Asociación Soong Ching-ling de Amistad con China •  Opinión •  24/05/2021

La Asociación Soong Ching-ling de Amistad con China entrevista a Unión Proletaria

– ¿Qué es Unión Proletaria? ¿Quiénes sois?

Unión Proletaria es una organización que se esfuerza por reconstituir el Partido Comunista en España, entendido como unión del socialismo científico con el movimiento obrero. Para ello, luchamos sobre la base del marxismo-leninismo contra el revisionismo reformista e «izquierdista» y contra el dogmatismo, a fin de poder unificar a todos los comunistas en un mismo Partido. Además, contribuimos en la medida de nuestras fuerzas al desarrollo de la conciencia, unidad y organización de clase de los obreros. Y también promovemos el combate unitario de las clases populares por la democracia, contra el imperialismo, la oligarquía financiera y la reacción. En todas estas batallas, abogamos por la máxima firmeza de principios a la vez que la máxima flexibilidad táctica. Después de varios intentos fallidos de unidad orgánica con otras organizaciones comunistas, nos hemos visto obligados a concentrar nuestra actividad en corregir debilidades teóricas del movimiento comunista español relacionadas con la comprensión de la experiencia revolucionaria de la Unión Soviética y de la base filosófica del marxismo-leninismo, el materialismo dialéctico. Gracias a este trabajo, esperamos que, en lo sucesivo, podamos contribuir más eficazmente a satisfacer las necesidades prácticas -inmediatas y finales- de la clase obrera en España.

– Sois de las pocas organizaciones comunistas que ha estudiado en detalle la experiencia china. ¿Qué conclusiones habéis sacado? ¿Qué balance hacéis de la Revolución Cultural?

Es mucho decir que hemos estudiado la experiencia china, y además en detalle. A lo largo de nuestra historia militante, hemos leído con gran interés diversos análisis sobre China, pero no consideramos que sean suficientes como para deducir de ellos conclusiones tajantes. No obstante, aunque sean provisionales, sí nos parecen suficientemente sólidas como para definir una posición militante.

Observamos que ha habido tres etapas fundamentales en la historia de la China socialista. En la primera que duró un decenio se realizaron, con unidad y apoyo de la Unión Soviética, las transformaciones estructurales necesarias para asentar las bases económicas, políticas y culturales del socialismo. En la segunda, que abarcó los años 60 y 70 del siglo pasado, el viraje revisionista-hegemonista de la URSS obligó a China a contrarrestar la tendencia a imitar esta involución burguesa en su Partido y en su Estado. En la tercera, en la que se encuentra desde los años 80, el centro de atención se ha desplazado de la política a la economía, eso sí, sobre la base del éxito alcanzado en las dos anteriores.

En la segunda etapa, se desarrolló a partir de 1966 la que fue llamada Gran Revolución Cultural Proletaria. Ha sido muy duramente criticada por los dirigentes chinos posteriores, algo comprensible puesto que pretendían promover un giro político radical. Sin embargo, comprenderla exige contextualizar la coyuntura en el espacio y en el tiempo. En todo momento, se cometen errores y éstos no necesariamente desvirtúan los aciertos que, a veces, los superan con creces. La Revolución Cultural y la lucha teórica contra el revisionismo soviético que la precedió sirvieron para resguardar la soberanía de clase y nacional del PCCh, y para que el socialismo chino no acabase sucumbiendo como el de los países de Europa oriental al derrumbarse la URSS. Fue también un giro radical, en el que, como suele ocurrir, se cometieron exageraciones. A pesar de las depuraciones injustificadas de los aparatos políticos, y gracias a las justificadas, el poder proletario y la edificación socialista siguieron progresando en China.

