Alvaeno Alvaeno •  Opinión •  22/12/2016

Han puesto precio a nuestras cabezas

Podría escribir un artículo, e incluso un mamotreto de mil páginas, solo transcribiendo frases hechas, sí, pero por respeto a los que las dijeron o escribieron en su momento no lo llevaré a cabo. Así que escribiré intentando no caer en la tentación de copiar cosas como “somos lo que pensamos”, por decir algo, y yo me pregunto si realmente esto fuera verdad, ¿Qué es lo que son todas esas miles de personas que no piensan?

Pensar, lo que se dice pensar, como un acto intrínseco en nosotros, lo hacemos todos, pero ¿qué pensamos y en consecuencia a ello, qué somos, cuando han puesto precio a nuestras cabezas, y en la mayoría de los casos, lo pagamos sin tan siquiera plantearnos el derecho a decidir no pagar nada?

Nuestras cabezas tienen precio, somos eso que produce, ese engranaje que alimenta la maquinaria, esta maquinaria agresiva y monstruosa que a la vez que “construye”, nos destruye a todos. Hay un castillo en el aire, una torre de naipes, un cuento de la lechera, un refrán, una justificación en todo cuanto hacemos, una amenaza de lo efímero que somos como una torre de cerillas, es el miedo la mejor de las armas utilizadas para doblegarnos, para domesticarnos, y mantenernos sumisos y políticamente correctos en eso que han dado en llamar “zona de confort”, en la que no todos caben, y en la que todos quieren estar cómodos y calientes, bien alimentados, bien protegidos del “mal”, esa cosa que anda suelta fuera de nuestro radio de protección, esa cosa que la maquinaria alimenta entrenando para ello a seres que no dudan en pagar el precio que les piden por acceder a ese lugar llamado paraíso, o sociedad del bienestar, en la que sin armas se libra cada día, me repito demasiado sobre esto, una batalla, no perder el ritmo para no quedarse fuera del sistema que cobra muy alto precio para que alimentos nuestro miedo, pero, eso sí, protegidos por las paredes de una casa que no será nunca nuestra, y que pagamos a precio de oro, sí, protegidos de ese mal que nos retrasmiten por televisión, y que vemos desde el sofá como si viéramos una película de acción, con la única diferencia de que los muertos en las películas no son reales, ni las armas matan, como en esa real guerra que los medios han convertido en un “reality show”, para amenizar con muerte y tragedias nuestros opíparos almuerzos.

Han inoculado en nuestras mentes la idea de un mundo apocalíptico y de algún modo, el pensamiento colectivo, desea que ocurra una hecatombe, como si en ese deseo se escondiera la única oportunidad de rebelarnos contra todo lo que odiamos, contra todo lo que nos esclaviza, y oprime, contra esa maquinaria que a la vez que alimentamos, deseamos destruir, es como si de repente, nos hayan convencido de que la única posibilidad que existe de revolución, es la que el poder en la sombra programa y ejecuta, sin que se le pueda juzgar, ni condenar por ello.

Estamos inmersos en un sistema anarco capitalista, en el que los que dictan las normas son los que disfrutan de la anarquía, en todas sus variantes. Para entender esto, recomiendo la lectura del libro “El banquero anarquista”, de Fernando Pessoa.

¿Es posible ser a la vez rico y ladino banquero y un anarquista consumado que lucha por la liberación de la sociedad? Esta es la pregunta con la que se nos presenta este libro, y claro, al decir yo que vivimos en un mundo anarco capitalista, podemos entender que esa anarquía nos proporciona la liberación, y que el capitalismo nos proporciona el dinero y los bienes necesarios para vivir bien, y en cierto modo es así, lo que ocurre es que muy pocos hemos leído la letra pequeña del contrato entre la anarquía y el capitalismo.

Seamos críticos y ejerzamos nuestro libre albedrío, sin que la propaganda nos convenza de que hay que ser independientes, y autosuficientes, y anarquistas pero capitalistas, y poner un pobre a nuestra mesa en navidad, para acallar nuestra conciencia. La atomización de la sociedad y del colectivo puesta en marcha por el poder, ya está teniendo su efecto, y ya estamos viviendo las consecuencias, cada día hay más personas solas, que viven, que sobreviven luchando para no se expulsadas por la maquinaria, para no ser sustituidas por otra pieza más, por otra cabeza cuyo precio sea más bajo.

SALV-A-E.

Los que quieren vivir no te saludan.


Opinión /