Antonio Santacruz Belmonte •  Opinión •  23/07/2020

La bruja Olvido

 Tengo una hija que recientemente se fue a vivir con tres estudiantes, para saborear la libertad de vivir su independencia de la familia. En estas la sorprendió la pandemia, y el encierro. Sus tres compañeros de piso decidieron pasar el confinamiento en sus pueblos de origen y mi hija se quedó sola…pero, por poco tiempo, mi hija es muy sociable (como veremos más adelante) y en seguida rellenó el hueco con dos amigos, a los que la calamidad pilló más o menos descolocados.

   A través de las redes sociales conocía a Olvido (nombre ficticio que creo que encaja muy bien con esta historia). Se comunicaba con ella, de vez en cuando, sabía que su salud mental no era buena, que tomaba medicación y tenía tratamiento psiquiátrico, y también que estaba conviviendo con su ex, con quien compartía confinamiento y que, según decía, la maltrataba física y psíquicamente.
 
   Finalmente, decidió ofrecerle una habitación en su casa hasta que encontrara otra alternativa. Así pues, Olvido, apareció un día en nuestras vidas, viajando en un taxi, que pagué yo, y cargando dos paquetes voluminosos, uno de ropa y otro de libros sobre brujería, porque ella se considera bruja. Y, además, a juego con su personaje, una gata negra.
 
   Mi pareja y yo nos inquietamos; sabemos los líos en que ese tipo de personas te pueden meter, pero también entendíamos la situación en que la chica se encontraba y lo humano del gesto de mi hija. Comenzamos a buscar una salida lo más positiva posible para ella. Su salud mental parecía bastante deteriorada, y los fogonazos que nos iban llegando sobre su, todavía, corta vida eran aterradores. Sufrió abusos sexuales en su infancia por parte de algún ser cercano a ella, su madre, separada de su padre, la había denunciado por agresión. Se había acostumbrado a ir por la vida saltando de liana en liana sin tiempo para valorar, por lo urgente, a que o quien se agarraba. Cobraba una pensión de algo más de 350 euros que no le duraba ni 10 días de cada mes.
 
   Comenzamos a buscar recursos; primero por el maltrato de su ex, pero ella no le había denunciado, no había parte de lesiones y, lo peor, los recursos disponibles para mujeres maltratadas con los problemas mentales que tenía brillaban por su ausencia. Hablamos con su madre, que nos dijo que con ella no podía convivir y con su padre tampoco, contactamos con su psiquiatra que nos comunicó que sabía lo mal que estaba porque seguía tratándola, que con su patología mental no se la podía incapacitar, y que, únicamente, era posible un ingreso hospitalario voluntario. Claro, Olvido no estaba por la labor. La conversación la tuvo con mi mujer que incidió en el problema que tenía su paciente y él le contestó que también tenía un problema nuestra hija.
 
   Nos dirigimos a su Centro de Servicios Sociales de referencia. Allí la conocían desde hacía mucho tiempo, pero al no acudir desde hacía mucho, su historia estaba cerrada. Le asignaron una nueva trabajadora social. Llamé por teléfono al Samur social que me atendió muy bien, pero para explicarme que no podían hacer nada porque no había recurso posible. Todo esto a través del móvil y de e-mails debido al confinamiento.
 
    Mi hija le había acogido en su casa para que sirviera de puente hasta que llegara una solución adecuada para Olvido, pero esta no llegaba…y se acababa el plazo. Cada vez el final del Estado de Alarma estaba más cercano y los compañeros de piso de mi hija regresarían. Por si algo faltaba, la convivencia con ella era más difícil cada día. Vivía en un mundo imaginario, (la verdad es que no me extraña que no le gustara el real), no colaboraba en ninguna tarea hogareña, tenía reacciones desorbitadas, no respondía a la solidaridad con solidaridad.
 