Hemos estudiado sobre todo las posiciones políticas de Mao Zedong y otros dirigentes chinos en el período de la gran controversia con los soviéticos (1956-1964). Consideramos enormemente enriquecedor y acertado el balance que realizaron acerca de la contribución de la URSS a la revolución proletaria mundial, siendo el documento que concentra más aciertos y menos defectos el titulado «Proposición acerca de la línea general del movimiento comunista internacional», formulado en 1963. Parece que muchas decisiones prácticas que se tomaron durante la Revolución Cultural fueron el fruto de la aplicación de estas enseñanzas generales a las condiciones particulares en que se hallaba China. En toda esta controversia, hemos detectado desviaciones de carácter idealista y subjetivista en la base filosófica de las posiciones chinas, frente a las desviaciones mecanicistas, antidialécticas, de los dirigentes soviéticos: sobre todo de Jruschov y de otros revisionistas, y, en algún caso, de Stalin y de otros bolcheviques. De ahí que los maoístas erraran parcialmente al criticar a éstos. Era muy difícil acertar plenamente en aquel momento de crisis en el movimiento comunista internacional. Estimamos que el aporte de los comunistas chinos fue mayoritariamente positivo. Lo consideramos fructífero incluso en los atañe a los errores ultraizquierdistas cometidos, porque las consecuencias desastrosas de éstos van a ayudar a corregir defectos análogas que están cometiendo hoy muchos comunistas que se muestran indulgentes con el revisionismo soviético, pero intransigentes con la derechización relativa de China y de otros países socialistas.

– ¿Es China un país socialista? ¿Qué es el socialismo con características chinas?

La República Popular China es el resultado de una revolución democrático-nacional, antiimperialista y antifeudal que, gracias a su dirección por el proletariado y su Partido Comunista, pudo ser desarrollada como revolución socialista a partir de 1949, en que conquistó el Poder Político en la mayor parte del país. Desde entonces, ha experimentado vaivenes de gran calado, pero no tanto como para que éstos hayan revocado su naturaleza de clase: los principales medios de producción -en cantidad y calidad- no están en poder de los capitalistas, sino del Estado y de las cooperativas de trabajadores; y este Estado es sustancialmente la organización de las masas revolucionarias que rompieron la máquina del Estado capitalista burocrático anterior. Por todo lo cual, concluimos que sigue siendo un Estado socialista, aunque haya crecido mucho el sector capitalista de su economía, consentido y limitado por él. Desde los años 80, ha apostado por una política de «apertura», es decir, de supresión de todo lo que pudiera obstaculizar el desarrollo inmediato de las fuerzas productivas en un contexto internacional contrarrevolucionario y de abrumadora dominación imperialista.

Nosotros entendemos que, en las diversas y contradictorias etapas de su historia, el PCCh ha practicado el socialismo con características chinas, porque es imposible hacerlo de otra manera. Cualquier tentativa de aplicar medidas ajenas a las características nacionales de un país está abocada al fracaso. El hecho de subrayar las características nacionales a la hora de definir la forma concreta del socialismo tiene, a nuestro juicio, un doble carácter. Por una parte, es positivo para afirmar la independencia nacional, tanto frente a las potencias imperialistas, como frente a otros Estados socialistas que experimentan un proceso involutivo hacia el capitalismo promovido por una clase burguesa en formación que aspira a imponer sus intereses más allá de sus fronteras nacionales. Pero, por otra parte, también puede servir de vehículo de expresión de los intereses de la burguesía nacional que intenta romper la unidad de la clase obrera de China con el proletariado internacional. La política exterior de la Unión Soviética posterior a Stalin tuvo precisamente esta naturaleza antagónica: su defensa del internacionalismo proletario y socialista era, en parte, real y encarnaba los intereses del movimiento obrero internacional y del movimiento democrático antiimperialistas de los pueblos; pero, en otra parte, representaba los intereses de la nueva burguesía que se estaba formando y que, para ello, necesitaba dominar y explotar también a otros pueblos. El nacionalismo anexionista es enteramente reaccionario, mientras que el particularismo nacional puede tener un componente democrático y progresivo. Pero sólo el internacionalismo de la clase obrera es plenamente democrático y progresivo.

En China, la lucha de clases será la que decida el significado concreto de esas características chinas del socialismo. Desde que comenzó la presente etapa de «modernización y apertura» en que se destacan las características chinas, la prioridad del desarrollo económico se ha esgrimido como justificación para recelar del desarrollo de la lucha de clases. Sin embargo, éste es inevitable y sólo puede tener un desenlace progresivo si el proletariado no se adormece con ilusiones sobre la armonía entre las clases sociales. Nos consta que la dirección política china sigue luchando contra diversas manifestaciones de la tendencia burguesa a restaurar el capitalismo (que sería restaurar una dependencia neocolonial de China), pero es preocupante que no se promueva en las masas una conciencia de conjunto de estas manifestaciones y que continúe prevaleciendo en el PCCh una percepción negativa de la lucha de clases medio siglo después de haber dejado de aplicarse, debido a la forma unilateral que pudo revestir.

