Guadi Calvo •  Opinión •  12/06/2017

Atentados: Instrucciones para jugar a la ruleta rusa

La seguidilla de atentados que asolan el mundo será por mucho tiempo un padecimiento crónico que nadie ni nada podrá detener. Estos ataques no tienen organicidad, ni lógica, por lo que es imposible preverlos; tras el último ataque en Londres, se conoció que la inteligencia británica tenía detectado en su territorio unos 23 mil potenciales terroristas. Según expertos, para vigilar a cada uno de ellos 24 horas al día, se necesitarían entre 14 y 20 agentes. La multiplicación aporta una cifra que supera en mucho los casi 210 mil efectivos con que suman sus fuerzas armadas.

Esta clase de terrorismo que no tiene ni organicidad, ni lógica, si tiene razones, y explicaciones. Quizás debamos profundizar en el post colonialismo, que ha conformado geografías contra natura.

El tratado Sykes-Picot de 1916, entre Reino Unido y Francia diseñó un mapa de Medio Oriente a imagen y semejanzas de sus propios intereses estratégicos y económicos, sin considerar las enormes diferencias entre la multiplicidad de tribus, etnias y variantes religiosas de la región.

 Sunníes, chiíes, hazazaras, alawitas,  yazidíes, kurdos,  wahabitas, sufíes, shabaks o alevies, fueron condenados a agruparse en disimiles espacios con la obligación de construir naciones con conceptos absolutamente occidentales, profundizando así antiguas rivalidades, que confluyeron en más guerras.

Podemos decir prácticamente lo mismo respecto a África, para 1800 se estima que existían más de 10 mil naciones, agrupadas por etnias o intereses puntuales, todas con sus Dioses, lenguas, tradiciones y en diferentes procesos de evolución. Poco más de un siglo después, en torno a 1960,  las ex potencias imperiales coincidieron que podían seguir explotando sus recursos naturales por medio de empresas privadas en vez de seguir sosteniendo el costoso andamiaje colonial, abandonaron el territorio que habían particionado en la Conferencia de Berlín (1884-1885) y dejaron solo una cincuentena de naciones.

Con la misma torpeza, ignorancia o desinterés que en Medio Oriente, aglutinaron a cientos de tribus y etnias rivales en límites artificiales y exóticos. Entre fronteras que solo figuraban en los mapas europeos, millones de personas fueron abandonadas para que resuelvan sus cuestiones “libremente”, siempre y cuando sus guerras, revoluciones y etnocidios no entorpecieran el flujo de riquezas que sus empresas enviaban puntualmente a sus casas matrices.

Por si los procesos de colonización occidental hubieran omitido cometer algún error, el imperialismo norteamericano, primero en su guerra contra el comunismo y más tarde en su “Guerra contra el Terror”, multiplicó la expoliación de recursos y los muertos que nunca se sabrán cuántos son.

La catástrofe ya no es solo humanitaria o económica: en esos pueblos si algo sobró siempre han sido muertos y pobreza. Así que eso poco importa, un nuevo mal los devasta: la catástrofe ambiental. Cientos de ríos, miles de hectáreas, millones de personas están contaminados por el plomo, el mercurio y el uranio empobrecido, con que se construyen las bombas de la libertad, el progreso y la democracia.

Si los hay, los informes acerca de las consecuencias de la contaminación están bien ocultos, pero son millones de personas las que han sido víctimas de estos efectos “colaterales”.

La “epidemia” de cáncer o de malformaciones genéticas que ha estallado en Irak es apabullante; para 2010, un informe exponía que los casos de cáncer y malformaciones habían aumentado en un 50%. Con casi treinta años de bombardeos casi constantes Irak, es solo un anticipo de lo que tarde o temprano sucederá en Libia, Siria, Afganistán y Yemen. En el norte de Mali, se han encontrado desechos nucleares de usinas francesas, tampoco no es nada extraño que a las playas de Somalia lleguen barriles con desechos de este tipo sin remitente, obviamente.

 Todos somos culpables

No por esperada, la nueva faceta de esta guerra estremece al mundo, los ataques se siguen multiplicando en un mapa desordenado e imprevisible: Manchester, Teherán, San Petersburgo, Yakarta, Melbourne, Kabul, Londres, Estocolmo, Paris, han sido los últimos puntos atacados por ese ejército fantasmal e inaprensible que es el mal llamado fundamentalismo religioso que a veces puede tomar el nombre de Daesh y en otras de al-Qaeda. Como habíamos preanunciado hace mucho tiempo, a medida que pierde posiciones en Siria e Irak, sus efectivos se repliegan en muchos casos a sus países de origen o frentes que pretendan activarse, que podrían ser el Sahel, algún país de Asia Central, el Sudoeste Asiático o el propio Cáucaso para hostigar a Rusia y su próximo mundial de futbol. Las estadísticas hablan que desde 2011 llegaron a Siria 220 mil muyahidines procedentes de 93 países para combatir contra Bashar al-Assad y ahora más fanatizados y entrenados podrían arriesgarse a todo.

