Lois Pérez Leira •  Opinión •  17/12/2018

Historias del “Che”: Venezuela siempre fue un destino deseado para Ernesto Guevara

Historias del “Che”: Venezuela siempre fue un destino deseado para Ernesto Guevara

Ernesto Guevara durante su juventud tuvo distintas propuestas para viajar a Venezuela. La primera visita la realizó en 1951 tras recorrer la costa Venezolana y algunas islas del Caribe, cuando ejercía como enfermero de la Marina Mercante, en los barcos petroleros de YPF. En esas circunstancias en varias oportunidades, los barcos que tripulo, realizaron cargas de petróleo, en  el puerto de Caripito, a orillas del río Sanjuán. Los dos viajes realizados por América Latina, tanto con Alberto Granado, como con Carlos “Calica” Ferrer,  la meta final del viaje era este país.  Guevara visitó Venezuela junto a Alberto Granado, durante 12 días en 1952.

De Colombia a Venezuela.

Ernesto Guevara y Alberto Granado, tras recorrer una parte de Colombia, llegan a la frontera con Venezuela, el 14 de julio de 1952. Tras los rutinarios controles aduaneros y policiales pudieron cruzar el Puente Internacional, que atraviesa el Río Táchira. Tanto Ernesto como Granado estaban preocupados de que les descubrieran en la frontera,  el revolver escondido  que llevaba Ernesto.

En su libro de viaje comenta Ernesto: Después de las habituales preguntas innecesarias, del manoseo y estrujamiento del pasaporte y de las miradas inquisitorias hechas con la suspicacia estándar de la policía, el oficial nos puso un sello inmenso con la fecha de salida, 14 de julio, e iniciamos el paso a pie del puente que une y separa las dos naciones. Un soldado venezolano, con la misma displicente insolencia que sus colegas colombianos -rasgo, al parecer, común a toda la estirpe militar-, nos revisó el equipaje y creyó oportuno someternos a un interrogatorio por su cuenta, como para demostrar que estábamos hablando con una “autoridad”. En el puesto de San Antonio de Táchira nos detuvieron un buen rato, pero solo para cumplir un trámite administrativo y seguimos viaje en la camioneta que nos llevaría a la ciudad de San Cristóbal. En la mitad del recorrido está el puesto de aduanas que nos sometió a una prolija revisión de todo el equipaje y nuestras personas. El famoso cuchillo que tantos líos provocara volvió a ser el leit motiv de una larga discusión que nosotros condujimos con maestría de experimentados en las lides con personas de tan alto nivel cultural como es un cabo de policía. El revólver se salvo porque iba dentro del bolsillo de mi saco de cuero, en un bulto cuya roña impresionó a los aduaneros. El cuchillo fatigosamente recuperado, era motivo de nuevas preocupaciones porque esas aduanas se repetían a lo largo del camino hacia Caracas y no teníamos la seguridad de encontrar siempre cerebros permeables a las razones elementales que dábamos. El camino que une los dos pueblos fronterizos está perfectamente pavimentado, sobre todo en la parte venezolana, y recuerda mucho a la zona de las sierras de Córdoba. En general, pareciera que en este país hay mayor prosperidad que en Colombia.”

Tanto Ernesto como Alberto llegaron a Venezuela con mucho cansancio y sin dinero. Ya había pasado bastante tiempo desde que partieron de su país y sus cuerpos notaban los esfuerzos realizados. No veían la hora de llegar a Caracas, que era el último destino.

“Al llegar a San Cristóbal se entabló una lucha entre los dueños de la compañía de transporte y nosotros que queríamos viajar en la forma más económica posible. Por primera vez en el viaje triunfó la tesis de ellos sobre las ventajas de viajar en dos días en camioneta, en vez de hacerlo en tres, en ómnibus; nosotros, apurados por la necesidad de resolver sobre nuestro futuro y de tratar convenientemente mi asma, resolvimos aflojar los 20 bolívares de más, sacrificándolos en aras de Caracas. Hicimos tiempo hasta la noche visitando los alrededores y leyendo algo sobre el país en la biblioteca bastante buena que hay allí.” Escribe Guevara.

Rumbo a Caracas

Desde la frontera se trasladaron por la región del Páramo en los Andes venezolanos. Subieron hasta el pico del Águila, a 4810 metros sobre el nivel del mar. Allí pasaron un gran frío y hambre. Ernesto al llegar a ese punto majestuoso de la naturaleza recogió ese momento con su cámara, sacando varias fotos al monumento al Cóndor y a Simón Bolívar.