– ¿Por qué hay que defender a China?

Ante todo, porque los Estados Unidos y otras potencias imperialistas la siguen acosando y, apoyando a la secesionista Taiwán, niegan su derecho a recuperar la plena integridad territorial. China tiene una conducta pacífica hacia los demás países, no se inmiscuye en sus asuntos internos, comercia con ellos en condiciones de respeto e igualdad, apoya su desarrollo económico y colabora con los esfuerzos internacionales por cuidar el medio ambiente natural. Desde un punto de vista antiimperialista y estrictamente democrático, merece ser defendida. Por supuesto que los burgueses liberales cuestionan el carácter democrático de China porque ésta no practica competiciones electorales pluripartidistas. En realidad, éstas no son ninguna garantía de democracia, como evidencian la mayoría de los países capitalistas donde el pueblo trabajador mayoritario elige casi siempre partidos políticos que incumplen sus promesas y benefician únicamente a la minoría capitalista; y cuando intentan cumplirlas, son neutralizados por los poderes no elegidos, cuando no desplazados por éstos mediante violentos golpes de Estado. En China, en cambio, el sistema electoral de abajo a arriba sobre la base del acuerdo patriótico del Partido Comunista con los demás partidos políticos garantiza, no solamente la elección de los verdaderos representantes de los electores (pueden ser revocados por éstos en cualquier momento, sin tener que esperar a las siguientes elecciones), sino también la aplicación de una política que mejora realmente las condiciones de vida de toda la población. Al igual que le ocurrió a la URSS de los años 30, China viene experimentando un crecimiento de la economía y de la prosperidad de sus habitantes como es inconcebible bajo el capitalismo. Ha sacado de la pobreza a más de 700 millones de sus habitantes, mientras esta lacra se mantiene en los países capitalistas y sus cifras se disparan con cada crisis económica. Es el segundo mayor ejemplo histórico de la superioridad del sistema socialista.

Pero, no sólo hay que defender a China por razones democráticas y comparativas. Cuando hablamos de que allí se ha priorizado el desarrollo de las fuerzas productivas, nos referimos en primer lugar a las de la propia China, pero también a las del resto de naciones oprimidas por el imperialismo. Los comunistas chinos parecen muy conscientes de que la continuidad en el desarrollo de la economía de los países socialistas y de los países poblados por la gran mayoría de la humanidad exige contrarrestar y aplazar de todas las maneras posibles la tendencia de las potencias imperialistas a la agresión militar. Una de las medidas disuasorias más eficaces es la fortaleza económica del país al que pretendan agredir. El país experimentó este grave problema en sus propias carnes durante el siglo que separó las guerras del opio y la victoria revolucionaria de 1949. Además, comprobó el enorme daño que la agresión hitleriana causó al socialismo en la URSS. El desarrollo de la economía productiva -incluyendo oportunidades de negocio para los capitalistas- puede debilitar al partido militarista del imperialismo y, lo que es todavía más probable, proporcionar a las naciones oprimidas una base material más sólida a la hora de defenderse de eventuales agresiones por parte de las grandes potencias. Y, mientras se consigue aplazar lo más posible la guerra, es sabido que, a escala histórica, el crecimiento de las fuerzas productivas es la base material fundamental para el crecimiento del proletariado como clase y, por tanto, para que esté en mejores condiciones de realizar su misión revolucionaria de reconstruir el mundo sobre la base de la verdadera libertad: el comunismo. China, por tanto, merece ser defendida también por razones profundamente revolucionarias.

– ¿Qué papel ha desempeñado China en esta pandemia? ¿Qué opináis de las acusaciones vertidas por Occidente contra el país asiático? ¿Y de los orígenes de la pandemia?

