Paco Campos •  Opinión •  23/10/2016

Los valores conversacionales

No tiene connotación moral el término ‘valores’, sino meramente instrumental, pragmática o, simplemente, práctica. Lo digo porque no entiendo muy bien expresiones como ‘educar en valores’ o el ‘valor del arrepentimiento’, etc. Esto es, acepciones que parecen dotar de gran contenido significativo al argumento en cuestión, y no pasan de expresiones coyunturales, perfectamente remplazables por otras equivalentes o análogas como ‘tolerancia’ o ‘solidaridad’. En definitiva, se trata de empezar a reclamar hechos, consecuciones compartidas, y dejar a un lado no ya la representación individual del conocimiento a base de imágenes, sino también los giros lingüísticos que han sustituido los vínculos realistas del agente por otros de búsquedas de significado.

El valor de la comunicación radica en el poder de sustituir las órdenes –‘no tiene la palabra Sr. Iglesias’; ‘le llamo al orden Sr. Iglesias- por invitaciones a introducir sugerencias –‘diga Sr. Iglesias, hable cuanto quiera’. De esta forma todo cambia, hasta el punto de revelarse ante los interlocutores y ante la extensión de los auditorios una forma significativa que no depende ya de mi punto ni del otro enfrentado, sino de la aquiescencia de todo aquel que haya asistido al acto conversacional, hasta el punto que quedar satisfecho por la información recibida, compartida, desclasada y apta parta enlazar con otros puntos argumentales, posiblemente inverosímiles antes. Ya no es el mundo el motivo de la formación de argumentos, sino la comprensión de ese mismo mundo –pensemos en los Presupuestos Generales del Estado- de modo compartido, no ahormado a gusto de las conciencias o de los hechos brutos.

Importa, y mucho, cómo accedamos a la comunicación: si ya venimos maleados por lo rumiado en casa –caso Rajoy-, y no por una motivación inteligente –la de enseñar a la mosca a salir de la botella (metáfora wittgensteiniana)-, entonces volverá a repetirse todo lo contrario de lo que persiguen los indios hopi: vivir sin enemigos.


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