   Al cabo de unos días la trabajadora social nos informó de que la única posibilidad era llamar al Samur social, pero para eso tenía que estar en la calle, tenía que llamar ella al servicio (nada más lejos de sus intenciones) y lo que la podían ofrecer era una butaca (como en las urgencias hospitalarias) hasta que quedara libre una plaza en un albergue, (seguramente yo también hubiera rechazado la ayuda).
 
   El camino parecía cerrado y tenebroso…Y entonces la bruja Olvido movió sus lianas, contactó con un chico de una provincia lejana a Madrid (según ella amigo suyo) que la pagó el billete de tren y el transporte hasta la estación, y con despistes, apuros, desmayos, nervios e incertidumbre desapareció de nuestras vidas como había aparecido. Aún no sabemos cómo pudo llevar sus bolsas, sus libros y su gata desde donde la dejó el vehículo hasta el tren, con el ajustado margen de tiempo con el que salió de casa, pero llegó a su destino. Ella sabía, mejor que nosotros, como es el Estado de Bienestar para personas como ella, y que recursos se pueden utilizar como alternativa.
 
   Mi hija respiró, un mes de convivencia con ella había sido demoledor, y yo también, pero no dejo de pensar en la pobre Olvido, una víctima que victimiza como tantas. No tiene a nadie. Nadie se ocupa de ella, y eso es lo que me impulsa a escribir este artículo.
 
   Mi hija al fin ha aprendido la lección, la lección que nuestra sociedad repite hasta el infinito, «es peligroso ser solidario» «preocuparte por las mierdas de los demás te puede salpicar a ti». Porque, a la postre, el que ayuda también está solo. Nuestra sociedad educa en la insolidaridad y quien se comporta solidariamente se siente muchas veces como un bicho raro que, además es tonto.
 
  Nuestro mal llamado, Estado de Bienestar no es más que un montón de escombros, donde se parapetan muchos profesionales de las distintas profesiones relacionadas con los cuidados. Unos como francotiradores más o menos solitarios, intentando ayudar como pueden. Otros defendiendo sólo su pozo de tirador, parapetándose en las ruinas para justificar su falta de implicación y su inoperancia. Sé de lo que hablo porque yo mismo soy trabajador social.
 
   En una sociedad más justa y más humana, los poderes públicos se habrían acordado de Olvido. En una sociedad más justa y más humana se agradecería al ciudadano la colaboración en la detección y ayuda a las personas que lo necesitan y las administraciones sabrían que la responsabilidad es suya y los ciudadanos somos colaboradores deseables y de esta manera obrarían en consecuencia haciéndose cargo del problema. Resulta que el psiquiatra tenía razón, pero no profundizó lo suficiente. Olvido tenía un problema y mi hija también, pero también tiene un problema la sociedad que trata así a sus componentes.
 
   Claramente nuestra chica no puede hacerse cargo de sí misma, no tiene familia que se ocupe de ella, no tiene red social donde apoyarse, su miserable pensión se convierte en una ayuda que no aporta nada porque es incapaz de administrarse. Cualquier día puede atentar contra su vida (aunque, en verdad, lo hace todos los días) o puede cruzarse con cualquier persona más desalmada que las que ha conocido hasta ahora. ¿Qué será de ella? Es evidente que necesita un tratamiento supervisado, un tutor, alguien capaz de hacerse cargo de ella. Y eso debe ser responsabilidad de las administraciones.
 
   Mientras que eso no llegue, la pobre bruja Olvido seguirá agarrándose a cualquier liana cercana, sin pararse a comprobar si está bien anclada o no, con sus dos voluminosas bolsas llenas de ropa y libros, y con su gata negra.
 
   Después de este encierro, después de oír hablar tanto de reforzar lo público, lo común, de la importancia de los cuidados, de poner la vida en el centro, la historia de la bruja Olvido me hace comprender lo lejos que estamos, lo imprescindible que es lograrlo. Una sociedad que no cuida, que no sabe cuidar, es una sociedad enferma, fallida, decadente, infeliz y sin futuro, incapaz de garantizar que todo ser humano tenga, al menos, un lugar donde sentirse seguro. Algo más que una incómoda butaca.
 
* Trabajador social.

Opinión /