Abel Ros •  Opinión •  18/10/2016

Dylan, folclore y otras sinrazones

Azorín tiene la culpa de que el periodismo haya perdido su belleza literaria. ¿Dónde están los lienzos de Camba, los artículos de Larra y las columnas de Gabriel? Dónde están las metáforas, las hipérboles y toda la amalgama de ladrillos necesarios para construir sueños de papel. El periodismo que se hacía en los tiempos de Unamuno yace en el panteón solitario del cementerio de las letras. Hoy, el columnista ha perdido el sello del artista. Tanto es así – en palabras del nostálgico – que las lecciones de José Augusto han derribado el puente que existía entre periodismo y literatura. Las firmas de los periódicos se han convertido en una retahíla de parlanchines afines a la línea editorial de sus patronos.

La literatura se ha convertido en un cajón de sastre, donde todo tiene cabida en el desorden de las agujas. ¿Qué es literatura?, se preguntaba el artífice del Buscón en las tertulias deGijón. Literatura es «el arte de la expresión verbal». Un arte que necesita de la técnica y de la creatividad del autor. Sin el manco de Lepanto no existiría El Quijote; como tampoco existiría la Celestina sin la pluma de Rojas; ni «la vida es sueño» sin el ingenio de la Barca. Azorín tiene la culpa de que la literatura – el arte de la palabra – rompiera su romance con la objetividad del periodismo. Un periodismo aburrido, de titulares repetidos y de columnistas verticales; alejados del pensamiento lateral de los años de Unamuno.

La literatura muere por la indefinición de su concepto. ¿Qué se entiende por el arte de la expresión verbal? Mientras Galdós fue un artista por sus esculturas realistas; Góngora lo fue por la rima de sus letras. Rosalía soñó con paisajes imaginarios y Gasset triunfó por la grandeza de sus ensayos. Todos fueron artistas porque sin ellos sus obras no hubiesen existido. Pero, ¿eran literatos o simplemente «juntaletras» de los tiempos del ahora? Es tan difícil contestar a lo que usted me pregunta, que responderle sería una ofensa para el más fino de los oídos. En los desiertos del arte todo tiene valía. Todo tiene valía siempre y cuando detrás del pergamino se halle la singularidad de unas manos únicas e irrepetibles. Con estos mimbres, a Bob Dylan no se le podría considerar un talento dentro del mundo de las letras.

Bob Dylan – como les decía arriba – no cuenta, desde el juicio de la crítica, del mérito suficiente para ser galardonado con el Nobel de las letras. No cuenta con los haberes necesarios; porque su fama y sus canciones; no son condiciones necesarias para que él sea inmortalizado por la historia y Borges muera en el olvido. Dylan es un grande de la música pero, sin embargo, no cuenta con la destreza literaria de los grandes novelistas. No cuenta con la riqueza literaria de Saramago; ni siquiera con la verborrea Mario Vargas Llosa. Bob Dylan ostenta el premio Nobel de literatura por «haber creado una expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción», en palabras del jurado. También crearon una «expresión poética»: Manolo Escobar, los Chunguitos, la Pantoja y un sinfín de cantantes del folclore, y no por ello son considerados «Premios Nobel» de las letras.

Fuente: http://elrincondelacritica.com/2016/10/16/dylan-folclore-y-otras-sinrazones/


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