracasado la Reforma Protestante de Lutero? ¿Qué Europa moraríamos ahora si las huestes musulmanas hubieran completado con éxito su invasión (me refiero a la de principios del siglo octavo)? Hipótesis alternativas de esta guisa…

Así pues, apliquemos sin mayor dilación dicha ucronía (mero entretenimiento intelectual, al fin y a la postre) a la cuestión de la pandemia que nos cambió la vida sin apenas avisar, o quizá avisando de todas las maneras posibles. Atención, pregunta: ¿De qué forma cotidiana hubieran transcurrido los acontecimientos en caso de caernos semejante hecatombe social con un gobierno de signo diferente? Respiramos profundo, y procedemos.

Me cuentan no pocos de entre mis allegados que la situación hubiera sido, como mínimo, muy, pero que muy distinta. Que, en tal caso, aquí no llevaba mascarilla ni la mitad del personal, o a lo sumo la levaría en el brazo, a mozo de brazalete reivindicativo: “El Bozal es Fascismo”“No Dejes que te Mientan”“Derecho a Respirar”; “#YoNoMeLaPongo”; “Por Nuestra Salud y la de Nuestros Hijos, Desobediencia Civil”. Lemas de este estilo imagina uno bordados en los barbijos‑brazaletes. Y camisetas por doquier, de llamativos colores, con letras bien cantosas, que para eso ha sido siempre un destacado contestatrio su portador: «¡Resistencia Antifascista!», con el famoso dibujo del ardoroso manifestante ―pañuelo en boca, eso sí― arrojando a la policía una mascarilla pringosa, ni ramito de violetas ni cóctel molotov. Incendiados los contenedores de basura por ciudadanos indignados ante tales recortes de derechos individuales, encerrados entre cuatro paredes así que anochece, o todo el santo día, según épocas. Marchas a lo Gandhi ayer hasta el ayuntamiento, hoy hasta la Delegación de Gobierno, mañana hasta el Ministerio del Interior. ¡Todo antes que ceder ante el insoportable autoritarismo del poder!

Empero, el apocalipsis se coló de súbito en nuestras vidas con un gobierno progresista con carné de tal, defensor de la gente y vigía de la justicia universal. Siendo así, no parece que proceda enseñar demasiado los dientes, menos aún dejar entrever fea mueca ante el discurso oficial (por muy delirante que se muestre), o ni siquiera ofrecer una opinión, aun sólida por documentada… ¡y no digamos ya escribir un artículo de opinión que oscila entre lo disidente y lo ofensivo! Ante todo, conviene quedar camuflado entre el paisa[na]je, al más puro estilo insecto palo, esperar a que pase la tormenta, y cruzar los dedos para que cuando escampe todo vuelva a la normalidad, aunque sea esta “nueva”, pues así nos lo anunciaron en documento gubernativo: la forma más abyecta de metérnosla doblada sin que nos enteremos, aprovechando nuestra general actitud bovinoide.

Veo estos meses a conocidos que estuvieron antaño tras las barricadas, que votaron lo prohibido, que desobedecieron con orgullo leyes injustas, que pasaron la vida protestando por esto y por aquello… los veo ahora embozados, algunos con doble capa, humillados sin saberlo, perdida ya su dignidad, sea lo que sea tal cosa. Y con gesto mustio y derrotado. Sobre todo eso: derrotados de cuerpo y alma. ¡Qué sorpresas te depara la vida, y con cuánto desasosiego hay que digerirlas!

Pero la sectarización naïf de nuestro comportamiento se incorpora al escenario zombi de cualquier plaza pública, como si tal cosa, pasa sin llamar hasta el fondo de nuestro sistema perceptivo, que diríase no percibe sino el soniquete que generan «los nuestros»: verdes, azules, rojos o amarillos. Si alguna vez estuvo aquí, como parte inseparable de nuestro corpus social, se ha esfumado de súbito, como pompa de jabón que estalla discreta y silenciosa: me refiero a la clarividencia que se supone a cualquier autodenominado «animal racional».

 No se defiende ahora a las mujeres en cuanto que víctimas, sino por pertenecer a mi tribu;  como no se defiende a los negros por lo mismo, sino por compartir espectro ideológico conmigo. Los inmigrantes son bienvenidos si llegan enarbolando la bandera que identificamos como ‘correcta’, pero no pasan de «malditos reaccionarios» si les descubrimos la enseña ‘equivocada’. El mismo hecho se etiqueta sin rastro de pudor como «golpe de estado militar» o «revolución de las sonrisas», según la traza textil de sus protagonistas. Hasta podemos contemplar extasiados una carrera de Formula 1 tras haber asistido henchidos de gozo a la manifa ecologista de turno. Así hasta el infinito. Mas tales escenarios, nítidos hasta el dolor para cualquier mente no demasiado contaminada, al parecer pasan inadvertidas a la mente sectaria, esta con sus mil caras, colores y aristas, que la camuflan como humo transparente en el entorno. Estado mental en el que, por cierto, cualquiera de nosotros puede caer a la que se descuide y se deje llevar un poquito por el relato ―único, salido del mismo molde― de los mass media.

 

Así pues… ¡Siempre atentos, Camaradas!


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