“A las once de la noche salimos al norte, dejando tras nuestro, todo rastro de asfalto. En un asiento donde tres personas estarían apretadas nos colocaron a cuatro de modo que no había ni que soñar en dormir; además una pinchadura nos hizo perder una hora y el asma seguía molestándome. Paulatinamente subimos hacia la cumbre y la vegetación se hacía más rara pero en los valles se veían los mismos tipos de cultivo que viéramos en Colombia. Los caminos en mal estado de conservación producían pinchaduras a granel; varias se nos produjeron en el segundo día de viaje.” Anota Guevara en su cuaderno. Luego se trasladaron hasta Barquisimeto llegando el día 16, donde les sorprendió el cambio de clima. Allí hacía un calor tropical muy acentuado.  

“El viaje duró casi veinticuatro horas porque, además, se ponchó como catorce veces en Barquisimeto estuvimos, brevemente y sin dinero. Recuerdo que vimos cómo algunos tomaban cerveza, mientras nosotros calmábamos la sed sólo con agua.” Cuenta Granado.

No demoraron mucho en partir hacia Valencia, donde al salir recorrieron el gran lago. La camioneta fue recorriendo la carretera que transcurre por el Estado de Aragua, hasta llegar a Maracay. El calor era agobiante. Sus ropas estaban deterioradas y sus cuerpos empapados por el sudor.

Guevara y Granado en Caracas.

“Pensábamos llegar a la noche a Caracas ­-recuerda Guevara-  pero nuevamente las pinchaduras nos retrasaron, además fallaba el inducido de modo que la batería no cargaba y hubo que parar a arreglar. Ya el clima se había trocado en uno tropical con mosquitos agresivos y bananas por todos lados. El último tramo que yo hice entre sueños, con un buen ataque de asma, está perfectamente asfaltado y parece ser bastante bonito (era de noche en ese momento). Clareaba cuando llegamos al punto terminal de nuestro viaje.”  Por momentos Guevara mostraba un rostro de melancolía. Su amigo Granado recordaba: “Yo miraba a Ernesto con rostro triste  y me preguntaba que le estaría pasando. La ruptura por carta con su novia “Chichina Ferreyra”, noticia que recibió cuando estábamos en Bariloche  le cambio el carácter.”  Desde Aragua donde hicieron una parada y aprovecharon a tomar mate, la camioneta fue directamente hacia Caracas, entrando por la Plaza EspañaA llegar el 17 de julio, su salud le jugó una mala pasada,  tuvo un ataque de asma. Rápidamente se alojaron en una pensión barata del  barrio de Caño Amarillo, un  lugar por aquellos años de bares y lugares de prostitución, muy cerca del Palacio Miraflores. En aquel tiempo gobernada un títere de los militares, Germán Suárez Flamerich.  Venezuela vivía un clima de represión muy fuerte, contra la izquierda y los opositores al gobierno.

El barrio era ruidoso y por las noches muy peligroso. Allí estaba la estación terminal del tren. Hacía varias décadas atrás, había llegado triunfal a Caño Amarillo, otro argentino universal, Carlos Gardel.

Se escuchaba música hasta altas horas de la noche y las peleas a navajazos, estaban a la orden del día.  Nos cuenta Ernesto cuando llega enfermo a la pensión. “Ya estaba derrotado me tiré en una cama que alquilamos por 0,50 bolívar y dormí como tigre ayudado por una buena inyección de adrenalina que me colocó Alberto.” Luego continua “Ya ha pasado lo peor del ataque asmático y me siento casi bien, no obstante, de vez en cuando recurro a la nueva adquisición, el insuflador francés.”.

En Caracas se contactan con la argentina Margarita Calvento que era tía de su amigo Adalberto Bengolea, quien les ofrece todo su apoyo. Margarita se convierte en la guía de los dos jóvenes aventureros. Es la propia compatriota quien le consigue una nueva pensión, ya que la actual, según ella era de sumo peligro.

Recuerda Granado: “Margarita nos ofreció una muy buena comida. Cuando le dijimos donde estábamos hospedados. Nos miró con cara de susto. Ella nos gestionó una pensión de la Juventud Católica. La misma estaba situada en las calles Mijares y Mercedes. Donde estaba ubicada la Parroquia de Alta Gracia muy cerca del Colegio Santa María.”  Era una zona por ese tiempo que comenzaba a ser comercial. Durante los días que estuvieron en el colegio, les cambió la situación de vida miserable: Pudieron alimentarse bien y reponerse del largo  y agotador viaje.

“Sí, realmente no hay mucho de qué quejarse; atención esmerada, buena comida, abundante también, y la esperanza de volver pronto para reiniciar los estudios y obtener de una buena vez el título habilitante, y sin embargo, la idea de separarme en forma definitiva no me hace del todo feliz; es que son muchos meses que en las buenas y malas hemos marchado juntos y la costumbre de soñar cosas parecidas en situaciones similares nos ha unido aún más”, continúa relatando Ernesto.

