José Haro Hernández •  Opinión •  23/12/2020

Exterminio

27 de Julio de 1936. Tetuán. Jay Allen, corresponsal del diario norteamericano Chicago Daily Tribune, entrevista a quien una semana antes había conducido al ejército de África a la traición contra la República Española: el general Franco. Éste, en el transcurso del encuentro, afirma: ‘salvaré a España del marxismo a cualquier precio’. El periodista pregunta si eso significa que está dispuesto a fusilar a media España. ‘He dicho a cualquier precio’, replica el golpista.  Quien fuera el cabecilla de la insurrección del 18 de Julio, general Mola, en una reunión con los alcaldes de la provincia de Navarra pocos días después del Alzamiento, dice que ‘hay que eliminar sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros’. El 10 de Noviembre de 1936, el diario Informaciones recoge unas declaraciones de Queipo de Llano a un periodista británico en las que amenaza con fusilar a la mitad de la población de Madrid cuando los rebeldes tomen la ciudad. Este mismo mando franquista, que llamaba a los legionarios a violar a las mujeres republicanas desde sus emisiones radiofónicas en Sevilla, aseguró el 31 de Julio de ese mismo año que ‘esta guerra tiene que terminar con el exterminio de los enemigos de España’. Exterminio. La palabra estratégica que estuvo detrás del golpe de Estado contra el ejecutivo del Frente popular. No se trataba, para los facciosos, de derrotar militarmente a las tropas y milicias fieles al gobierno legítimo. Había que provocar un genocidio entre la población simpatizante de la República.

Estas ideas, que arraigaron en las derechas españolas a lo largo del primer tercio del siglo XX, no fueron cercenadas de raíz por una victoria militar de sus oponentes, con la subsiguiente depuración cultural, ideológica y política, como sí ocurrió en la Europa de 1945. Allí, los partidarios de acabar con todos los judíos y bolcheviques, entre otros colectivos humanos, experimentaron el rigor de la Justicia. Aquí, en España, se asentaron durante décadas, no sólo en el Ejército, sino en el conjunto de las élites, e iban incluidos en el paquete de la Transición.

Eso explica que el general retirado Francisco Beca Casanova expresara en un chat que habría que fusilar a 26 millones de españoles, más de la mitad de la población. ¿Se acuerdan de quiénes hablaban y en qué términos de la mitad de los españoles o madrileños hace más de ochenta años? Inconcebible que un militar del mundo civilizado, no sólo de las democracias, se exprese en esos términos. Si así lo hiciera en cualquiera de los países de nuestro entorno, sin duda lo pagaría con dureza.

Con todo, lo más inquietante es la reacción de nuestras derechas patrias a estas palabras. La portavoz parlamentaria de Vox, Macarena Olona, cuando ya conocía que la autoría del chat coincidía con quien encabezaba un escrito al rey advirtiéndole contra los peligros que para la democracia española suponía el gobierno ‘socialcomunista’(es difícil mayor hipocresía), no tuvo escrúpulos en afirmar que ‘son nuestra gente’. Casado balbuceó una incoherencia cuando le preguntaron, en caliente, por el asunto. Y el alcalde de Madrid dijo literalmente que era más grave que los presupuestos del Estado estuvieran avalados por un partido legal como Bildu, que el hecho de que un grupo de mandos retirados, que tuvieron un gran peso en el Ejército, estuvieran llamando a una matanza en este país, previo aplastamiento de la democracia.

Todo esto tiene una causa evidente: existe un hilo conductor, histórico, ideológico y político, entre los Calvo Sotelo, Gil Robles o Primo de Rivera de los años 30, y los Ayuso, Casado o Abascal de ahora. Por supuesto, ello no significa que estos últimos estén por la labor de implantar una dictadura terrorista que asesine a millones de personas. Ni quieren ni pueden hacerlo en la Europa del siglo XXI. Pero el tono de oposición que emplean, calificando al gobierno de ilegítimo, criminal y partícipe de una operación para romper España, provoca tal nivel de excitación y odio entre sus seguidores de derecha, que estimula en éstos el deseo de eliminar políticamente, en el sentido más amplio de la expresión, todo aquello que huela a progresismo o izquierda.

Este comportamiento profundamente desestabilizador de las fuerzas reaccionarias, sin parangón entre las democracias europeas, obedece a dos causas muy precisas. Por un lado, está en cuestión el modelo productivo, sociolaboral y territorial que sucedió al franquismo y que hasta ahora ha garantizado el predominio absoluto de los intereses de los sectores más conservadores. Por otro, dos instituciones pilares de dicho modelo, la monarquía y el PP, se hunden en un pantano de corrupción y descrédito que amenaza con tragárselos, lo que provoca una reacción defensiva virulenta de los afectados y sus allegados.

En fin,  la historia sigue su curso aunque algunos pretendan ejecutar, en sentido real o figurado, a gran parte de la población para detenernos en un tiempo cuya extinción se precipita.

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