Fue el primer país en enfrentarse a la Covid-19 y en dar la voz de alarma al mundo, fuera o no allí donde brotaron los primeros casos. La transparencia y agilidad con que reaccionó son envidiables y todo un ejemplo para la mayoría de los países que, lamentablemente, son incapaces de seguirlo al estar dominados por el capitalismo. China no dejó que se extendieran los contagios en espera de que se fabricaran vacunas. En las áreas afectadas, paró totalmente la economía a excepción de lo realmente imprescindible para la supervivencia de la población, la confinó, rastreó a los infectados, secuenció el genoma del virus, desarrolló eficaces métodos de detección del mismo, aseguró una rigurosa cuarentena de los contagiados y, a los tres meses, tenía totalmente controlada la situación. Desde entonces -hace más de un año-, la totalidad de contagiados y fallecidos por esta enfermedad no ha vuelto a crecer. China presenta una de las tasas de incidencia, morbilidad y mortalidad por millón de habitantes más baja de todo el planeta: 100 veces menor que la media mundial y 500 veces menor que Estados Unidos. Además de frenar en seco la expansión de la pandemia, ha sido de las pocas grandes economías en crecer durante el año 2020. Lo ha hecho posible la solidaridad del pueblo respaldada por la dirección estatal de la economía, con gigantescas inversiones de emergencia en sanidad y servicios públicos.

Mientras tanto, los gobiernos occidentales han cedido al interés cortoplacista y ventajista de los capitalistas con el pretexto de salvar la economía, provocando la multiplicación de enfermos y fallecidos, así como una agravación de la crisis económica que los más ricos aprovechan para eliminar competidores y destruir millones de empleos insuficientemente rentables para ellos. La ineptitud del sistema capitalista y su correspondiente necesidad de difamar a China ante los trabajadores y de sabotear la economía de ésta son las verdaderas motivaciones de las acusaciones vertidas por Occidente contra el gigante asiático. Carecen por completo de veracidad, de base científica.

En cuanto a sus especulaciones sobre el origen de la pandemia, cuando no son un burdo montaje, rezuman de racismo y supremacismo euroyanqui por los cuatro costados. Sobre la posibilidad, prácticamente excluida por la comunidad científica, de que se tratara de virus escapado de un laboratorio de guerra bacteriológica, se debe responder que fue Occidente quien empezó con estas monstruosidades y quien se ha opuesto a ponerle fin. Sobre el consumo alimenticio de animales salvajes, recordemos que la caza no por necesidad, sino por deporte, sigue siendo una de las aficiones más refinadas de la alta burguesía occidental. Y, en cuanto a la presión del crecimiento demográfico y agroindustrial sobre el medio natural, hay que decir que es una obligación que impone la competencia mercantil a los productores individuales y a las economías nacionales para sobrevivir en un marco social hostil. Para reconducirla a una relación no antagónica de la sociedad con la naturaleza, hay que suprimir el sistema de dominación imperialista cuya base es la mercancía, es decir, el sojuzgamiento de los productores por sus propios productos. China, como cualquier otra economía socialista, tiene que sobrevivir y es precisamente así como mejor puede contribuir a la supervivencia de toda la humanidad amenaza por el ya caduco modo de producción capitalista.

– ¿Qué podéis decir de la guerra comercial que hubo entre China y EE.UU.? ¿Qué os inspira la nueva administración Biden?

Como ya se ha dicho, China intenta comerciar y cooperar con el resto de países sobre la base del respeto y el beneficio mutuos. Sin embargo, esto confronta necesariamente con los intereses del capital financiero dominante en EE.UU. y en otros muchos países, el cual se enriquece no sólo de la extracción de plusvalía a sus trabajadores respetando la ley del valor, sino también robando y saqueando por la fuerza a los pueblos. Con su guerra comercial contra China, Estados Unidos intenta revertir por medios de sanciones y aranceles el mayor dinamismo económico del gigante asiático. Es el preludio a la guerra sans phrase, es decir, militar. A ello conduce ineluctablemente la ley del desarrollo económico y político desigual y a saltos de los países en la etapa monopolista del capitalismo. El desarrollo del movimiento obrero en ellos es el modo más eficaz de aplazar este resultado y su victoria revolucionaria es el único modo de evitarlo.

