Douglas Calvo Gaínza •  Opinión •  19/05/2017

¿Otra vez Manzanillo y el impune maltrato a los animales? La historia de la hiena torturada…

En 1996 visité por primera vez Manzanillo. Era un período difícil. Si hasta las personas sufríamos tantas estrecheces, ¿qué decir de los animales en los zoológicos?

Pues bien, en aquella visitación, presencié un espectáculo grotesco: bajo el crudo sol oriental, una jaula grande.

Vacía.

Al costado de ésta, un pequeño compartimiento diseñado para guardar temporalmente al animal, mientras se lavaba la armazón mayor. Se había convertido en la morada permanente del inquilino desdichado e indefenso: una hiena.

Ésta se asaba viva bajo los rayos candentes del mediodía, sin poder revolverse, pararse, refugiarse… En una palabra, incapaz de moverse. Era una víctima muda y sufriente de la crueldad más extrema. Nada importaba que la estructura destinada a su morada fuera más grande: la mantenían ahí en esa mazmorra de Torquemada, a toda costa, friéndose en inútil parálisis, triste muerta en vida.

Pobrecilla: salió de un África salvaje para caer en una Cuba aún más selvática y brutal.

Me horroricé. Busqué al guardador, y le requerí de poner al animal en el espacio habitable normal, sacándolo de su inquisitorial celda de tortura. Se burló de mí, demasiado ocupado en sus dos amiguitas de minifalda y el trago de ron que portaba en la mano. Dijo que él no andaba en lo de la hiena, pues tenía peste. Que si yo quería lo hiciera por mí mismo…

Acudí a las autoridades, escribí al partido, al periódico Granma… No hubo ni respuestas, ni publicación, ni interés. Quizás, burlas… Y me enteré de algo insólito por personas manzanilleras: durante años, aquellas – y algunas desde que tenían uso de razón -, habían visto a la hiena en el pequeñísimo compartimento, paralizada bajo el sol…

¿Tendría movilidad aún ese esqueleto acostumbrado a la inercia forzosa? Supongo que ya ese animalito se habría olvidado de cómo caminar.

Como quiera, a nadie en esa ciudad le importaba. Nadie se conmovía. Nadie reaccionaba.

Ese hecho me llevó a integrar ANIPLANT, la Asociación Protectora de Animales y Plantas. Ahí colaboré hasta que la vida me llevó por otros derroteros. Pero nunca he olvidado dos cosas: a la hiena de Manzanillo y a los manzanilleros indiferentes a su tortura.

Y siempre me remuerde la conciencia el no haber podido hacer más por ella. Aunque no fue mi sola culpa: la sociedad que me rodea no está preparada para semejantes tipos de ternura, puramente humanitaria.

Ahora hay mucha gente por INTERNET hablando del perrito quemado. No pienso que sólo en la Isla caribeña se den esos casos (pueden buscarse casos de personas achicharradas en las calles o aldeas de otras naciones, donde esos prójimos incinerados despiertan más morbo que lástima, y mucha menos solidaridad que el cachorrito de Manzanillo…). Pero de todos modos, cualquier ser humano con un poco de vergüenza dará su apoyo a esa crítica justa.

En Cuba la población está instruida, pero es inculta. ¿Por qué? Pues a buscar causas y causantes. Cúlpese a las tradiciones rústicas de la colonia analfabeta, o al indiferente neo-coloniaje… Vociférese contra el socialismo real… No se resuelve nada.

Se precisa actuar, con leyes y con la promoción de la simple sensibilidad humana, carente de filosofías o doctrinas. Ésa que se aprecia al oler una flor, o sentarse ante el mar. La Historia de Cuba, tan accidentada, nos alejó de eso. Y ahora pagamos las consecuencias cuando entre nosotros hay quien quema en público a los cachorritos y no hay forma de castigarlo.

Esos vacíos legales son dramáticos. Tengo entendido que desde 1971 no existe protección legal para los… ¡cadáveres!, cuando se suprimió el delito de “profanación de sepulcros”. Es una barbaridad desproteger así los restos mortales de la gente, en un mundo donde las creencias varían desde el Vudú haitiano hasta el Budismo del Tíbet, y “de todo hay en la viña del Señor”.

Si en Cuba la gente que entierra a un familiar teme por la seguridad de sus huesos, ¿qué pedir del amor a los animales?

No, no creo que los habitantes de Manzanillo, allá donde los canes navegan con tan poca suerte, sean peores personas que los demás cubanos. Más bien, son parte de la incultura bárbara, vandálica, delincuencial, que se ha apoderado del pueblo de este país.

En Cuba, es normal ver a decenas de visitantes a un Zoológico llevando a un chimpancé al paroxismo con burlas y arrojándole objetos, pero nadie dice nada; ver a la muchachada apedreando un gato es cosa habitual; es moneda de libre cambio el contemplar la decapitación de un ternerito en las aceras de algunos barrios – lo he visto -, y a nadie puede reclamársele… Etcétera, etcétera.

Hace falta aquí una verdadera “revolución cultural”, enseñando el valor de la vida, la compasión, el respeto cívico, la fraternidad universal… esa dulcísima y candorosa reverberación del alma martiana que predicaba La batalla está en los talleres; la gloria en la paz; el templo en toda la tierra; el poema en la naturaleza.

Eso es más que “luchar por la democracia en Cuba” o “luchar por proteger las conquistas”. Es una guerra contra lo peor del alma nacional, una cruzada que sobrepasa con creces lo político-ideológico, para recaer sobre lo humanista-humanitario.

Concluyendo con lo del perrito quemado: me pregunto cómo hay quienes sueñan con fabricar aquí cualquier tipo de sistema socioeconómico más o menos avanzado (llámese “democracia”, o “socialismo del siglo XXI”, o lo que sea) con una población tan endurecida ante el sufrimiento de inocentes seres vivos.

¿Creerás en la “Libertad, igualdad, fraternidad” y no te inmutarás ante un gatico al que le sacan los ojos? ¿Proclamarás la fraternidad universal de los proletarios y permanecerás insensible ante un perro que es ahorcado en tu presencia?

Mentira.

De ti no saldrá ni un Vaclav Hável ni un Julius Fúcik, sino un SS-Heydrich cualquiera. Tu ideología no es ni de izquierdas ni de derechas: tú sigues a Jack el Destripador.

Espero equivocarme, pero me da la impresión de que el único régimen que puede fabricarse con semejante material humano, tan despiadado como el que está pululando en nuestros lares, es una horda de caníbales.


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