José Haro Hernández •  Opinión •  14/04/2020

Mayo de 1945

Mayo de 1945. Los pueblos de Europa, sobre todo sus clases trabajadoras, acaban de pagar un tributo en sangre, destrucción y miseria sin parangón en su historia. Han vencido(excepto en España), tras una larguísima lucha de 6 años, a un terrible patógeno que ha devastado todos los países y diezmadas sus poblaciones: el virus del fascismo. El precio de la batalla ha sido terrible: 40 millones de muertos y ciudades, pueblos, campos y fábricas arrasados. La gente se volvió hacia sus gobiernos y les conminó a que ese inmenso sacrificio había de ser compensado: el Estado debía, en lo sucesivo, proteger a las personas, ya que el capitalismo no sólo se había mostrado incapaz de hacerlo, sino que había engendrado el monstruo causante de la pandemia. La desigualdad extrema que sucedió a la Primera Guerra Mundial no se podía volver a repetir, puesto que estaba en el origen de la catástrofe política que abrió los campos de batalla. Se levantó el Estado del Bienestar, con un poderoso sector estatal en la economía que corregía las desigualdades y garantizaba una vida digna a las familias trabajadoras. Así fue hasta 1980, cuando los ultraliberales y reaccionarios volvieron al poder y acometieron la tarea de reducir lo público a la mínima expresión, relegando el trabajo a la condición de mera mercancía.

Ahora nos encontramos sufriendo un shock terrible, infinitamente menos traumático que el vivido en los años 30 y 40 del siglo pasado. Pero comparte con éste el hecho de que después ya nada puede volver a ser como antes. El paradigma socioeconómico ha dado un vuelco. Hasta el punto de que estamos escuchando a gobiernos conservadores hablar de nacionalización de empresas e incremento espectacular del gasto social.

En nuestro país se da un amplio consenso en el sentido de que los recursos destinados a sanidad, dependencia(residencias de mayores), ciencia e investigación han de crecer casi exponencialmente. La debilidad en estos campos, producto de los recortes y privatizaciones que la derecha ha llevado a cabo durante décadas, nos ha colocado en una situación de vulnerabilidad a la hora de enfrentar con eficacia el Covid 19. Igualmente, la idea de implementar una renta básica parece en vías de sortear todos los escollos que hasta hace muy poco se erigían en su contra. Esto significa que habrá que redimensionar el Estado y establecer de dónde van a salir los ingresos que permitan el sostenimiento de tan ingente volumen de inversión pública. Y es aquí donde la derecha se estrella contra su propia incoherencia, pues sólo contempla como vía para dar viabilidad a las empresas la bajada de impuestos a éstas y, en general, una reducción fiscal de la que saldrían beneficiadas las rentas más altas. Alguien debiera explicar cómo armonizamos la extrema generosidad que se pide al Estado(Vox incluso contempla que éste pague todas las rentas de los trabajadores) con una sustancial pérdida de ingresos de las Administraciones encargadas de impregnar de liquidez a la sociedad. No es posible, en definitiva, llevar el gasto público al 50% del PIB(ahora está en el 40%) con una recaudación que apenas llega al 39%. Hemos de recaudar 120.000 millones más para tener una renta básica digna, una sanidad pública dotada de recursos humanos y materiales suficientes, una dependencia que garantice una vida digna a nuestros mayores y dependientes, y un nivel de inversión en ciencia e investigación coherente con la cuarta economía del euro.

Así pues, lo que este país requiere es un Plan Marshall que reindustrialice Europa y que soporte robustos Estados del Bienestar. Nada que ver con lo que fue el Pacto de la Moncloa en el 77, en realidad un plan de ajuste en el contexto de la consolidación del sistema democrático que sucedía a la dictadura. Pedir un Pacto de la Moncloa y, simultáneamente, un Plan Marshall, supone una contradicción. España y Europa no necesitan recortes, sino más gasto, más y mejor trabajo y más impuestos a los ricos. Como en 1945.

joseharohernandez@gmail.com


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