La nueva administración Biden es consecuencia de la lucha democrática del pueblo estadounidense contra la política reaccionaria de su predecesor. Pero también y sobre todo es el resultado de un cambio en la correlación de fuerzas en el seno de la clase dominante yanqui, por la que se ha adelantado la fracción que apuesta por la colusión, en vez de la pugna, entre todos los países imperialistas contra los países socialistas y los países oprimidos. Por eso, la agresividad exterior de EE.UU. volverá a manifestarse bajo otras formas, en otros escenarios, con otros amigos y enemigos, etc. Parece probable que no se traduzca en cambios importantes en relación con China.

–  En redes sociales como Twitter a veces se lee que China es una potencia imperialista por su papel en África. ¿Qué opinión os merece esta afirmación?

Hemos leído análisis de lo más diverso al respecto. La verdad es que no nos encaja esta acusación con la política global del PCCh. Descartamos que China Popular sea imperialista. El imperialismo es la fase superior del capitalismo y, en China, éste no es el régimen dominante. Pueden darse casos de empresas privadas o mixtas chinas que, en su actividad en África o en otros continentes, tengan comportamientos explotadores parecidos a los de las multinacionales imperialistas. Pero, son más bien excepciones a la regla. Las opiniones de los africanos, incluidas las fuerzas progresistas, suelen inclinarse a valorar positivamente el respeto a la soberanía y el beneficio mutuo que preside las relaciones de sus países con el gobierno y las empresas chinas. Hablan de la construcción por éstos de muchas infraestructuras tanto tiempo esperadas de sus antiguas metrópolis coloniales, como carreteras, puentes, puertos, escuelas, hospitales, etc. No parece que exista en África un movimiento popular de protesta contra el «imperialismo chino», como el que sí existe en América Latina contra el imperialismo estadounidense.

– Para finalizar, ¿qué podéis decir de las acusaciones de Occidente contra China sobre un supuesto genocidio uigur en la provincia de Xinjiang? 

Por lo que sabemos, en los años precedentes, hubo un movimiento de radicalización islámica de una parte de la población uigur. Los uigures son una de las 56 etnias de China, particularmente presentes en la provincia de Xinjiang. Tradicionalmente, la religión mayoritaria entre ellos es la musulmana y se cuentan entre los pueblos de Asia Central con un modo de vida patriarcal. Las potencias coloniales y los enemigos de China en general siempre han tenido interés en aprovechar esta especificidad para promover el separatismo entre ellos. Es sabido que, desde la guerra de Afganistán, los Estados Unidos han fomentado el islamismo más reaccionario y violento para combatir a las fuerzas progresistas y mantener a los pueblos de tradición musulmana en el atraso económico. Nos consta que el gobierno chino se esfuerza por desarrollar todo el país, especialmente sus zonas menos prósperas y fronterizas. Al mismo tiempo, ha tenido que enfrentar la subversión armada de los separatistas fundamentalistas uigures que han asesinado a cientos de personas en atentados y que, en ocasiones, han provocado ciertas reacciones racistas por parte de la mayoría sectores de la mayoría han y de otras nacionalidades del país. En esta lucha, los combatientes detenidos han sido internados en centros de reeducación política y laboral hasta capacitarlos para una vida de provecho, tanto para sí como para su pueblo. Cuanto más progresa la economía y la pacificación en Xinjiang, más los imperialistas angloamericanos agitan el fantasma del supuesto genocidio uigur. En realidad, no se trata de la eliminación de este pueblo ni de su cultura, sino de la superación de la instrumentalización extranjera del atraso, del separatismo y del fanatismo religioso. Es una cuestión polémica que el Estado chino no reconozca el derecho de autodeterminación de las nacionalidades que lo integran, pero el interés de la clase obrera exige denunciar la instrumentalización del ejercicio de este derecho por parte de la burguesía imperialista. Como todos los demás derechos democráticos, éste se halla condicionado por la lucha de clases, por la lucha entre el capitalismo y el socialismo que preside la vida de las sociedades contemporáneas.

En cualquier caso, Unión Proletaria saluda la labor informativa que, sobre todas estas cuestiones, realiza la Asociación Soong Ching-ling de amistad con China y les anima a proseguirla, procurando que llegue al público más amplio posible en toda España. Por nuestra parte, colaboraremos en todo lo que podamos, pues consideramos nuestro sagrado deber la solidaridad obrera y democrática internacionalista.


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