La pensión de estudiantes quedaba muy cerca del centro histórico, a pocas cuadras de la Plaza Bolívar, la catedral y la propia casa del libertador. Una de las diversiones de los dos amigos era pasear por la zona histórica.   

En sus memorias Guevara relata su impresión de la ciudad: “Caracas se extiende a lo largo de un angosto valle que la ciñe y la oprime en sentido transversal, de modo que, a poco andar se inicia la trepada de los cerros que la circundan y la progresista ciudad queda tendida a nuestros pies, mientras se inicia un nuevo aspecto de su faz multifacética. Los negros, los mismos magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño, han visto invadido sus reales por un nuevo ejemplar de esclavo: el portugués. Y las dos viejas razas han iniciado una dura vida en común poblada de rencillas y pequeñeces de toda índole. El desprecio y la pobreza los une en la lucha cotidiana, pero el diferente modo de encarar la vida los separa completamente; el negro indolente y soñador, se gasta sus pesitos en cualquier frivolidad o en “pegar unos palos”, el europeo tiene una tradición de trabajo y de ahorro que lo persigue hasta este rincón de América y lo impulsa a progresar, aún independientemente de sus propias aspiraciones individuales.”

Mientras Granado realiza algunas gestiones para su trabajo, Ernesto recorre toda la ciudad portando su cámara fotográfica, inclusive penetra en los barrios pobres periféricos para conocer la realidad social de este país. “Ya las casas de concreto han desaparecido totalmente y sólo los ranchos de adobe reinan en la altura. Me asomo a uno de ellos: es una pieza separada a medias por un tabique donde está el fogón y una mesa, unos montones de paja en el suelo parecen constituir las camas; varios gatos esqueléticos y un perro sarnoso juegan con tres negritos completamente desnudos. Del fogón sale un humo acre que llena todo el ambiente. La negra madre, de pelo ensortijado y tetas lacias, hace la comida ayudada por una negrita quinceañera que está vestida. Entramos en conversación en la puerta del rancho y al rato les pido que posen para una foto pero se niegan terminantemente a menos que se la entregue en el acto; en vano les explico que hay que revelarlas antes, o se las entrego allí o no hay caso. Al fin les prometo dárselas enseguida pero ya han entrado en sospechas y no quieren saber nada. Uno de los negritos se escabulle y se va a jugar con los amigos mientras yo sigo discutiendo con la familia, al final me pongo de guardia en la puerta con la máquina cargada y amenazo a todos los que asoman la cabeza, así jugamos un rato hasta que veo el negrito huido que se acerca despreocupadamente montando una bicicleta nueva; apunto y disparo al bulto pero el efecto es feroz: para eludir la foto el negrito se inclina y se viene al suelo, soltando el moco al instante; inmediatamente todos pierden el miedo a la cámara y salen atropelladamente a insultarme. Me alejo con cierto desasosiego, ya que son grandes tiradores de piedras, perseguido por los insultos del grupo, entre los que se destaca, como expresión máxima de desprecio, éste: Portugueses.”

Durante el poco tiempo que estuvo Ernesto en este país, intento observar las características de esta ciudad y su pueblo. “A los lados del camino se ven colocados cajones de transporte de automóviles que los portugueses usan como viviendas, uno de ellos habitado por negros, se alcanza a ver un reluciente frigidaire y en muchos se escucha la música de las radios que los dueños ponen con la máxima intensidad posible. Automóviles relucientes descansan en las puertas de viviendas completamente miserables. Los aviones de todo tipo pasan sembrando el aire de ruidos y reflejos plateados, y allí a mis pies, Caracas, la ciudad de la eterna primavera, ve amenazada su centro por los reflejos rojos de los techos de tejas que convergen hacia ese punto mezclado con los techos planos de las construcciones de estilo moderno, pero hay algo que permitirá vivir al anaranjado de sus edificios coloniales, aún después de haber desaparecido del mapa: su espíritu impermeable al mecanismo del norte y reciamente fincado en su retrógrada condición semipastoril del tiempo de la colonia.” Continúa Guevara su relato.

En la pensión conocen a Gonzalo García Bustillos, un joven estudiante de abogacía, que pertenecía al COPEI. Tanto Ernesto como Granado hicieron una buena amistad. Luego  Gonzalo García Bustillos se convertiría en un destacado político de este país.

Visita el leprosorio.