De manera orgánica, organizado y ejecutado con previsibilidad como pudo ser el ataque en Manchester o Kabul, o por accionar de lobos solitarios, como parece ser el protagonista del frustrado ataque del lunes pasado en Melbourne. Yacqub Khayre, vinculado al Daesh, consideró que las condiciones objetivas para actuar estaban dadas y a pesar de estar vigilado por la seguridad australiana, en una frustrada toma de rehenes alcanzó a herir a tres policías antes de ser asesinado. Aunque los más peligrosos son los espontáneos, como los dos últimos ataques en Paris o Londres: alguien una mañana se despierta y con demasiados videos vistos en internet y mucho más resentimiento por la exclusión a la que es sometido en esas sociedades opulentas y blancas, entiende que ya es hora y con un auto o un simple martillo, como sucedió en Notre Dame el lunes último, sale a buscar un objetivo cuanto más inocente mejor.

Como pasó el sábado a la noche en Londres o el lunes a la tarde en Paris, comenzaremos a ver imágenes de alelados ciudadanos occidentales, con las manos en alto rogando a algún Dios, de los que parece haber tantos ahora, no ser víctima del fanatismo religioso o la torpeza policial.

El reciente ataque en Teherán no cabe duda que fue perfectamente organizado, ya que Irán ha sufrido desde 2010, una serie de atentados contra científicos de su plan nuclear, a manos de agentes de la CIA y el Mossad, por lo que sus servicios de inteligencia y seguridad están altamente entrenados y atentos. El accionar de los atacantes al Parlamento y al mausoleo del venerado Ayatola Ruhollah Jomeini, padre de la Revolución, en el cementerio teheraní de Behesht-e Zahra, al sur de la capital, que dejaron 12 muertos y una cuarentena de heridos, parece estar perfectamente organizado.

En el Sudeste Asiático, si bien la presencia del terrorismo wahabita es antigua en estas últimas semanas se ha reactivado. Hace ya más de dos semanas,  en la sureña provincia filipina Mindanao, hombres del grupo terrorista Abu Sayyef, tributario del Daesh, tomaron la ciudad de Marawi de 200 mil habitantes y a pesar de los intensos bombardeos y los asaltos del ejército, siguen resistiendo y,  según algunas versiones,  estarían en condiciones de hacerlo durante dos meses más. Lo que da idea de la magnitud y preparación de ese grupo.

La posibilidad que en el sur filipino, donde se asienta la minoría musulmana, se abra un nuevo frente de guerra integrista está latente. Se calcula que las fuerzas comandadas por Isnilon Hapilon, cuya cabeza para Washington vale 5 millones de dólares, estarían conformadas por más de 1500 hombres. Se ha sabido que miembros de organizaciones terroristas que operan en países vecinos a Filipinas como Malasia e Indonesia, el país con la mayor población musulmana del mundo, con más de 210 millones de fieles, están intentando llegar a Marawi, para asistir a sus hermanos. 

Desde su irrupción en el mundo, en julio de 2014, el Daesh, no solo ha desplazado a al-Qaeda como la organización terrorista más importante, sino que ha conseguido que más de setenta grupos terroristas, de todo el Islam, hayan jurado lealtad o bayata Abu Bakr al-Bagdadí, o Califa Ibrahim. Cualquiera de estas organizaciones que se extienden desde Nigeria al Cáucaso y desde Afganistán a Filipinas, puede emerger como ya lo hizo hace tres años en la frontera sirio-iraquí, fomentada entonces por las monarquías del Golfo Pérsico, que hoy se acusan mutuamente de ayudar al terrorismo,  y por las potencias occidentales que jamás pensaron que aquellos hombres que armaron y entrenaron para desestabilizar a Irak, Siria y Libia, y mucho antes a la Unión Soviética, sean los responsables de que sus propios ciudadanos, en sus propios países,  sean destrozados por una bomba, o agonizasen por un cuchillo casero.

Fue el imperialismo, por obsoleto que parezca el término, quien cargó la bala en el tambor del revolver que ahora gira loco en su eje, para dispararse en cualquier momento en cualquier dirección.  

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

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