Tras algunas gestiones y con la carta de recomendación del doctor peruano Hugo Pesce, Granado consigue contactar con las autoridades vinculadas con la atención a la lepra. El leprosorio más cercano a Caracas  quedaba en Cabo Blanco, La Guaira, cerca del aeropuerto de Maiquetía. El 21 de julio los dos amigos  fueron hasta este establecimiento sanitario.  Granado recuerda: “Fuimos por una carretera que tenía 365 curvas. Recuerdo que el conductor de la camioneta del leprosorio, que nos llevó a Cabo Blanco, nos contó que esa carretera la habían construido presos políticos en tiempos del dictador Juan Vicente Gómez, y que había hecho siguiendo las huellas de una mula. La cantidad de curvas le daban credibilidad a esa historia. El hospital era una verdadera casa de brujas. Feo, sin pintar, desvencijado, pero estaba pegado a una playa de arenas blanquísimas, preciosa, donde nos bañamos después de entrevistarnos con el doctor Convit y con la doctora Norma Blumenfeld, que era la jefa del laboratorio.” Después de una larga conversación con Granado el doctor Convit le ofreció un contrato de 500 bolívares y alojamiento. Para Alberto fue una gran alegría. Para Ernesto la tranquilidad de poder regresar a su país, con su amigo con un trabajo que deseaba.

Guevara regresa a la Argentina vía Miami.

Alberto Granado nos cuenta la decisión de retornar a la Argentina por parte de Ernesto: “Al principio lo nuestro era andar, andar y andar. Pero yo tenía el compromiso con la mamá del Che, Celia, de mandarle al hijo de vuelta para que se graduara de médico, porque estaba al terminar la carrera. Habíamos planificado que si en Caracas yo conseguía algún trabajo, él iba a volver a la Argentina para graduarse de médico. La idea era que si estaba en Caracas un vendedor de caballos, amigo de un tío de Ernesto, él se regresaría con este hombre y sus caballos a Buenos Aires. De no ser así, entonces iríamos juntos a México.”

El padre de Ernesto conociendo la situación económica de su hijo realiza distintas gestiones para que pudiera regresar, el mismo nos cuenta: “Yo le enviaba dinero para pagar sus deudas en Caracas y mi hermano Marcelo le mandaba  un pasaje para que viajara en un avión que transportaba caballos de carreras, desde Buenos Aires a Miami, avión que debía hacer escala en Caracas.”

Ernesto ante la falta de recursos y la presión familiar para que terminara la carrera de medicina, acepta la oferta de regresar en avión. Para poder  trasladarse a Miami, necesitaba sacar un visado especial para entrar en los EEUU, que no era tarea fácil. Para esta gestión Margarita recurre a Leguizamón  que era periodista de la Agencia UPI. A pesar de que era un hombre de derecha, al conocer la odisea de los dos amigos, simpatiza con Ernesto, prometiéndole que lo acompañaría personalmente a la Embajada, ya que tenía contactos directos en ella. Así fue que logro el difícil visado. Como le prometió el tío de Guevara, logra un pasaje en el próximo avión, que traslada caballos de carreras de Buenos Aires a Miami, cuando éste aterrizara en la capital venezolana, para abastecerse de combustible. El itinerario del viaje  era Buenos Aires-Caracas, Caracas-Miami, donde el encargado del viaje vendería caballos argentinos de carrera y compraría los equinos americanos, para revenderlos en Maracaibo.

Es casualmente un 26 de julio que Ernesto sube al Douglas, con su carga equina, y vuela a Miami. Sin embargo, al aterrizar en esta ciudad, el piloto descubre una falla en un motor.  Esto obliga hacer la reparación necesaria, antes de emprender la vuelta. La demora que parecía que debía de ser de poco tiempo, duró todo el mes.

Con el triunfo de la revolución Fidel Castro programa su primera visita oficial al exterior y decide que debía ser a Venezuela. Así fue como el 23 de enero de 1959 a pocos días de haber triunfado la revolución llego a Caracas. Estaba previsto que el Comandante Ernesto “Che” Guevara fuera parte de la delegación, pero cuestiones de último momento  le obligo a suspender el viaje. Le quedo la sensación amarga de no poder abrasarse con su amigo Alberto Granado.

(Continuará)

Lois Pérez Leira

loisperezleira@hotmail.com

Bibliografía consultada.

Camarasa, Jorge. Alfil. Diario para leer

Guevara Linch, Ernesto. Mi Hijo el Che. Editorial Arte y Literatura. 1988

Fernández Sofía, Rosa María. El Che confía en Mí Entrevista a Alberto Granado. Casa Editorial Abril. La Habana 2010.

Testimonios:

Carlos “Calica” Ferrer.

Alberto Granado

Testimonio Alberto Granado en La Habana.

Testimonio Carlos Calica Ferrer

Ernesto “Che” Guevara: Notas de viaje, Fondo Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, 1993. pp-110-114.


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